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La apuesta

Luis Rubio

“La maldición del hombre, y la causa de sus peores aflicciones, escribió HL Mencken, es su formidable capacidad para creer lo increíble. Siempre está abrazando los engaños, y cada uno es más absurdo que todos los que le precedieron.” Así parece la política mexicana actual.

La gran pregunta viendo hacia el 2024 es en qué medida será relevante la base social del presidente y su popularidad. Aunque no es la única variable significativa, su trascendencia es más que evidente.

Tres factores parecen certeros. Primero, a la fecha no existe una persona que aglutine a la oposición. Esta variable es clave porque el presidente domina la cancha, como si él fuese el único actor, apenas complementada (o distraída) por los precandidatos de su propia grey. Aunque hay algunos individuos y potenciales candidatos de vez en cuando asomando la cabeza, ninguno ha logrado capturar la imaginación del electorado ni representa un punto de competencia (o confrontación) para la retórica presidencial. El tiempo irá conformando potenciales opciones, pero sólo aquella que sea reconocible y aceptada por el electorado amplio sería susceptible de alterar los vectores actuales de la política nacional.

Segunda certeza: la popularidad no se transfiere. Las encuestas demuestran que la popularidad del presidente no se vincula a medidas tradicionales, como crecimiento, lo que le beneficia. Pero esto tiene el efecto de aislarlo de la vida cotidiana, incluyendo el devenir de sus candidatos, lo que podría incidir sobre lo que ocurra en 2024. Una elección tras otra ha demostrado que el partido del presidente y sus candidatos ganan o pierden más por la capacidad de movilización de Morena (y de los gobernadores amenazados) que por la popularidad del presidente; ahí donde la (disminuida) oposición ha logrado movilizar al electorado, Morena ha enfrentado mayor competencia. Pero donde ha perdido ha sido más producto del propio electorado que de cualquier movilización.

Y, tercera certeza, el presidente es un genio para la comunicación y ha logrado que su narrativa domine el discurso público y la discusión en todos los órdenes de la política mexicana. Sin embargo, como bien argumenta Emilio Lezama, todo tiene consecuencias: “desde la cima del poder político, AMLO ha logrado una narrativa convincente de que él no es el poder, sino el portavoz de la lucha general contra el ‘verdadero poder’…  el presidente ha mantenido su popularidad, pero ha perdido una oportunidad histórica de transformar al país. Su confrontación con instituciones y personajes públicos lo empoderan a él, pero debilitan al Estado. Al final esa es una de las grandes diferencias entre Lázaro Cárdenas y AMLO, el primero usó su llegada al poder para transformar al país y el segundo para mantener su popularidad.”

La narrativa de AMLO ha triunfado, pero lo ha hecho a costa de su proyecto de transformación nacional: el éxito del presidente en monopolizar la narrativa ha venido al costo de perder el avance de su agenda. El presidente también ha logrado separarse de su gobierno y de Morena, al grado en que en más de una ocasión amenazó con retirarse de su partido. Esa distancia también abona a su popularidad y crea un fenómeno peculiar que también traerá sus consecuencias: en la Cuba de Fidel el sufrimiento era legendario porque su revolución no se tradujo en mayor producción, mejores servicios o productos o una mejor calidad de vida. Pero los cubanos no culpaban a Fidel Castro: “no le dicen a Fidel, lo engañan,” “si sólo Fidel supiera.” O sea, la culpa es del gobierno, no del presidente, su estrategia o sus malas decisiones. Esto quizá explique la enorme y creciente diferencia entre la popularidad del presidente y la de su gobierno.

Cada uno de estos factores sigue su propia dinámica, pero el conjunto arroja un panorama cada vez más complejo y a la vez clarificador. El país vive bajo el hechizo de una narrativa que exalta el resentimiento acumulado y lo pone en la palestra como factor político a la vez movilizador de la base social, pero también paralizador de la economía. Uno alimenta al otro, limitando el potencial de desarrollo del país y, paradójicamente, impidiendo que se pudiesen articular políticas susceptibles de resolver las causas de la desigualdad y del resentimiento. La estrategia de la confrontación política acaba siendo muy útil para impulsar el perfil de una persona, pero no para mejorar los niveles de vida o la posibilidad de lograrlo.

