La nueva escena política

Por varias largas semanas parecía que nos encaminábamos de manera inexorable hacia el caos político. Súbitamente se conjuntaron diversas circunstancias que han abierto una ventana de oportunidad para el desarrollo de la política mexicana y de una evolución económica libre de excesivos altibajos. La gran interrogante es si las fuerzas políticas, y los mexicanos en general, sabremos asir la oportunidad o si retornaremos al camino del caos.

 

El país parecía estarse desgranando. La controversia sobre el Fobaproa, las interminables denuncias de fraude, la mayoría de las cuales carente de toda evidencia, y la política de denuncia y descalificación a ultranza en que se embotaron algunos partidos políticos, parecían conducir al caos político. Cada quien jalaba para su lado y se encomendaba a su propia visión del mundo. La semana previa al IV Informe de Gobierno -y a la famosa consulta sobre el Fobaproa que organizó el PRD- parecía una escalada en la que la debacle financiera internacional competía con el ánimo destructivo de todo el aparato político. No faltaron nuevos llamados a la renuncia del presidente y editoriales argumentando que el primer mandatario se encontraba acorralado. En lugar de apostar a la continuidad y a la evolución gradual de la política mexicana, todo parecía conducir a una explosión.

 

Súbitamente, justo cuando el abismo amenazaba con aparecer en la escena, se abrió una ventana de oportunidad que, bien utilizada, puede convertirse en la pieza que faltaba en el rompecabezas de la política mexicana. De las más diversas esquinas del cuadrángulo político comenzaron a aparecer los componentes de lo que bien podría ser un nuevo arreglo político. Un arreglo político que amarre posiciones, establezca compromisos y genere un clima de paz política en anticipación al proceso de sucesión presidencial más competido y anticipado (y, confiadamente, civilizado) desde 1910.

 

Las paradojas jugaron un papel estelar. El primer gran cambio provino, con toda su ironía, de la esquina del PRD. La llamada consulta sobre el Fobaproa, en la que ese partido pretendía obtener un mandato que justificara el radicalismo de su retórica, fue tan exitosa que creó una nueva circunstancia política. No cabe la menor duda de que quienes concibieron la idea de llevarla a cabo pretendían acorralar al gobierno, desacreditar al conjunto de la política económica y crear una situación de caos que allanara el camino a la presidencia para el candidato del PRD. Incluso, no faltó la absurda especulación de que el PRD pretendía una sucesión anticipada, asumiendo que la población aclamaría a su candidato como salvador inmediatamente después de la consulta el pasado 30 de agosto.

 

Independientemente de los objetivos ulteriores que algunos miembros del PRD hubiesen podido albergar, el hecho es que la consulta que realizó les cambió la jugada. La pregunta que finalmente el PRD sometió a consulta fue propositiva: prefiere usted el programa del PRD o el del gobierno. Una vez más, los votantes, si así se les puede llamar, crearon un hecho político del que el presidente del PRD no se puede sustraer. La consulta acabó encajonando al propio PRD, toda vez que ahora tiene la responsabilidad de negociar con el gobierno (y con el PAN) una solución al problema de los deudores, pues justo ese era el corazón de su propuesta. En otras palabras, si el PRD quiere ahora presentarse ante los votantes como el catalizador de la solución al problema de los deudores, tendrá que ser parte del proceso legislativo que apruebe la iniciativa. Más que denigrante para el PRD, esta nueva circunstancia abre un mundo de posibilidades para la política mexicana.

 

Unos días antes de la consulta del PRD, el PAN fijó su posición respecto al mismo tema. En su propuesta, el PAN no validó la iniciativa gubernamental, pero propuso un conjunto de elementos que en lugar de cerrar espacios e impedir la negociación con sus contrapartes partidistas y el gobierno, abrió una oportunidad de entendimiento que, hasta ese momento, parecía simplemente imposible. La propuesta del PAN constituyó un primer bloque en este proceso de reconstrucción política, lo que le mereció el inmediato apoyo tanto del gobierno como del PRD. En un momento de extrema polarización, el PAN prendió la primera veladora a un proceso político que si bien no tiene que acabar siendo exitoso, es quizá el más promisorio desde que se aprobó la legislación electoral en 1996.

