Más allá de la UNAM

La política educativa hace una enorme diferencia en el desarrollo de un país. Si bien esta afirmación siempre ha sido cierta, nunca había sido tan trascendente como la es ahora, en la era de la información. El conocimiento se ha transformado en el factor crucial de éxito económico; mucho más importante, la globalización, potenciada y entrelazada con la nueva economía de la información, permite «saltar etapas» de desarrollo y romper con las divisiones sociales que la era industrial había acentuado y que, en nuestro caso, jamás se cerraron. Muchos países, sobre todo en la región asiática, hace mucho que comprendieron la esencia de estas ecuaciones. Desafortunadamente, como bien ilustra la política educativa en general y el reciente conflicto en la UNAM, en México no sólo no estamos enfocando esa nueva realidad, sino que ni siquiera hemos reconocido su trascendencia.

 

Todo mundo sabe que el crecimiento económico es un componente indispensable para avanzar hacia el desarrollo. Una buena estrategia económica debería permitir, además, que el crecimiento abriera espacios para que nuevos empresarios pudieran participar en la actividad económica, favoreciendo con ello un círculo virtuoso de mayor crecimiento, movilidad social y una cada vez mejor distribución del ingreso. Si bien hay un consenso casi universal respecto a estas relaciones elementales, es evidente que no existe un reconocimiento similar sobre las fuentes de crecimiento futuro.

 

Hace ciento cincuenta años, por ejemplo, las economías industriales se desarrollaron a partir de la expansión de los ferrocarriles y de industrias que, como el acero, hoy se consideran «básicas». Más adelante, ya en este siglo, las manufacturas se convirtieron en punteras del crecimiento económico y las últimas décadas se han caracterizado por un espectacular crecimiento en los servicios, lo que los ha colocado en la punta de la actividad económica. Hoy en día vemos al Internet, la tecnología y, en general, la información como  las “industrias” del futuro mediato. Cada una de estas olas requirió habilidades distintas por parte de los trabajadores y empresarios; los que lograron una exitosa transición de una a otra fueron aquellos que tuvieron las habilidades apropiadas para anticipar lo que vendría en una nueva etapa. Si uno observa cada una de ellas, resulta patente que, a lo largo del tiempo, las habilidades que se requerían para ser exitoso pasaron de la fuerza física necesaria para tender vías o forjar el hierro, al conocimiento como elemento esencial para desarrollar software o para hacer funcionar una línea de producción digitalizada.

 

Si bien nadie sabe exactamente qué industrias y con qué características van a ser relevantes en las próximas décadas, nadie puede dudar que el conocimiento va a ser el ingrediente esencial. Mayores conocimientos generales, pericia en las matemáticas, capacidad de resolución de problemas complejos y un buen conocimiento del lenguaje serán factores indispensables para el desarrollo de las personas y las economías en el futuro. Si esto es tan obvio la pregunta es por qué vamos tan lento en este camino. Llevamos años  de escuchar discursos gubernamentales sobre la famosa «reforma» educativa, pero los resultados siguen siendo magros. Un enorme número de maestros no tiene un comando suficiente del lenguaje y de las matemáticas como para poder salir adelante por sí mismos en esta nueva era intensiva en conocimiento: ¿cómo podemos esperar entonces que sus alumnos, formados bajo el peso de esas limitaciones, vayan a tener las habilidades necesarias para romper con los enormes obstáculos que ya de por sí impone la pobreza y la desigualdad de origen? Hay ecuaciones tan obvias que no requieren mayor discusión. No dudo que las reformas a la política educativa hayan sido bien intencionadas, pero resulta evidente que más horas en la escuela, la mera descentralización financiera de la actividad educativa y algunos (con frecuencia fallidos y desarticulados) intentos por evaluar la capacidad de los maestros no van a acabar con la pésima calidad de la educación, medida por sus resultados. Ciertamente, no a la velocidad que el país requiere para salir adelante.

 

Los temas de discusión a lo largo del conflicto de la UNAM nos vuelven a confirmar que el país no está avanzando en la dirección correcta, si es que éste se mueve en alguna dirección.  La realidad habla por sí misma: uno de los temas más fervientemente enarbolados y defendidos por los paristas es el del pase automático. Argumentan que éste es el único medio a través del cual se puede garantizar que miles de estudiantes tengan acceso a la educación superior. Y tienen razón: la exigencia de un mínimo de calidad llevaría a la exclusión de miles de jóvenes que han sufrido los lastres y las carencias de nuestro sistema educativo.  El pase automático ha sido una manera de tapar  el sol con un dedo,  de crear una realidad virtual en la que se simula que todo está bien. En este sentido, el conflicto de la UNAM pone al descubierto toda la problemática educativa no resuelta a nivel de primaria y secundaria. Mientras estos problemas no se atiendan y resuelvan, el conflicto de fondo de la UNAM seguirá siendo irresoluble y el futuro del país será poco prometedor.

 

Esta patética realidad es tanto más preocupante cuando uno observa lo que han estado haciendo otros países. Por décadas, por ejemplo, los países del sudeste asiático han puesto todo el énfasis en las políticas educativas como elemento central del desarrollo económico y, en particular, de una mejor distribución del ingreso. Ahora que la actividad económica se orienta cada vez más hacia la información, desde el uso de computadoras para manejar procesos productivos hasta el desarrollo de complejos programas de software para hacerlas funcionar, esos países están extraordinariamente posicionados,  para liderear, una vez más, al mundo en las próximas décadas.