Quizá nada ilustre mejor el entuerto que vive la política nacional que una caricatura de Alarcón de diciembre pasado sobre la mentada revocación de mandato: “No queremos que se vaya, pero queremos que nos pregunten si queremos que se vaya para decir que queremos que no se vaya.” Los objetivos del presidente al promover el referéndum son transparentes, pero no por eso dejan de ser un mero engaño. Otro más.

El panorama es claro: el país demanda una contienda seria para determinar su futuro, debate que establezca las opciones hacia adelante y fuerce a definiciones claras pues la indefinición actual no hace más que deteriorar al presente y cancelar el futuro. La salida no vendrá del hechizo, sino del debate -y la evidencia- que lo desenmascare. Mientras eso no ocurra, todo seguirá en la tablita.

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  REFORMA
 30 Ene. 2022 

El pasado

Luis Rubio

1982 fue un parteaguas en la vida política nacional. Para una parte de la sociedad, la crisis financiera de aquel año constituyó una señal inequívoca de la inviabilidad y, de hecho, del colapso del modelo económico que se había seguido al menos desde 1970. Para otros, en ese periodo se lograron las tasas de crecimiento más altas de la historia y, de no haber sido por los excesos en el rubro financiero, el país habría podido seguir por esa senda de manera permanente. Esa discusión sigue siendo vigente porque yace en el corazón de la estrategia que anima al presidente López Obrador.

Para el presidente, los problemas que experimenta el país son producto de las reformas que se emprendieron a partir de 1982: desde su perspectiva, aquellas reformas partieron de un diagnóstico errado y, por lo tanto, crearon la realidad de desigualdad y corrupción que él convirtió en bandera para ganar la presidencia. Lo que para unos fueron intentos de solución, para otros son la causa de los problemas actuales.

Aquella disputa de diagnósticos ha sido la esencia de la política nacional por casi cuatro décadas y diversos candidatos presidenciales a lo largo del camino representaron sendas posturas en cada justa electoral. Un asunto crucial en esta confrontación de visiones es si la elección de 2018 fue producto de un cambio de percepción por parte de la mayoría del electorado respecto al camino que debe seguir el país. Otro no menos relevante es si la política seguida por el gobierno actual nos acerca a una solución de la problemática nacional, comenzando por los males que el propio presidente denominó centrales, específicamente la corrupción, pobreza y desigualdad.

Desde luego, nadie sabe, bien a bien, qué es lo que motiva a cada votante en el momento de expresar su preferencia electoral. Sin embargo, la evidencia sugiere que hubo al menos tres factores que fueron definitivos en el resultado de la elección presidencial más reciente: la percepción de corrupción de la administración saliente; el hartazgo por la falta de resultados (sobre todo comparado con las expectativas) en términos de crecimiento, movilidad social y bienestar en general; y, finalmente, la manipulación de las condiciones de competencia en el periodo de campaña al perseguirse judicialmente a un candidato e impedirle desempeñarse a cabalidad a otro.

Un factor adicional que agrega otra dimensión al momento de aquella contienda es el de la naturaleza de las reformas que emprendió Peña Nieto. Hasta la llegada de ese presidente, ningún gobierno se había atrevido a modificar de manera tan profunda y hasta radical los tres artículos sacrosantos de la constitución política: Peña no sólo trastocó los tres (3°, 27° y 123°), sino que lo hizo sin arropar cada una de esas reformas con apoyos políticos transversales para atenuar la oposición que existía (abierta o soterrada) ni construyó un andamiaje político y cultural que les diera sustento. Es decir, obvió a la política como factor clave de cualquier reforma tan ambiciosa y políticamente riesgosa.Así, los innumerables intereses afectados no fueron contemplados o apaciguados. Muchos de ellos no hicieron otra cosa más que, como dice un proverbio japonés, sentarse “junto al río el tiempo suficiente, para ver flotar el cuerpo de su enemigo.»

