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(A)normalidad

Luis Rubio

Los radicales -de cualquier color- tienden a percibirse como avanzada de una sociedad que comparte su verdad y desea una transformación cabal y ahora. Pero eso choca con una verdad obvia: la mayoría de la gente no quiere otra cosa más que vivir de manera normal: trabajar, gozar de seguridad, educar a sus hijos y disfrutar la vida de la mejor manera posible. La noción de normalidad recurre, de manera natural, a la nostalgia por los “buenos tiempos” de antaño, pero no por eso deja de tener relevancia para la mayoría de la población y, por lo tanto, entraña consecuencias políticas.

En palabras llanas, ¿hasta dónde se puede estirar la liga en una sociedad que, si bien prefiere algo mejor, tampoco está dispuesta a romper con todo lo existente? El país -y, en muchos sentidos, el mundo- padece una serie de crisis, desajustes y contradicciones que son producto de los choques inevitables entre expectativas y realidades, promesas e incumplimientos. Las tensiones causadas por estos desencuentros son materia prima natural para la política, que además se exacerba en tiempos electorales.

“La supuesta crisis de la política, dice Daniel Innerarity, no es otra cosa que una crisis de la apoteosis moderna de las seguridades ideológicas, cuyo antiguo garante es hoy más contingente que nunca. Pienso que nos corresponde hoy desarrollar unas nuevas disposiciones para pensar y llevar a cabo otra política, sin heroísmo, pero más responsable y democrática. Tal vez lo normal no sea la confrontación ideológica en la que se han formado nuestras habituales disposiciones políticas y puede que la actual falta de ética, la desconfianza frente a la política o las dificultades de gobernabilidad constituyan la nueva normalidad, fuera de la cual no haya sino nostalgia.”

Crisis o no, nadie puede dudar de la creciente complejidad que caracteriza a la vida cotidiana, amenizada de manera habitual por la retórica política y sus repetidores. La suma de cambios en la forma de trabajar, los altibajos en la demanda de bienes y servicios a los que se dedica la población, las subidas en los precios y la incontenible verborrea que emana de políticos, influencers, youtubers, aspirantes a candidaturas y del trajín urbano crea un entorno de conflicto y angustia. Si a esto se agrega la efervescencia que producen los procesos políticos de nominación de candidatos y luego las campañas, la noción de normalidad acaba siendo claramente nostálgica. El mundo que vivimos es uno de choques y desajustes constantes.

Los precandidatos y sus partidos tienen buenas y malas ideas para lidiar con los problemas que enfrenta el país, pero en lugar de propugnar por soluciones, tienden a la descalificación porque su misión, especialmente en el grupo en el gobierno, no es la de gobernar, sino la de perpetuarse en el poder. Mientras que el país requiere una visión de desarrollo, los políticos ofrecen una propuesta de poder. Al desacreditar al contrincante como traidor y antipatriota (igual en las contiendas internas que en las constitucionales), triunfan los extremistas y pierde el ciudadano y el país. Lo que debería ser anormal acaba siendo no sólo normal, sino la realidad sistémica.

Las luchas intestinas que han confrontado al poder legislativo con la Suprema Corte no son más que manifestaciones de los desajustes que vive México, pero también del enfrentamiento de dos maneras de ver al mundo y a la ciudadanía. Unos creen que el poder que recibe el ejecutivo a través del voto ciudadano le da plenas facultades para mandar e imponer su visión del mundo; otros ven al sistema de separación de poderes, que aparece desde la primera constitución de 1824, está ahí para evitar excesos y proteger a las minorías. La presunción debiera ser que ambas maneras de entender la realidad son legítimas, pero el acontecer diario de los últimos tiempos demuestra que se trata de perspectivas irreconciliables. La pregunta es si nos encontramos ante una excepción o frente al comienzo de una nueva normalidad.

Lo que hoy tenemos en México es un conjunto de fuerzas ferozmente opuestas, todas ellas creyentes que les asiste legitimidad, seguramente por derecho divino, frente a la absoluta ilegitimidad de las demás. Para Lord Acton, ese gran estudioso y practicante del poder que acuñó la famosa frase de que el poder corrompe, la gran confrontación reside en que la libertad demanda separación de poderes en tanto que el absolutismo requiere de su concentración. Cuando la oferta política es de descalificación de los contrapesos, la libertad y, por lo tanto, la oportunidad del desarrollo, se desvanecen.

Innerarity concluye con que “hay que despedirse de los consensos absolutos, los disensos definitivos, las contraposiciones rígidas entre los nuestros y los otros. Nos hacen falta proyectos sin predeterminación, que no estén a salvo de la crítica, ni sean incontestables, que no proporcionen seguridades absolutas ni protecciones completas.”

México está en vilo, en transición hacia un nuevo estadio. La incógnita es si se tratará de una nueva normalidad, una nueva realidad cambiante pero dentro de marcos de referencia compatibles con el desarrollo y la paz, o si, por el contrario, los años recientes anuncian un proceso de destrucción permanente y sistemática. La diferencia no es menor…

 

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¿Unidad?

Luis Rubio

El brebaje es complicado en sí mismo: un electorado insatisfecho, una cultura poco propensa al acuerdo y al respeto de los derechos de terceros y una tradición dedicada a restar más que a sumar. Los últimos años han mostrado lo mejor y lo peor de nuestra primitiva cultura democrática y escasa experiencia en la búsqueda de soluciones. Aunque las encuestas muestran elevada popularidad para los presidentes en turno (todos -menos uno- desde los noventa eran tan populares o más que el actual), el voto desde 1997 ha ido mayoritariamente en contra del partido que detenta un puesto, especialmente gobernadores y presidentes. Un electorado insatisfecho.

Morena y la alianza que ha construido la oposición comparten más características de las que sus integrantes estarían dispuestos a admitir. Eso no es extraño, pues responden a factores de tradición y cultura que son de todos por igual. Morena, como movimiento, incorporó a ciudadanos de una extraordinaria diversidad de orígenes y características; la alianza de la oposición encarna contradicciones históricas por antagonismos que se remontan a la década de los treinta del siglo pasado. Forjar acuerdos y construir mecanismos duraderos, pero sobre todo eficientes para la consecución de sus objetivos (presumiblemente el poder) no resulta sencillo.