 

El clima de tensión creciente que se observó en todas las esquinas de la política nacional parecía ascender sin cesar. Las especulaciones en torno al Informe presidencial no se hacían esperar. Los llamados a la renuncia del presidente parecían casi ubicuos. Las caricaturas en los periódicos eran sugestivas de un ambiente caldeado y crecientemente peligroso. Sin embargo, a pesar del clima que anticipaba al Informe, el presidente salió airoso.

 

El IV Informe presidencial tuvo lugar en el contexto de la nueva realidad creada tanto por el PAN como por el PRD. El presidente leyó un mensaje que fue conciliador, convincente y, sobre todo, en el que el propio mandatario asumía la responsabilidad del rescate bancario. Con ese acto el presidente no sólo le otorga cobertura a los tres partidos políticos para su voto en el tema del Fobaproa, sino que abre la oportunidad de reiniciar un diálogo que parecía imposible hace sólo una semana. Además, el presidente estableció un precedente nunca antes visto: ratificó su convicción de que lo crucial para los siguientes 24 meses es garantizar una situación económica estable para que el próximo presidente, independientemente del partido de que provenga, tenga la posibilidad de construir sobre lo hecho previamente, en lugar de lidiar con una crisis más.  Ningún partido político puede desestimar ese compromiso, sobre todo porque ese es precisamente el mandato que la ciudadanía no se cansa de enfatizar a través de las encuestas.

 

La suma de estos tres factores ha tenido el efecto de crear un clima de convencimiento tanto en los pasillos de la política como en los diversos sectores de la sociedad, de que el camino del caos no beneficia a nadie. En una de esas paradojas que nunca dejan de sorprender, el radicalismo retórico que llevó a la consulta del PRD acabó dando vida a las alas moderadas, más serias y responsables del propio partido. Por donde uno le busque, la orilla del precipicio no pareció ser atractiva para nadie. La pregunta es si sabremos construir el andamiaje necesario para evitar volver a ese punto de confrontación.

 

Lo único que ha cambiado es el hecho de que en este momento hay un convencimiento de que el precipicio es el peor de todos los mundos, máxime cuando se observa la inestable situación financiera internacional.  Las diferencias al menos retóricas entre los diversos actores seguirán siendo tan actuales como siempre. Los partidos y los políticos seguirán teniendo sus propias agendas y tan pronto retornen al modo de campaña, inevitablemente reaparecerán las estridencias que, en un entorno de competencia política, son el alimento natural de los actores. La competencia electoral tiene su razón lógica de ser. Lo que se requiere es inscribirla en un conjunto de acuerdos sobre la esencia de lo que no está en disputa a fin de que todo mundo sepa a qué atenerse.

 

La oportunidad que hoy se ha abierto consiste en que parece haber un creciente reconocimiento de que se requieren acuerdos específicos sobre el contenido esencial del proceso de transición política en anticipación a la próxima sucesión presidencial. Es imperativo no dejar pasar la oportunidad. Todos conocemos, hasta la saciedad, los puntos de divergencia, materia natural de la retórica partidista y de la competencia electoral.  Pero dadas las difíciles circunstancias y la ausencia de instituciones sólidas que gocen de amplia credibilidad, lo urgente es encontrar los puntos de convergencia, amarrar compromisos de continuidad tanto política como económica, establecer mecanismos de protección contra actos de venganza respecto al pasado y definir las reglas de la sucesion presidencial: lo que se vale y lo que no se vale. Todas las fuerzas políticas tienen sus puntos vulnerables, razón por la cual a todos conviene establecer un piso de convergencia. Más importante, a nadie beneficia un país en situación de caos. La ventana de oportunidad no será eterna.

Fin de articulo.