Si a todo eso se le adiciona la enorme -y evidente- corrupción que acompañó a aquella administración en general, todo lo que hacía falta era un fusible que convirtiera al momento en oportunidad político-electoral. Y ese fusible lo proporcionó el hoy presidente López Obrador, quien se encontraba en el momento y circunstancia óptimos para aprovecharlo. No se requiere ir más lejos que observar la extraordinaria coalición que armó bajo los auspicios de Morena para ver a muchos de esos intereses ahí presentes y representados, viendo al enemigo flotar…

Cualquiera que sea la explicación integral de lo ocurrido en 2018, lo que no está en discusión es que el presidente López Obrador está convencido de la necesidad de regresar al pasado en que las cosas, desde su perspectiva, funcionaban bien. Todo su enfoque es hacia el desmantelamiento de lo reformado a partir de 1983, en aras de la recreación de los setenta, con la sola salvedad de cuidar las cuentas fiscales.

En la visión presidencial no hay un reconocimiento de lo tanto que ha cambiado el mundo desde los setenta o, especialmente, del extraordinario grado de complejidad que caracteriza a la economía mexicana en la actualidad. Tampoco hay un aprendizaje, más allá de lo fiscal, sobre la naturaleza de los problemas que el país enfrenta hoy en día, o de las características del mundo digital del siglo XXI.

Tampoco hay ni el menor intento por sumar a la población detrás de su proyecto. Su futuro no será distinto al de Peña, aunque las causas sean distintas.

Lord Acton, un político e historiador inglés del siglo XIX, escribió que el objetivo de una nación y su ciudadanía debe “ser gobernado no por el pasado, sino por el conocimiento del pasado: dos cosas muy diferentes.” Para el presidente López Obrador no existe esa distinción: fuera del reconocimiento que él claramente ha hecho sobre los excesos financieros de los setenta, su objetivo es la recreación de aquel pasado tal como era. Mucha retórica pero demasiado poco aprendizaje.

 

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 REFORMA

23 Ene. 2022

La agenda

Luis Rubio

Los objetivos que definieron la agenda y propuesta electoral del hoy presidente López Obrador son LOS problemas de México: pobreza, corrupción, desigualdad e insuficiente crecimiento. Se pueden discutir las estrategias para derrotar esos males, pero nadie puede disputar su trascendencia en la realidad nacional. El verdadero dilema reside en otra parte: se trata de problemas estructurales y sistémicos que tienen que ser comprendidos en esa dimensión porque, de lo contrario, el presidente -y el país- estarán persiguiendo no más que otra quimera. Otra de las muchas que se acumulan cada mañanera.

“Muchos de los problemas son sistémicos, dice Charles Murray en su nuevo libro,* pero no van a resolverse atacando su manifestación aparente. Se podrán resolver, o disminuir, atacando la problemática sistémica de la educación, los problemas sistémicos de legalidad y los problemas sistémicos de empleo.” Es decir, en lugar de pretender que un mejor maestro o un nuevo libro de texto van a transformar nuestro sistema educativo (o lo equivalente en materia de Estado de derecho), la única forma de lograr esa transformación es reconociendo su naturaleza estructural y concibiendo políticas públicas expresamente diseñadas para tal propósito.

En México, lo anterior implica comenzar por los objetivos del sistema educativo, que nunca fueron sobre la educación de la población, la igualación de oportunidades o la capacitación para la vida. La educación en el México postrevolucionario fue siempre un instrumento de acción política orientado a facilitar el control de la ciudadanía y a manipular su manera de pensar para construir una hegemonía ideológica. En vez de ser un factor transformador, la educación siempre se concibió para el control, razón por la cual no sólo se toleró el crecimiento de poderosos sindicatos del magisterio, sino que éste era un objetivo expreso del México corporativista: así como se procuraba el control de los trabajadores en el ámbito industrial, se buscaba el control de los maestros y la subordinación de la población a través de un sistema educativo diseñado para ese propósito. En esto, el México del siglo XX fue mucho más parecido a la vieja Unión Soviética que al resto de las naciones latinoamericanas y nada más distante al énfasis que adoptaron las naciones asiáticas para convertir a la educación en el factor transformador de sus sociedades.