Morena lo ha logrado porque cuenta con un extraordinario factor de unidad en la figura del presidente, pero, como ilustra la contienda interna en curso, los factores que dividen son siempre más poderosos que los que unen. En Coahuila Morena fue incapaz de evitar la división y las patadas entre los aspirantes a la candidatura presidencial son más prominentes que sus atributos.

El caso de la alianza es igualmente revelador: aunque la oposición en conjunto ganó más votos en 2021 que Morena, su éxito se debió mucho más a la desilusión y al enojo de una amplia porción de la población urbana que a la habilidad (y disposición) de los partidos a sumar sus estructuras y asegurar que se maximizara su capacidad de movilización. El caso del Edomex es un ejemplo proverbial: ahí la candidata fue nominada por un partido y los otros integrantes de la supuesta alianza esencialmente se desentendieron del proceso.

La diferencia entre las dos coaliciones (porque eso es lo que es Morena) es menos grande de lo aparente. La oposición ha ido perdiendo terreno a nivel estatal por el empuje de Morena con su liderazgo y capacidad de extorsión, pero ahora que Morena es gobierno (en la presidencia y en 23 gubernaturas) sin duda comenzará a experimentar el mismo fenómeno: un electorado insatisfecho. Este proceso se agudizará en la medida en que el factor de unidad en Morena pase a segundo plano.

El punto es que nuestra cultura política no es naturalmente compatible con la democracia. El país lleva varias décadas desmontando las estructuras que hacían funcionar al sistema de partido único, pero no avanzó mayor cosa en la construcción de una nueva forma de gobernar ni en el desarrollo de una ciudadanía capaz y dispuesta a defender sus derechos y hacer valer sus preferencias. Si bien hemos experimentado una severa regresión democrática en estos años, la permanencia del grupo actual será breve, toda vez que no construyó estructuras y andamiajes susceptibles de darle continuidad. La concentración de poder en una persona no constituye una alternativa duradera.

Todo esto sugiere que el país se encuentra en la antesala de una nueva era política, más similar a la vivida en la primera era de la transición política que a la más reciente. Pero con una enorme diferencia: la frustración acumulada de décadas de promesas insatisfechas, salvadores que no lo fueron y tensiones provocadas por un estilo de gobierno efectivo para generar lealtades, pero no para avanzar el desarrollo del país. Un brebaje complicado que exigirá habilidades políticas excepcionales para volver a comenzar… una vez más.

Pero entre el hoy y el momento en que se tenga que atender ese enorme desafío se encuentra un proceso de sucesión que promete ser no sólo competido, sino potencialmente muy conflictivo. Los factores que dividen serán prominentes y la propensión al conflicto todavía más. Ahí se pondrán de manifiesto todas las deficiencias de nuestra primitiva cultura democrática: la dificultad para aceptar una derrota, la incapacidad para sumar con quien triunfe (en las internas y en la constitucional) y la indisposición a reconocer los méritos de los otros. Y, por encima de todo, la mentalidad golpista del grupo en el poder.

El reto para quien resulte nominado por parte de Morena consistirá en sumar a las bases de apoyo que sustentaban la precandidatura de sus contendientes. Se dice fácil, pero ya sin el prócer esto será extraordinariamente difícil. El reto para el candidato o candidata que surja de la oposición radicará en lograr que los partidos que sustenten su candidatura sumen sus estructuras y abandonen una larga y compleja tradición de competencia y antagonismo que se explica por la historia pero que, para triunfar, tendría que ser abandonada de una vez por todas.

El gran avance democrático de México radica en que nadie tiene el triunfo asegurado; su gran déficit reside en que persisten muchas fuerzas e intereses dedicados a erradicar la democracia como forma de gobierno.

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 REFORMA

 23 Jul. 2023 

Interpretaciones

Luis Rubio

 

La narrativa ciega más de lo que ilumina: su propósito no es el de explicar las circunstancias o argumentar a favor de tal o cual propuesta, sino controlar la conversación y fortalecer un mensaje cuya intención nada tiene que ver con el progreso o el bienestar. Cinco años de ese dogma desde el púlpito oficial han creado un mundo paralelo que hace imposible reconocer el acontecer cotidiano en el mundo de lo concreto. Lo que ocurre en el plano de la realidad -igual si se trata de la inseguridad, Ucrania o la inflación- pasa a un segundo plano y se desecha o interpreta a la luz de la narrativa oficial. Todo eso estará muy bien para fines de control político, pero impide comprender lo que ocurre en el resto del globo terráqueo. Y, desde luego, tiene consecuencias.

“Ver lo que está frente a nuestra nariz requiere una lucha constante” escribió Orwell en 1946. Aunque se refería a la política más que a la vida cotidiana, su planteamiento era muy lógico: puede ser que haya dos cosas en un mismo lugar, pero solo ver una de ellas. En el México de hoy, donde la narrativa atrae y repele, respectivamente, a dos partes de la ciudadanía, el acontecer cotidiano acaba siendo interpretado de maneras radicalmente contrastantes e incompatibles, generando una permanente desconexión, además de incomprensión.

El ejemplo obvio estos días es Xóchitl Gálvez, un fenómeno político cuya aparición fue circunstancial, no en poca medida producto de la obcecación del narrador en jefe que le negó su “derecho de réplica,” provocando el surgimiento de quien bien puede acabar siendo su némesis. Cuando la narrativa envuelve no sólo al manipulado sino también al manipulador, un pequeño error de cálculo puede adquirir dimensiones potencialmente cósmicas.

Xóchitl no es una presencia nueva en el panorama político. Lo novedoso es su súbito ascenso como factor político relevante, en este caso en la contienda por la presidencia de 2024. Igualmente significativa es la forma en que su aparición en la escena política ha sido interpretada como un advenimiento para unos y como una quimera por otros: un fenómeno casi bíblico para los primeros, una fantasía para los segundos. Lo sobresaliente es que pocos en cada uno de los lados de esa gran división narrativa que caracteriza a la sociedad mexicana actual se interesan por comprender el porqué de esa diferencia tan aguda de interpretación.

“Todo mundo tiene derecho a su opinión, pero no a sus propios datos,” escribió Moynihan, el político y diplomático estadounidense. Concepto complejo de aterrizar en el México de los otros datos, pero no por eso menos aplicable al momento actual. Nadie puede sensatamente negar que la conversación política ha dado un giro radical por el hecho de que Xóchitl Gálvez se convirtió en un factor clave en esta contienda. Cada uno puede opinar lo que guste sobre el hecho o sobre ella, pero el suceso mismo no está en disputa. La realidad ha cambiado y podría afectar la percepción que, desde la narrativa oficial, sugería que ya todo estaba resuelto, que sólo faltaba el dedazo formal.

