NUESTRO CAPITALISMO Y DEMOCRACIA

Luis Rubio

Se pueden adoptar todas las formas de la democracia y del capitalismo y, sin embargo, acabar sin ser democráticos o capitalistas. Esta es la tesis que comienza a discutirse en diversos foros internacionales y en libros recientes. El hecho de privatizar empresas o erigir mecanismos para impedir el fraude electoral cambia la naturaleza de la interacción entre los agentes económicos y políticos en una sociedad, pero no crea una democracia ni un mercado funcional. A nadie le debe quedar la menor duda de que México es uno de los países punteros en estas ligas.

La lucha ideológica que caracterizó al mundo desde la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del muro de Berlín ha desaparecido. A lo largo de esas décadas la confrontación internacional no sólo era política y militar, sino también económica. Se confrontaban modelos alternativos de capitalismo y socialismo. En el marco de esta disputa muchas naciones intentaron caminos intermedios en los que el gobierno marcaba el camino y subsidiaba al sector privado para lograr sus objetivos.

Con el fin de la Guerra Fría terminó la competencia ideológica y política. Por supuesto que persisten profundas diferencias entre países, cada uno de los cuales tiene intereses propios y perspectivas distintas. Pero al día de hoy prácticamente no hay país alguno que dispute la premisa de que los mercados asignan eficientemente los recursos y al hacerlo crean riqueza, empleos y desarrollo. Todos los países, incluidos algunos que todavía pretenden ser socialistas, han avanzado con gran rapidez hacia la adopción de formas de producción, inversión y desarrollo que son indistinguibles de las de cualquier país capitalista. En otras palabras, ya no hay virtualmente país alguno que no viva en el mundo capitalista.

Lo mismo se puede decir de la democracia. La caída del muro de Berlín y el crecimiento de la economía de mercado han venido acompañadas de nuevas demandas de participación política y del reconocimiento casi universal de que el cambio económico entraña nuevas circunstancias y realidades políticas para cada país. En términos generales, la mayoría de los países del mundo han avanzado, aunque sea sólo en apariencia, hacia formas democráticas de gobierno. Cada vez hay más países que eligen a sus gobernantes y que tienen gobiernos nominalmente democráticos. Puesto en otros términos, tanto el capitalismo como la democracia están de moda.

Pero el hecho de adoptar formas democráticas o capitalistas no implica que esos países hayan logrado ser democráticos o capitalistas. Una cosa es que el gobierno transfiera algunas funciones al sector privado y otra muy distinta que florezca un mercado en el cual converjan y compitan diversos productores por el favor de los consumidores. Las privatizaciones son una condición necesaria para el desarrollo de la economía, pero no son suficientes. También se requiere que exista todo un conjunto de instituciones que encaucen y regulen la actividad económica de tal suerte que desaparezcan las prácticas monopólicas, se impida la corrupción y se favorezca la competencia. El hecho de que inversionistas privados sean dueños de las empresas (o, al menos de algunas empresas) no tiene nada que ver con el capitalismo o con una economía de mercado. Se trata de un requisito necesario, pero no suficiente.

Lo mismo ocurre por el lado de la democracia. El hecho de que exista un marco electoral que garantice comicios limpios e indisputados es una condición necesaria para el desarrollo de la democracia, pero no es suficiente. Sin estado de derecho, un sistema judicial independiente y libre de corrupción, seguridad pública y libertad de expresión plena, la democracia es simplemente imposible. Podemos tener algunas características de la democracia, pero no por ello ser un país democrático.

Países como Rusia, Colombia, China y México han adoptado muchas de las formas del capitalismo y de la democracia, pero ninguno es realmente capitalista ni democrático. No lo pueden ser porque las oportunidades no son equitativas para todos sus ciudadanos; porque algunos empresarios siempre obtienen prebendas de parte del gobierno, mientras que otros siempre quedan excluidos; porque los ciudadanos viven permanentemente preocupados de su integridad física ante la violencia e inseguridad que caracteriza a las calles; porque no hay manera de hacer cumplir un contrato; porque los tribunales son extraordinariamente corruptos, cuando no subordinados a las autoridades; y porque perviven centenares de regulaciones y mecanismos discrecionales que hacen virtualmente imposible que una persona pueda desarrollar una actividad económica legítima en forma rápida y eficiente al tiempo que cumple con los requisitos para mantenerse en la legalidad. Es decir, las formas pueden ser capitalistas y democráticas pero la realidad está dominada por mafias, abusos por parte de la autoridad, corrupción y violencia.

El ejemplo de China y Hong Kong ilustra bien este punto. La preocupación de la población de Hong Kong ahora que va a pasar a formar parte de China no reside en que China imponga el comunismo, pues éste hace mucho que fue abandonado en la práctica, sino que con la fusión desaparezca la certidumbre -fundada en la vigencia del estado de derecho- que ha hecho tan rico y exitoso a Hong Kong. Es decir, que en lugar de capitalista y democrático, Hong Kong acabe sometido a la burocracia y a las mafias que dominan a China, como a Rusia y a México

Lo fácil ha sido privatizar y liberalizar a la economía, así como legislar en materia electoral. Ha sido fácil, en términos relativos, porque no ha entrañado más que cambios de forma. La realidad sigue siendo la de un país con mínima competencia, que carece de un sistema judicial funcional y que está saturado de corrupción y violencia. Sin cambiar esa realidad jamás va a prosperar el capitalismo o la democracia.