En Asia, especialmente en países como Corea, Japón, Singapur y Taiwán, la educación se convirtió en el instrumento transformador de sus sociedades. Naciones sin mayores recursos naturales, todas ellas vieron a la educación como el medio a través del cual podrían elevar la productividad de sus economías, mejorar el ingreso de sus poblaciones y entrar a la era del mundo desarrollado por la puerta grande. No es casualidad que la segunda ola de gobiernos dedicados al mismo objetivo -como China y Vietnam- hayan visto a la educación como factor clave de su proyecto económico. El rápido ascenso en sus tasas de ingreso per cápita habla por sí mismo.

Por más que se hayan intentado diversas reformas educativas en México, desde la de los noventa hasta las del gobierno pasado, el hecho tangible, medido por resultados, es que el país sigue estancado en esta materia. Ahora, con un presidente que considera que el único objetivo legítimo de un gobierno es político -es decir, obviando cualquier consideración técnica o analítica- hemos vuelto a la lógica de los setenta en que el propósito expreso, no sólo de facto, de la educación es el control de la población. Con la noción de tirar por la borda cualquier cosa que no contribuya a la concentración del poder y la subordinación de todo al presidente, el gobierno actual amenaza con regresar al país a la era del neolítico post revolucionario.

¿Para qué educar a los mexicanos si se pueden emplear tecnologías de la era colonial que no requieren educación alguna?En lugar de procurar la elevación de los niveles de ingreso de la población y sus oportunidades de hacerla en la vida, comenzando por la más pobre, el gobierno del presidente López Obrador busca igualar hacia abajo: que todo mundo sea pobre. Ese puede no ser su objetivo, pero es lo que sus políticas están avanzando y el resultado serán décadas de atraso, además de resentimientos acumulados que no harán sino complicar el panorama. Esta también es la razón por la cual se observa un enorme crecimiento en el número de migrantes mexicanos hacia Estados Unidos: en lugar de buscar el desarrollo de México, el objetivo parece ser contribuir al desarrollo de nuestros vecinos.

La desigualdad y la pobreza son una realidad tangible, producto de todo un sistema diseñado para preservar esas circunstancias. Incluso los gobiernos más ambiciosos en materia de desarrollo fueron omisos en atacar los problemas estructurales -sociales, políticos, caciquiles- que son el pan de cada día de la vida de la abrumadora mayoría de los mexicanos. Es paradójico, pero sobre todo patético, que el gobierno más radical en su retórica en estas materias sea también el más reaccionario, el que más va a contribuir en el último medio siglo a elevar la pobreza, la desigualdad y, porqué no decirlo, la corrupción. Sorpresas que da la vida.

 

*FacingReality

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REFORMA
16 Ene. 2022

Alianzas

Luis Rubio

Coherencia ideológica o pragmatismo político: el dilema eterno de las alianzas. Éstas duran mientras sus integrantes encuentran mayores beneficios de participar y permanecer en ellas que en denunciarlas y romperlas. Desde los teóricos marxistas hasta los operadores políticos más avezados, las alianzas son el corazón de la política. En Holanda no ha habido un solo gobierno de mayoría en setenta años: las coaliciones son factor permanente y elemento clave de la civilidad de sus políticos porque nadie sabe con quién se asociará en el futuro. En este año que comienza, la alianza forjada para la elección intermedia de 2021 estará a prueba para el gran evento de 2024.

Las motivaciones para aliarse son muchas y muy diversas, pero la principal es siempre la necesidad. Un partido que cuenta con amplia mayoría carece de incentivo para aliarse; cuando necesita socios para lograr el poder, busca potenciales aliados con quienes asociarse. Esto que es común y corriente en los sistemas parlamentarios, ha sido toda una peripecia en nuestro país, pero no por eso deja de entrañar una impecable lógica.