Más allá del hecho, lo trascendente radica en la incapacidad del mundo de Morena para entender la desazón y temores que aquejan a quienes no comulgan en esa iglesia. Xóchitl se convirtió en un factor de esperanza y oportunidad para una enorme porción de la población que ve con preocupación y temor la continuación de un gobierno dedicado a dividir y descalificar, además de sacrificar el futuro del país en aras de una supuesta transformación que no es otra cosa que la concentración del poder en una sola persona. Desde luego, lo mismo ocurre del otro lado, donde no se entiende el enojo, rechazo y resentimiento que décadas -o siglos- de promesas de desarrollo no disminuyeron la pobreza o redujeron las vastas desigualdades que caracterizan al país. Son esas incomprensiones las que polarizan y crean desencuentros que abren la puerta a soluciones demagógicas, potencialmente radicales.

Lo que une a los dos Méxicos que la narrativa separa y divide es la esperanza. AMLO vende esperanza pero sólo para sus seguidores, en tanto que Xóchitl, el nuevo fenómeno político, genera esperanza entre quienes ven con desazón al gobierno actual. Las diferencias en ese plano son menores: la esperanza unifica si el liderazgo la comprende y entiende la importancia que tiene para la población. Mucho más importante, la esperanza puede reducir la brecha entre los dos Méxicos para convertirse en el gran factor transformador.

Los mexicanos somos muy dados a la búsqueda de una solución salvadora. Una y otra vez a lo largo de las últimas décadas, el voto ha favorecido a quien ofrecía el nirvana. La ilusión nunca muere, lo que explica los continuos desvaríos. Por eso es tan importante que quienes hoy se encuentran ante la posibilidad de encabezar la contienda que se avecina desarrollen planteamientos que trasciendan la retórica esperanzadora y ofrezcan un proyecto de desarrollo susceptible de avanzarla.

Orwell también escribió en el mismo texto, “todos somos capaces de creer cosas que sabemos son falsas.” Como que ya es tiempo que quienes aspiran a la más alta función gubernamental expliquen qué es lo que harían para sacar al país del hoyo en que miles de promesas y corrupciones recientes y añejas lo han dejado.

 

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REFORMA

 16 Jul. 2023 

60 / 40

Luis Rubio

 Salim, un comerciante centroafricano es un personaje que atrae y repele: su negocio prospera, ofreciendo una perspectiva a la vez optimista sobre el futuro de su país y trágica sobre la forma en que el progreso, y las viejas prácticas que nunca desaparecen, siembran las semillas de la revolución que vendrá. La novela de VS Naipul, Un recodo en el río, permite apreciar dos maneras de percibir a una misma realidad. Algo en ese relato recuerda la forma en que el México de hoy se ha partido en dos grandes bloques de personas que habitan en un mismo lugar, pero que otean el futuro de maneras muy contrastantes.

Sesenta por ciento de los mexicanos afirman estar satisfechos con sus vidas, han visto sus ingresos reales crecer y cuentan con un empleo. Ese mismo 60% apoya al presidente y considera que su gestión ha hecho posible la estabilidad y bienestar de que goza. Por su parte, el cuarenta por ciento restante desaprueba de la gestión del presidente por considerar que está dañando los cimientos del bienestar futuro y atentando contra los prospectos de crecimiento y bienestar. Uno se pregunta qué es lo que hace que dos grupos de una misma sociedad puedan tener percepciones tan radicalmente contrastantes sobre un mismo fenómeno o momento histórico.

Según la encuesta de Alejandro Moreno en El Financiero (mayo 2), la diferencia fundamental entre los dos grupos de mexicanos es el nivel de escolaridad: si bien el voto de universitarios fue crucial en la elección del presidente en 2018, hoy esa cohorte representa al segmento más crítico de su labor. Los dos contingentes más sólidos que sustentan la popularidad del presidente son los mexicanos de mayor edad y las personas con menor escolaridad. La conclusión inevitable es que las personas más desfavorecidas en sus ingresos y perspectivas de vida y empleo se han beneficiado de la estabilidad económica, el crecimiento del ingreso disponible real y de un mercado laboral que, después de la pandemia, ha ofrecido mayores oportunidades de empleo.

En términos político-electorales, estos dos contingentes proyectan su percepción de la situación en la forma en que opinan y votan: quienes se sienten beneficiados aprueban la gestión presidencial y emiten su voto a favor del partido gobernante, independientemente de pertenecer o no a Morena; por en otro lado, quienes desaprueban de la gestión presidencial votan en sentido contrario. Nada nuevo bajo el sol.

Lo que es relevante es el contraste de perspectivas. Es evidente que la mejoría en el ingreso real de las personas impacta de manera similar a toda la población y, sin embargo, las conclusiones anímicas a las que llegan estos dos segmentos de la población son radicalmente opuestas. La explicación del fenómeno es clave para entender el momento y pronosticar los prospectos del país en el futuro, incluyendo la aduana electoral de 2024.

El meollo del contraste parece radicar en la perspectiva de tiempos. Para la cohorte que se siente satisfecha, lo que cuenta es el hoy y ahora; para el restante 40% lo que importa es la percepción de futuro: hacia dónde vamos. Se trata de perspectivas que emanan de realidades económicas y de visión muy distintas y que muestran la circunstancia de un país muy dividido: el que ha tenido la oportunidad de avanzar en la escala de la educación y el que se quedó atorado en un sistema educativo que no prepara para el mercado de trabajo ni para la vida. En esta era del mundo, donde lo que agrega valor (y paga mejores salarios) ya no es la fuerza física sino la creatividad de las personas, el nivel educativo hace una diferencia abismal en los ingresos de las personas e, inexorablemente, en sus percepciones.

Quien apenas logra un empleo, muchas veces precario, lo que cuenta es preservarlo y es natural que se le atribuya su disponibilidad a quien encabeza al gobierno. Para quien ya tiene un empleo y la percepción de que podrá seguir avanzando en la escala del ingreso y de la prosperidad de su familia, sus preocupaciones se concentran en el futuro: ¿se mantendrá la estabilidad económica? ¿volverá a haber una crisis como las del final de sexenios anteriores? Para los primeros lo que cuenta es el momento en que se levanta una encuesta o se deposita el voto en la urna; para los segundos lo único que cuenta son las perspectivas futuras porque el presente está resuelto.