 

De hecho, si uno observa el desempeño económico del mundo en general en las últimas décadas, destaca que el crecimiento haya sido particularmente notable en aquellas regiones que invirtieron en la educación. Si bien las políticas generales –reglas del juego, certidumbre en las políticas gubernamentales, disponibilidad de infraestructura, etc.- fueron centrales al desarrollo de países como Corea, Taiwán, Tailandia y demás, la educación los distingue de una manera especial. En los cincuenta, por ejemplo, los coreanos reconocieron que su país no contaba con mayores ventajas naturales que les permitieran desarrollar su economía; de ese reconocimiento surgió la decisión de convertir a la educación –al capital humano- en su principal ventaja comparativa. En esa época, el producto per cápita de los coreanos era la mitad del de los mexicanos; hoy en día es más de tres veces superior. Las políticas educativas de aquellos países fueron medulares para el desarrollo económico, sobre todo por su énfasis en las matemáticas, el lenguaje y el inglés. El inglés fue una materia particularmente controvertida, pero la decisión de fortalecerla en los programas de estudio les ha generado enormes inversiones y exportaciones, en otras palabras, se ha traducido en numerosas oportunidades de desarrollo.

 

Mientras que nosotros nos dormimos y no quisimos reconocer la relevancia de lo que acontecía en esa región del mundo, otros países que también perdieron la primera ola de crecimiento en la postguerra, como India, comenzaron a actuar pensando en el futuro. Como Corea, Taiwán y los otros tigres asiáticos, pero veinte años después, el gobierno de la India decidió reconstruir su política educativa. Además de invertir en elevar los niveles de calificación de su planta docente, la construcción de escuelas y además, optó por transformar su sistema universitario de raíz. Enfatizó las carreras técnicas, sobre todo las ingenierías, privilegió la enseñanza de las matemáticas y desarrolló un sistema estrictamente meritocrático para el avance académico. Hoy en día, se gradúan más ingenieros de las universidades de ese país que de las de cualquier otro del mundo. Sin duda, el que India tenga la segunda población más grande del mundo explica parte de este logro. Pero el hecho de que ese país tenga hoy el récord internacional en la creación de nuevas empresas tecnológicas y de ingeniería es lo verdaderamente significativo. Es decir, el logro de ese país no sólo es cuantitativo, sino también cualitativo.

 

La política educativa hace una enorme diferencia para el crecimiento económico. Pero también hace una enorme diferencia para el desarrollo de una sociedad. Mientras que hoy en día todos los países en desarrollo compiten por las inversiones industriales que emigran de países más desarrollados, no todos compiten por las mismas inversiones específicas. No es lo mismo construir cajas de velocidades que cocer prendas de vestir; no es igual desarrollar software para una computadora que ensamblar televisiones. Además, las actividades que entrañan un mayor valor agregado emplean a más gente y pagan mejores sueldos, en tanto que las actividades mecánicas son típicamente más dependientes del uso de las habilidades físicas que de la capacidad intelectual, lo que se acaba reflejando en el nivel salarial. Por ello, mientras que todos los países que compiten con el nuestro pueden desear atraer, por ejemplo, inversiones en la industria automotriz, no todos consiguen  hacerlo, ni  logran la misma calidad de empleos. La educación es un factor trascendental en este proceso: mientras otras naciones preparen mejor a su gente, las mejores oportunidades se irán para allá.

 

Esta ecuación es tan simple que no debería requerir mayor discusión. Sin embargo, en México todavía es un tema de disputa nacional. El conflicto en la UNAM reveló que hay un desacuerdo fundamental en la sociedad mexicana respecto a estas vinculaciones elementales y, más importante, que no existe un liderazgo gubernamental capaz de orientar el problema en la dirección requerida. Más preocupante, los actores directamente involucrados en el proceso educativo parecen soslayar, e incluso contraponerse, a cualquier noción de cambio.  Otra vez, la UNAM nos ofrece un botón de muestra: aunque gran parte de la comunidad universitaria reprobó los medios y la dinámica del conflicto, comparte muchos de los planteamientos avanzados por los paristas. Lo mismo ocurre en el caso de los sindicatos magisteriales, que si bien han aceptado, siempre a regañadientes, algunos cambios en la política educativa de antaño, en lo fundamental han rechazado toda reforma sustantiva. Estos dos hechos nos ponen exactamente en la línea opuesta de los países asiáticos: a contrapelo de los llamados tigres, que apostaron su futuro apoyándose fuertemente en la educación primaria, y muy atrás de la India, que al fortalecer la educación técnica, en particular las ingenierías, está comprando su boleto al desarrollo.

 

Por supuesto que nada está escrito sobre el futuro de la economía mundial, pero hay algunas apuestas que son razonablemente seguras. La educación es sin duda una de ellas. La pregunta es si el gobierno seguirá comportándose como los paristas, que se niegan a admitir la realidad, o si acabará reconociendo que sin educación no hay nada, excepto problemas y la certeza de una mayor inequidad.

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