Los partidos políticos se fraguan con un contenido ideológico, pero su función central es la de procurar el poder político, de ahí su flexibilidad a la hora de armar coaliciones o alianzas legislativas o electorales. Un partido puede ser puro en sus objetivos y pulcro en su proceder, pero si no está en el poder, su circunstancia le impide ser más que un testigo del acontecer de una nación. Una alianza entre fuerzas tan diversas como el PAN, PRI y PRD (y, potencialmente, Movimiento Ciudadano) le da urticaria a mucha gente (comenzando por este último), pero es la respuesta racional a la búsqueda del poder.

Sin duda, una alianza entraña costos porque al aliarse un partido cede libertades, comenzando por la de nominar a sus propios candidatos. Cuando se trata, como el año pasado, de una alianza para el poder legislativo, los sacrificios son relativamente menores, porque hay muchas curules que llenar; sin embargo, este año vendrán seis gubernaturas donde sólo puede haber un candidato de la alianza por estado, lo que producirá al menos tres potenciales perdedores por entidad. El año próximo habrá dos más y en 2024 la madre de todas las batallas.

Cada partido que se incorpora en una alianza lo hace porque ve en ella la mejor manera de avanzar sus propios intereses. Por más que cada uno de estos institutos políticos se sienta puro y casto, todos exhiben deficiencias, corrupciones y un abismal récord en términos de procedimientos democráticos a su interior. Haley Barbour, un político estadounidense, decía que “en política, la pureza es enemiga de la victoria.” Quien se alía con otros partidos lo hace porque tiene un objetivo que trasciende sus capacidades individuales.

Con un presidente poderoso que todavía retiene un relativamente alto nivel de popularidad, una alianza es el único mecanismo que ofrece una oportunidad a los partidos hoy en la oposición. Y cada uno de esos partidos enfrenta desafíos distintos cuando se ve ante el espejo. Para el PAN, partido que siempre se asumió como una entidad impoluta que contrastaba con la corrupción del PRI, ahora tiene que reconocer que su paso por el poder no fue tan distinto al de su némesis histórica. Para el PRI el problema es de sobrevivencia: extinguirse si se deja absorber por Morena o renovarse y encontrar una nueva plataforma y base de sustento político. Para el PRD, el más chico de los partidos en la alianza, el reto es no desaparecer a pesar del calibre de sus integrantes. MC no se quiso aliar para la intermedia porque no quería “contaminarse” de los costos del “pacto por México,” que asola a los otros tres.

Ciertamente, el riesgo de contagio es elevado, pero también lo es la tozudez. Como dicen los autores de Elogio de la traición, se trata de un equilibrio frágil porque el objetivo no es el de meramente perpetuarse en el poder. Si el objetivo de los partidos es el poder, la pregunta es cómo estructurar una alianza que tenga la mayor probabilidad de alcanzarlo. María Matilde Ollier, estudiosa argentina, lo dice de manera cándida: quienes quisieron respetar las normas nunca consiguieron la gobernabilidad y quienes lograron la gobernabilidad nunca respetaron las normas.

La realidad es que hace mucho que México requiere una transformación política, porque todo el aparato político y el sistema de gobierno está anquilosado, como lo evidencian sendas crisis de crecimiento económico, inseguridad, corrupción y pobreza. La manera de gobernar de López Obrador obligó a los partidos de oposición a unirse para tener la oportunidad de acceder al poder. La alianza de 2021 mostró que sí puede funcionar, pero la verdadera prueba no radica en el pragmatismo de juntarse para una elección, sino en definir una estrategia de transformación política. Sin una razón para aliarse que trascienda el mero triunfo electoral, los aliancistas sufrirían lo que sus integrantes ya padecieron en 2000, 2006 y 2012: un fracaso y el sucesivo ocaso.