Dos Méxicos que reflejan el lugar en que cada individuo se encuentra en la cadena productiva, pero que, al mismo tiempo, constituyen una verdadera censura al sistema político en general que ha sido incapaz, por décadas, de resolver problemas elementales como el de la infraestructura en general y la salud, pero sobre todo de la educación. Antes, hace medio siglo, esas cosas no se notaban porque la mexicana era una economía simple y poco demandante. Hoy, el mercado de trabajo demanda cada vez mayor especialización y el sistema educativo vigente -y el gobierno que solapa cacicazgos sindicales en lugar de preparar a los niños- es incapaz de proveerlo.

El presidente puede estar muy satisfecho de la popularidad que le brindan los mexicanos más desfavorecidos, pero lo que realmente le están premiando es su indisposición para crear condiciones para que esa misma base de apoyo tenga un mejor futuro.

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https://www.reforma.com/aplicacioneslibre/preacceso/articulo/default.aspx?__rval=1&urlredirect=https://www.reforma.com/60-40-2023-07-09/op252404?pc=102&referer=–7d616165662f3a3a6262623b6770737a6778743b767a783a–

https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/2023/60-40.html

REFORMA
09 Jul. 2023

La negociación

Luis Rubio

Tres verdades son indisputables: el presidente López Obrador es irrepetible; las finanzas públicas son más vulnerables de lo aparente; y la elección del próximo presidente va a tener que ser el inicio de una gran negociación para construir un nuevo futuro. Gane quien gane, hombre o mujer, de cualquier partido, el país se va a encontrar en una situación mucho más delicada y precaria de lo que hoy podría parecer. La mezcla de factores estructurales y circunstancias coyunturales van a producir la imperiosa necesidad de sumar voluntades entre grupos, partidos y ciudadanos que hoy se encuentran en distintos lados de las barreras -las reales y las artificialmente impulsadas por el gobierno actual- que hoy dividen a la población.

También hay otras cosas que son evidentes y que no ameritan mayor discusión: Morena ha lanzado un proceso abierto para la nominación de su candidato(a); la oposición comienza a mostrar músculo; y la ley electoral resulta ser más flexible, y a la vez compleja, de lo que muchos suponían. Cada uno de estos elementos sigue su propia racionalidad y arrojará resultados que afectarán a los otros dos. Lo que hace unas cuantas semanas parecía ser un proceso unidireccional en Morena ha dejado de ser obvio y la posibilidad de una contienda reñida es cada vez más real.

A pesar de que los incentivos que animan a los partidos de la oposición no les llevan a competir para ganar (sino a procurar fuentes de ingreso, como el PT y el PVEM), la realidad los está obligando a construir una estrategia competitiva.

Por lo que toca a la legislación electoral, hay dos perspectivas contrastantes: por un lado, se encuentran las autoridades electorales (el INE y el Tribunal) y, por el otro, los ingresos que reciben los partidos políticos en función de su desempeño en la elección anterior. La aplicación de la ley ha resultado ser más flexible de lo que parecía: el contraste entre la severidad del consejo anterior y la volubilidad del actual es patente. Es posible que la ley permita esa maleabilidad, pero no deja de ser irónico que sea la vertiente ideológica que representa Morena, la principal demandante de restricciones en materia electoral desde los noventa, la que exhiba esa flagrante disposición a violar al menos el espíritu de la ley, ahora con el aval formal del INE.

Por otro lado, el presidente tiene razón en que hay cosas en esa misma legislación que deberían cambiarse, aunque no necesariamente los que él demanda y que son incompatibles con un régimen democrático. La falta de dinamismo de los partidos de oposición sugiere que, cuando las condiciones sean menos contenciosas, debieran ponerse a discusión los privilegios que la reforma de 1996 le confirió a los tres principales partidos, que los han convertido en negocios de facto en lugar de instituciones dedicadas a la agregación de intereses ciudadanos para la búsqueda del poder.

Puesto en blanco y negro, el próximo gobierno, venga de donde venga, va a encontrarse con las arcas vacías, con un presupuesto totalmente distorsionado (dedicado a las clientelas a costa de la salud, la educación y la inversión pública) y ante un escenario de polarización que no le va a dar mayor respiro. Sus circunstancias serán más fáciles o más difíciles dependiendo del panorama que arroje la elección misma: qué tan cercano fue el triunfo y cómo quedó la composición del poder legislativo. Ahí se condensarán los problemas estructurales, las circunstancias coyunturales y los ánimos de los responsables. La oportunidad para construir un nuevo futuro será enorme.

Regreso al inicio: el presidente es irrepetible. Aún ganando su más cercana preferencia, nadie en el panorama nacional goza de su historia, presencia o habilidad. Su personalidad ha logrado no sólo dominar la vida política, sino evitar que la realidad cotidiana, esa que afecta a la ciudadanía, cobre relevancia entre la población, algo inédito. Su sucesor o sucesora no gozará de esas circunstancias, por lo que tendrá que procurar un método que le permita gobernar y al país encontrar nuevos cimientos para un futuro mejor.

Las finanzas públicas se ven bien, pero su fragilidad es enorme, sobre todo por la desaparición de todos los fondos de contingencia, lo que arroja un panorama mucho más incierto de lo aparente.

Nadie puede predecir qué depara el futuro o el momento en que se conjunten los factores que faciliten o dificulten la función de gobernar. Será en ese momento que se presente una gran oportunidad, pero sólo si quien gane tiene visión de trascendencia y desarrollo y el resto del mundo político y de la ciudadanía prueban estar a la altura de las circunstancias.

Mucho de lo que se tendrá que negociar podría aterrizarse en unos cuantos puntos porcentuales de esto o de aquello (por ejemplo, impuestos), pero el momento también permitiría sentar las bases de un nuevo arreglo político que transforme al gobierno dedicado al control en uno dedicado al desarrollo y al bienestar, y al sistema político en un entorno de competencia respetuosa entre una sociedad que cuenta con los medios para estar bien y verazmente informada.

Algunos recordarán que los pactos de la Moncloa que dieron vida a la democracia española fueron sobre salarios y precios pero lograron mucho más. Sí es posible.

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  REFORMA

 02 Jul. 2023 

¿Qué quedará?

Luis Rubio

Paso a paso, se fue consolidando el proyecto de concentración del poder, ahora entrando en su última fase, con los consecuentes riesgos económicos e inevitable destrucción de civilidad. A muchos les parecerá excesiva esta afirmación, pero la historia demuestra que cuando se concentra el poder en una sola persona -y, peor, cuando esto se hace a través de la descalificación y la alienación- el resultado es un inexorable empobrecimiento del país e, ineludiblemente, de los más pobres, esos que dieron su voto por el presidente que ahora los traiciona.

Comienza el ocaso de un gobierno cuyo proyecto central fue la negación absoluta de la pluralidad que caracteriza al país. El presidente ganó con poco más de la mitad del voto de la población, un resultado excepcional desde que se comenzaron a contar los votos de manera impoluta y profesional luego de la creación del IFE en 1996. Cinco años después, la situación es otra, como lo atestiguan los contrastes entre los potenciales candidatos a sucederlo. Ninguno lo representa de manera cabal y ninguno es capaz de sumar el mismo porcentaje de votación que el hoy presidente logró en 2018. La exclusión de la mitad de la ciudadanía, en adición a buena parte de quienes, sin ser de Morena, le confirieron su voto, presenta ahora su factura en la forma de precandidaturas incompatibles.

El presidente ha creado un mecanismo que aspira a evitar rupturas, a la vez de sumar contingentes disímbolos detrás de un candidato ganador. Objetivo difícil de lograrse a pesar del éxito rotundo que ha tenido en controlar no sólo el debate público, sino sobre todo la narrativa que yace detrás de su liderazgo y la lealtad que le brindan sus bases. El presidente es popular, pero su gobierno es impopular y nadie sabe cómo sumarán o chocarán estos dos factores el día de la elección. La población parece satisfecha de la mejoría en su ingreso real y en el nivel de empleo, pero el país sigue rezagado respecto al momento de su inauguración. En el índice de desarrollo humano de la PNUD, de la ONU, México cayó 12 lugares, equivalentes a diez años de avance previo. Tampoco aquí es obvio cómo impactarán estos dos factores -la mejoría reciente o la pérdida absoluta- en la mente de los electores el día del voto en 2024.

La oportunidad para la oposición, si ésta logra aliarse y montar un frente común, es más que evidente. Primero que nada, la pérdida de apoyo al presidente es real: Morena perdió las elecciones intermedias. La oposición no controla la cámara de diputados porque no fue aliada a la justa electoral, pero eso podría, y debiera, cambiar en 2024. La celeridad con que el partido gobernante ha entrado en el proceso de nominación de su candidato no implica que sea imposible una candidatura alternativa el día de la elección, once meses del día de hoy. Es claramente falsa la noción de que lo único que falta para que se cueza el arroz es que Morena emita su veredicto en la forma de una candidatura.

El ejercicio del poder desgasta y más cuando se tiene tan poco que ofrecer como resultado de la gestión. Los proyectos clave del gobierno siguen inconclusos y es dudoso que logren tener impactos relevantes en la vida de la población. La naturaleza contenciosa del discurso presidencial rinde frutos, pero también aliena y la división resultante se traduce en fracturas que pueden acabar siendo tan trascendentes como los beneficios. Cuando el presidente se impone al exigir “que no le cambien ni una coma” a sus iniciativas manda un mensaje a su base, pero pierde al resto de la ciudadanía. No toda la población es idéntica, sumisa o cabizbaja, y no es nada difícil que, como ilustró el voto en 2021, el presidente haya perdido la mayoría con que ganó hace cinco años.

La embestida contra el marco institucional, los partidos de oposición y las instituciones emblemáticas de la transición emprendida a partir de los noventa, sobre todo contra entidades como la Suprema Corte de Justicia, el INE y el INAI, ha sido irredenta. El objetivo de someter y subordinar ha sido expreso y manifiesto. Pero no ha sido exitoso. La pregunta relevante, a menos de un año del día de la elección presidencial, es si el gobierno actual acabará dejando un país mejor del que encontró. Los datos duros dicen que no; la narrativa que los disputa dice que el país tiene un sistema de salud como el de Dinamarca, que la inseguridad disminuye y la corrupción desapareció. ¿Qué ganará: la realidad o la ilusión? Otro imponderable.

La realidad abruma, y más cuando, a pesar de las percepciones, no hay proyecto susceptible de arrojar mejores resultados. Malcolm X, un activista de los derechos humanos, escribió que “el patriotismo no te puede cegar tanto como para impedirte enfrentar la realidad. Lo malo es malo, no importa quién lo haga o lo diga.” La ciudadanía tendrá en sus manos la oportunidad, y la responsabilidad, de decidir qué gana: la realidad o la percepción pasajera. El problema no es el gobierno, siempre pasajero, sino el impacto sobre la población, siempre permanente. Los meses que quedan pondrán a prueba a este binomio todos los días.

Hoy todo parece claro, pero faltan muchos meses para el final. El primer ministro británico Harold Wilson dijo que, en política, una semana es toda una vida. Once meses son una eternidad.

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 REFORMA

25 Jun. 2023

Conciliar

Luis Rubio

El gran reto para el futuro del país radica en conciliar, o reconciliar, a una sociedad que se siente herida pero por circunstancias y razones que parecen irreconciliables. La realidad, las percepciones y las emociones jalan en direcciones opuestas, creando un caldo de cultivo perfecto para el entorno de conflicto -y, potencialmente, violencia- que hoy nos caracteriza. La gran pregunta es cómo salir de ese hoyo.

La dinámica de la polarización se origina en la estrategia presidencial, pero sus raíces se remontan a una larga historia que es tan vieja como la colonia y tan reciente como las promesas de democracia, desarrollo y transformación (respectivamente) de las últimas décadas. Unos gobiernos emprendieron profundas reformas, otros se limitaron a ofrecer grandes transformaciones, pero el resultado de varias décadas de promesas incumplidas o insatisfechas fue el entorno que hizo posible la acumulación de enojos y resentimientos que yacen en el corazón de la sociedad mexicana.