En política, escribió Camus, son los medios los que justifican el fin. La alianza es un medio, pero su relevancia y capacidad de convencimiento del electorado, depende de la calidad del proyecto que enarbola la alianza y de sus integrantes.

 

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REFORMA
09 Enero 2022

Vestigios

Luis Rubio

La pandemia (casi) ha concluido, pero sus secuelas son visibles por todos lados. “Una epidemia,” apuntó Ambrose Bierce en 1906, es “una enfermedad con una vertiente social y pocos prejuicios.”

En el curso de este periodo recabé una multiplicidad de citas y anécdotas sobre las epidemias a lo largo de la historia. Aquí van algunas sugerentes:

En su novela Muerte en Venecia (1912)Thomas Mann relata como se iba llenando la casa en que se confinaron los afectados por la plaga, así como crecía el comercio entre el puerto y la isla cementerio de San Michele. Había miedo respecto a la posibilidad de que se colapsara la prosperidad de la ciudad; la exhibición de arte en los jardines públicos tenía que ser considerada debido a las serias pérdidas en caso de que el pánico o rumores desfavorables pudiesen amenazar a las tiendas, hoteles y a todo el sistema para exprimir a los extranjeros… El responsable gubernamental de la salud había sido forzado a renunciar, indignado ante la política de silencio y negación, para ser reemplazado por una personalidad más acomodaticia. Nada nuevo bajo el sol.

La humanidad enfrenta tres grandes enemigos: la fiebre, el hambre, y la guerra; de estas tres, por mucho las más grande, con mucho las más terrible, es la fiebre

William Osler, 1896

Después de que comenzó la epidemia, básicamente no volví a casa. Vivía separada de mi esposo y de mi familia. Mi hermana ayudó a cuidar a mis hijos en la casa. Mi hijo menor no me reconoció, no reaccionó cuando me vio en video. Me sentí perdida. Mi esposo me dijo que las cosas pasan en la vida, y no solo eres un participante, estás eligiendo liderar un equipo para combatir esta epidemia. Ese también es un acto muy significativo, dijo, y cuando todo vuelva a la normalidad, sabrá que fue una experiencia valiosa.

Entrevista con la Dra. Li Wenliang, quien falleció en Wuhan

Las plagas son tan seguras como la muerte y los impuestos

Richard Krause, 1982

Si se recuerdan las condiciones de vida de los trabajadores, si se piensa hasta qué punto sus viviendas se hallan amontonadas y cada rincón literalmente abarrotado de gente, si se tiene presente que los enfermos y los sanos duermen en una sola y misma pieza, en una sola y misma cama, resulta sorprendente que una enfermedad tan contagiosa como esa fiebre no se propague más aún. Y si se piensa en los pocos recursos médicos de que se dispone para atender a los enfermos, en el número de personas sin ninguna atención médica y que desconocen las reglas más elementales de la higiene, la mortalidad puede todavía parecer relativamente baja.

Federico Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, 1844

La muerte causada por la plaga bubónica es considerada, junto con la crucifixión, entre las más repugnantes experiencias humanas.

Guy R. Williams, 1975

Algunas personas aún no estaban convencidas de que realmente hubiera una plaga. Y como algunas víctimas realmente se habían recuperado, “se decía” por la gente común, y también por muchos médicos sesgados, que no era una verdadera plaga porque de lo contrario todos hubieran estado muertos

Alejandro Manzoni, The Betrothed, 1827

La consideración más importante en la causalidad de una enfermedad es la constitución del cuerpo que se ve afectado. Por lo tanto, no todas las personas morirán durante una epidemia.

Maimónides, c 1190

La enfermedad era tan terrible que nadie podía caminar ni moverse. Los enfermos estaban tan indefensos que sólo podían tumbarse en la cama, como cadáveres … Muchos murieron de peste y muchos otros murieron de hambre. No podían levantarse para buscar comida y todos los demás estaban demasiado enfermos para cuidarlos, por lo que murieron de hambre en sus camas. Algunas personas contrajeron una forma más leve de la enfermedad; sufrieron menos que otros y se recuperaron bien. Pero no pudieron escapar por completo. Sus miradas estaban devastadas, porque dondequiera que estallaba una llaga, dejaba una fea marca de viruela en la piel. Y algunos de los supervivientes quedaron completamente ciegos.