Independientemente de la viabilidad o factibilidad de las promesas que acompañaron a la agenda de los diversos sexenios, el hecho tangible es que el país ha experimentado cambios sumamente profundos, pero el desarrollo integral que yacía detrás de la oferta que diversas administraciones plantearon está todavía lejos de haber llegado. Pero las insuficiencias que existen tienen dos facetas distintas y contrastantes que generalmente se ignoran: el México insatisfecho por lo que se prometió pero no se ha alcanzado y que se siente agraviado y vejado, sea ello por ofensas históricas o por percepciones de inequidad en los resultados.

Para unos, quizá la mayoría de la población, las promesas se desvanecieron en el aire porque no se materializaron en la forma de una vida idílica que es típica del discurso de campaña, pero poco realista en la vida cotidiana. Suponer que la vida de una familia campesina en la sierra de Oaxaca iba a mejorar en un sexenio sin acciones dedicadas específicamente a esa región y circunstancia (algo que nunca se materializó) era absurdo. Sucesivos gobiernos han implementado diversas estrategias para el desarrollo, pero ninguno ha encarado las lacras políticas que mantienen pobre y rezagada a una enorme porción de la población, especialmente en el sur y sureste del país. En esa región no hay gasoductos que pudiesen alimentar un desarrollo industrial, ni carreteras que pudieran hacer posible llevar al mercado nacional e internacional los productos de lo que podría surgir una próspera y floreciente agroindustria. En una palabra, la retórica ha sido generosa, pero las acciones requeridas han brillado por su ausencia. Los resentimientos históricos que de ahí emanan son lógicos e inexorables.

Pero también hay otro México, un segmento nada pequeño, que ha visto su vida mejorar, pero donde el ritmo de avance ha sido insuficiente e insatisfactorio. Estados como Aguascalientes y Querétaro, por citar dos de los casos más exitosos en términos de crecimiento económico -han quintuplicado o sextuplicado sus economías en las pasadas décadas- evidencian enorme frustración por todo lo que el acontecer político les impide materializar. Los ciudadanos de esas latitudes, y de prácticamente todas las zonas urbanas del país, tienen meridiana claridad de las oportunidades que tienen frente a sí, pero que son inasibles dada la ineptitud -o indisposición- de los liderazgos políticos -locales y nacionales- para resolver entuertos y obstáculos evidentes que impiden el progreso.

El punto es muy simple: hay muchas y obvias razones para el enojo y la desazón que se manifiesta de diversas maneras en el país y que alimenta y hace viable una estrategia de polarización como la que ha seguido el gobierno actual. Sin embargo, la pregunta relevante es a qué o quién beneficia una estrategia que no tiene más resultado que el de concentrar el poder en una persona sin mejorar la vida de la ciudadanía, en cualquiera de los dos lados del cisma nacional. La agudización del conflicto genera popularidad y lealtad (ambos inevitablemente finitos) pero no resuelve los problemas que afectan y hieren a ninguna de las dos mitades de la sociedad mexicana, los resentidos y los insatisfechos.

En la medida en que nos acercamos al momento de sucesión presidencial, esos dos Méxicos estarán cada vez más en la palestra de la discusión nacional. Una posibilidad, así sea fútil, radicaría en perseverar en la estrategia de polarización. Otra, más eficaz y provechosa, sería encontrar medios para sumar y encabezar no sólo un proceso de reconciliación nacional, sino sobre todo de ataque a los factores que han imposibilitado la solución de los problemas que aquejan al país.

Gane quien gane el año próximo, las expectativas de la población no disminuirán, y en la era de la ubicuidad de la información, esas expectativas tienden a exacerbarse porque toda la ciudadanía, independientemente de donde radique, sabe que es factible una vida mejor. También sabe que es la política, o los políticos, lo que les impide alcanzarla. Como dice David Konzevik, “en tiempos de revolución de expectativas, el presidente tiene que ser un Maestro de la Esperanza.”

A México le haría mucho bien que el próximo presidente escoja la paz y la reconciliación sobre la venganza.

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 REFORMA

18 Jun. 2023

 

 

Peculiaridades

Luis Rubio

Todas las sociedades desarrollan sus mitos y creencias como formas de explicarse la vida, pero en México estos con frecuencia se quedan cortos de la realidad. Alguien alguna vez afirmó que si Kafka fuera mexicano, su género habría sido costumbrista. En ese espíritu, aquí van algunas observaciones que, sin contar una historia coherente, dicen mucho de este país de fantasía.

  • México vive hoy la paradoja de un gobierno enclenque, pero con un presidente hiper poderoso. El gobierno es incapaz de administrar una crisis de salud o distribuir medicamentos, pero el presidente puede imponer su ley en la elección de un gobierno local. La infraestructura del país se está cayendo en pedazos, las calles parecen zona de guerra y la extorsión y la violencia proliferan por cada vez más regiones, pero un tren que no  conecta centros productivos ni agrega valor destruye selvas y cenotes por designio presidencial sin que haya mediado proyecto de factibilidad alguno.
  • El lado anverso de esa misma paradoja es el entorno internacional en que existe nuestro país, del que el gobierno ha pretendido que se puede abstraer sin más. Mientras que el bienestar de la población depende en buena medida de las exportaciones, el gobierno hace todo lo posible por complicar los vínculos con el exterior, como si una cosa no estuviera relacionada con la otra. En lugar de promover y facilitar esos nexos -tanto en el plano de las negociaciones comerciales y la promoción de la inversión como en la creación de infraestructura y facilitación de las transacciones cotidianas- se acumulan las violaciones a los tratados comerciales de los que depende la fluidez del comercio y la viabilidad de nuestra economía. La pretensión de que se puede expropiar, o impedir el funcionamiento, de una planta de generación eléctrica sin que eso tenga repercusiones internacionales es una mera ilusión.
  • México no tiene un problema de alimentos ni de autosuficiencia. El sector agrícola es, por primera vez en siglos, superavitario y ha logrado una extraordinaria productividad. Lo que México si padece, pero nadie enfoca de manera directa, es un enorme problema de pobreza rural. Imponer medidas que restrinjan las exportaciones o las importaciones de productos agrícolas no va a resolver la pobreza rural, que es el meollo de nuestro dilema de desarrollo. El próximo gobierno podría comenzar a meditar sobre la forma en que se puede atacar la pobreza rural, pues de eso depende la solución de tres de los principales desafíos que enfrenta el país: la desigualdad social, la calidad y enfoque de la educación y la movilidad social, tres aspectos de un mismo problema.
  • Los procesos electorales recientes, en adición a las manifestaciones tanto ciudadanas como gubernamentales de los meses pasados, muestran una de las grandes contradicciones que nos caracterizan. No todos los mexicanos se asumen como ciudadanos: en una encuesta reciente, tan sólo el 58% se considera así, frente a 42% que se asume como pueblo. En su afán por preservar y nutrir la lealtad de la población por sobre cualquier otro valor u objetivo, el gobierno ha optado por impedir el crecimiento de la economía, porque, como dijo la anterior presidenta de Morena, un pueblo pobre siempre será leal, pues cuando prospera deja de serlo. En consecuencia, mejor apostar por la pobreza permanente.
  • Pero lo anterior no resuelve uno de los enigmas clave: la frecuente desvinculación de la sociedad civil organizada respecto del mexicano de a pie. Nadie que haya observado los contrastes entre las manifestaciones organizadas por el gobierno y las de las organizaciones civiles puede dudar que ahí yace no sólo una contradicción sino también un enorme desafío. La bajísima participación en la elección de Edomex habla por sí misma.
  • Tampoco es posible cerrar los ojos ante la pequeñez de la clase política mexicana, la falta de miras o la incapacidad de la oposición por ejercer su función crucial. Los liderazgos de la oposición, ahora que su arrogancia e incompetencia ha sido evidenciada en Edomex, no pueden negar lo obvio: no actúan como oposición frente a la destrucción institucional que encabeza el presidente. La ciudadanía ha ido perdiendo un contrapeso tras otro, quedando sólo protegida por una acosada Suprema Corte. La suma de soberbia, corrupción e insignificancia ha dejado al mexicano observando cómo el único objetivo de la oposición es una embajada…
  • Cuando uno escucha a líderes de países que realmente aspiran a progresar, los contrastes con México se tornan tanto más visibles -y dolorosos. No vale la pena hablar de lugares como Singapur, donde la claridad de miras es impactante, pero India, una nación infinitamente más pobre y compleja que México ilustra lo que sí es posible. El vocabulario que emplean igual funcionarios que empresarios, líderes políticos y sociales habla por sí mismo: inversión, productividad, movilidad social, confiabilidad y predictibilidad. México tiene todo para adoptar similar catálogo, pero siempre ganan las preocupaciones por las pequeñas cosas.

“El gran enemigo de la verdad con frecuencia no es la mentira -deliberada, artificiosa y deshonesta- sino el mito.” Así caracterizaba Kennedy la indisposición por avanzar y prosperar. Parecería que se refería al México de hoy…

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 REFORMA

11 Jun. 2023

Desorden

 Luis Rubio

Orden y desorden, argumenta Robert Kaplan,* es una disyuntiva que no depende de uno, sino de la experiencia vivida. A Inglaterra le tomó 700 años evolucionar de la Carta Magna al sufragio femenino, con muchas luchas por demás violentas en el camino. Las tradiciones democráticas, como ilustró la llamada primavera árabe hace poco más de una década, no se construyen de la noche a la mañana. Los mexicanos que vivieron la época de las crisis financieras desde los setenta tienen una concepción del mundo muy distinta respecto a quienes nacieron en la era de la alternancia de partidos políticos en la presidencia, algo inconcebible en la historia postrevolucionaria, aunque hoy se mire como un suceso natural. Experiencias contrastantes que explican perspectivas distintas sobre la forma en que el gobierno actual conduce los asuntos nacionales.

En las pasadas cuatro décadas, explica Fernando Escalante,** el país experimentó dos grandes evoluciones, ninguna exitosa. La primera evolución entrañó el paso de un mundo de impunidad legitimada que gozaba de apoyo social porque era efectiva y rendía resultados en términos de crecimiento económico y paz social, o sea, gobernabilidad (pero que se acabó porque agotó sus posibilidades), hacia una transición inconclusa fundamentada en formas democráticas y el mercado como factor de organización económica: “la racionalización administrativa de las elecciones y la despolitización de los mercados.” Ese “régimen de transición” tuvo éxito en muchas cosas, pero vino acompañado de consecuencias no deseadas, como desigualdades diversas que no se resolvieron porque nunca se consolidó un sistema de justicia eficaz y el Estado de derecho. En lugar de terminar con el mundo de complicidades e impunidad para construir un fundamento de seguridad y justicia para todos, ese régimen implementó una visión centralista sobre un país cada vez más grande, diverso y disperso para el que las soluciones desde arriba no podían funcionar: en lugar de fortalecerlas, se debilitó a las autoridades locales y se abrió la puerta al mundo de extorsión que hoy se ha generalizado.

La segunda evolución ocurrió recientemente, pero hacia una nueva era de indefinición. “Decir populismo, autoritarismo, regreso del PRI, es decir muy poco. En los hechos hay una retórica aparatosamente estatista y un parejo debilitamiento del Estado… la aspiración a la trascendencia histórica… [que] contrasta con una desconcertante falta de proyecto.” La descripción que hace Escalante explica la opacidad, la manipulación electoral, los nuevos espacios de intermediación, en suma, la búsqueda de devolverle a la clase política márgenes de maniobra impune. El modelo que ha venido construyendo el gobierno actual confronta a la economía formal (que requiere más Estado) con la informal (que requiere más política), pero responde a circunstancias contrastantes en distintas regiones del país y estratos de la sociedad. La contradicción implícita entre estos dos mundos lleva a una creciente responsabilidad en manos del ejército, en paralelo con una disminución sistemática de las capacidades del Estado. Escalante concluye su argumento de manera ominosa, citando a Sciascia, afirmando que se trata del “orden de la mafia.”

Ahora que nos encontramos ante el proceso de sucesión presidencial, la pregunta es qué sigue. Por más que el presidente acelera el paso para intentar darle formalidad a sus preferencias y decisiones a través de una intempestiva serie de iniciativas de ley, es razonable preguntarnos si es sostenible el momento actual, ese orden mafioso al que se refiere Escalante y que, digo yo, se sustenta más en la habilidad de una persona para mantener la atención de la población que en la funcionalidad de su gobierno. ¿Podrá quien lo suceda mantener el statu quo?

Orden y desorden, dos caras de la misma moneda y dos circunstancias contrastantes, ambas siempre presentes en la realidad cotidiana. Quienes viven en la economía formal no pueden evadir numerosos encuentros con la extorsión, impunidad y violencia que aqueja a cada vez más mexicanos; quienes viven en la informalidad confrontan barreras sistemáticas a su desarrollo no sólo por los mismos factores de violencia e impunidad que padece toda la población, sino por las barreras que el mundo formal les impone de manera creciente. El éxito del SAT en empatar transacciones y cerrar cada vez más espacios de evasión fiscal constituye una barrera infranqueable para la informalidad, paradójicamente la base social del presidente.

Vuelvo al comienzo: las experiencias vividas a lo largo del tiempo determinan la perspectiva que cada uno tiene sobre el momento actual. Para quien vivió en la era de crecimiento y estabilidad del desarrollo estabilizador, la violencia e informalidad de hoy resultan ser amenazas intolerables para el desarrollo; en sentido contrario, para quien creció en la era de la alternancia de partidos políticos y la violencia -dos factores lamentablemente indisociables- la noción de crecimiento económico estable y sistemático resulta ser una quimera inalcanzable.

Gane quien gane, el próximo presidente no podrá obviar estos contrastes: tendrá que encontrar una forma de reconciliarlos, un nuevo pacto social que avance hacia la formalización de la vida nacional.

*The Tragic Mind; ** México ayer y ahora (Nexos, abril 2023).

 

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REFORMA
04 Jun. 2023

Harakiri

Luis Rubio

Todo iba bien, hasta que comenzaron las locuras. El afán transformador se había limitado a eliminar obstáculos que no gozaban de mayor reconocimiento popular y a ampliar las transferencias en efectivo a las clientelas favoritas. Ambos pasos respondían a una lógica impecable: si no goza de legitimidad se puede eliminar a un costo mínimo y los fondos derivados de ese actuar permiten ampliar y consolidar las fuentes de apoyo. Y, efectivamente, las encuestas muestran que el costo político de eliminar entidades, instituciones y fondos, incluso para cosas tal fundamentales como el sector salud, ha sido mínimo. Quizá eso llevó a considerar que todo es posible y que el único límite es la imaginación.

De hecho, hay muchas cosas que requerían (y requieren) ser modificadas y que eso no había sido posible en buena medida por la capacidad de obstaculizar el actuar gubernamental por parte de diversos grupos de interés: sindicatos, empresarios, políticos. Nadie puede tener la menor duda que hay inmensos rubros de dispendio en el gasto público; que la inercia burocrática inevitablemente conlleva a demandar mayores recursos en lugar de elevar la productividad y mejorar los resultados; y que hay diversos renglones en el presupuesto público que tienen el efecto opuesto al concebido en su origen. La forma en que se conducen los líderes de los partidos de oposición dados los recursos federales que reciben por ley es un buen ejemplo de esto, pero ese es otro asunto.

Sin compromisos previos, el presidente López Obrador tenía todo en sus manos para llevar a cabo esa transformación que prometió pero que luego se redujo a no más que a concentrar el poder y a destruir fuentes de potencial contrapeso a la presidencia. Muchos de los grandes impedimentos al crecimiento económico y al desarrollo del país podían haber sido eliminados, abriendo ingentes oportunidades para el futuro. Eso no ocurrió. Y ahora el panorama se ensombrece por medidas que permiten anticipar escenarios cada vez más complejos y conflictivos para el proceso de sucesión en ciernes.

Las últimas semanas han sido testigo de la disposición a tentar el destino, incluso sin reconocerlo. Los ataques a la Suprema Corte de Justicia y especialmente a la ministra presidente no cesan y ahora se acompañan de decretos que entrañan, al menos en términos políticos, un claro espíritu de desacato. Nunca antes había ocurrido algo así. Acto seguido una expropiación, en este caso del ferrocarril transístmico. Estos dos ejemplos constituyen una enorme escalada respecto al ya de por sí agrio y agresivo tono de las mañaneras cotidianas. Y todavía faltan quince meses.

Pasado el colapso de la Unión Soviética y de los gobiernos comunistas de sus satélites, el jefe del partido de Hungría, Karoly Grosz acuñó una frase lapidaria que comienza a parecer una predicción de lo que viene en México: “el partido no fue destrozado por sus opositores sino, paradójicamente, por su liderazgo.” Justo en el momento del ciclo político en que los presidentes mexicanos tradicionalmente intentaban consolidar lo logrado y prepararse para el tramo final, confiando en poder evitar los altercados y potenciales crisis que acompañaron a muchas de las transiciones presidenciales, el presidente López Obrador eleva el tono y emprende una nueva embestida en cada vez más frentes.

El objetivo es claro: ganar las elecciones presidenciales a cualquier costo. La pregunta obligada es obvia: si las cosas van tan bien, ¿por qué tanto circo? O, en términos llanos, ¿para qué correr el riesgo de desatar fuerzas que luego pudieran resultar incontenibles a estas alturas del partido, abriendo más frentes cada minuto?

Especulando, hay dos posibilidades: una es que no hay tal certeza de triunfo, lo que exigiría doblar apuestas. La otra es que la facilidad con que el presidente ha logrado avanzar su agenda a lo largo de estos cinco años llevó a considerar que cualquier cosa es factible a un costo menor. Los japoneses pensaron algo así en la segunda guerra mundial y acabaron haciéndose harakiri.

El problema no radica meramente en el desquiciamiento de los límites tradicionales de la política mexicana (que, dicho sea de paso, no tienen porqué ser inamovibles), sino en la agresividad de la estrategia justo en el momento en que las vulnerabilidades inexorables de todos los sexenios comienzan a ascender y, con éstas, los riesgos de acabar mal. El instinto suicida anda desatado.

Ortega y Gasset decía que “Este es el peligro más grave que amenaza hoy la civilización: la intervención del Estado; la absorción de todo esfuerzo social espontáneo por parte del Estado, es decir, de la acción histórica espontánea, que a largo plazo sostiene, nutre e impulsa los destinos humanos.” El camino emprendido en los últimos días no sólo nos aleja de la civilización para acercar al país a la tiranía, sino que conduce a situaciones potencialmente críticas, justo lo opuesto a lo que ha motivado al presidente desde el primer día de su mandato.

De no alterar el curso, el país se podría encontrar, en el menor de los casos, ante una crisis constitucional que bien podría exacerbarse de no salir la elección como el presidente desea. Tiempos de pronóstico reservado.

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REFORMA

28 May. 2023