Bernardino de Sahagún, Códice Florentino, 1545-1590

Quien muere de una enfermedad epidémica es un mártir

Mahoma

En medio de la confusión, la plaga se extendió rápidamente, alentada tanto por la miseria como por la anarquía de la gente… El alcalde informó que “se habían cerrado veinticinco casas y continuamente encontrábamos más personas enfermas con la enfermedad contagiosa”. El alcalde Francesco della Stufa “pasó a una vida mejor”, y los sepultureros que le habían causado tantos problemas en su vida lo enterraron “en el cementerio de Cacciacane, porque había muerto de peste.”

Carlo M Cipolla, Faith, Reason and the Plague in Seventeenth-Century Tuscany, 1977

 

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 REFORMA
02 Ene. 2022

 

Tecnología

Luis Rubio

Todos los años traen sus sorpresas y oportunidades, pero algunos nos pueden dejar boquiabiertos frente a lo que ocurrió. En marzo de 2020 todos los habitantes del planeta nos encontramos ante un mundo desconocido: el del miedo y la reclusión por el riesgo que implicaba una pandemia, fenómeno que, con excepciones locales, sólo era conocido por referencia histórica. Sin embargo, no pasaron más que unas cuantas semanas para que aparecieran vacunas susceptibles de combatir al virus, vacunas cuya tecnología llevaba años en desarrollo pero que súbitamente encontraron una aplicación práctica. El resto es historia: de inmediato comenzaron las etapas de prueba de estas vacunas, seguido de su acelerada aplicación en este año que ahora termina. Uno no puede más que maravillarse de lo que la tecnología hace posible -y los riesgos que entraña.

Como en otros años, aprovecho este momento para citar a algunos de los grandes pensadores, esta vez respecto a este asunto del momento: la tecnología.

“Todo nuestro exaltado progreso tecnológico, civilización para el caso, es comparable a un hacha en manos de un criminal patológico.” Albert Einstein, 1917

“Donde termina el telescopio, comienza el microscopio. ¿Cuál de estos dos tiene la vista más grandiosa?” Victor Hugo, 1862

“La inteligencia se volverá cada vez más colectiva; la innovación y el orden serán cada vez más de abajo hacia arriba.” Matt Ridely

“Todas las civilizaciones se han basado en la tecnología. Lo que hace que la nuestra sea única es que por primera vez creemos que toda persona tiene derecho a todos sus beneficios.” Jacob Bronowski, 1972

«El verdadero problema no es si las máquinas piensan, sino si los hombres lo hacen». B.F. Skinner, 1969

«Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.» Julio Cortázar, Cronopios, 1962

“Inventor, n. Una persona que hace un arreglo ingenioso de ruedas, palancas y resortes y lo cree civilización.” Ambrose Bierce, 1911

«Si la raza humana quiere irse al infierno en una canasta, la tecnología puede ayudarla a llegar allí en avión». Charles M. Allen, 1967

“Sin esclavitud no hay algodón; sin algodón no hay industria moderna. Es la esclavitud lo que ha dado valor al comercio universal y el comercio mundial es la condición de la industria a gran escala.” Karl Marx, 1846

«A veces me pregunto. Estoy haciendo exploraciones. No sé adónde me llevarán. Mi trabajo está diseñado con el propósito de intentar comprender nuestro entorno tecnológico y sus consecuencias psíquicas y sociales. Mi propósito es emplear hechos como sondeos tentativos, como un medio de comprensión, de reconocimiento de patrones, en lugar de usarlos en el sentido tradicional y estéril de datos clasificados, categorías, contenedores. La mayor parte de mi trabajo con los medios es en realidad algo así como el de un ladrón de cajas fuertes. No sé qué hay dentro; tal vez no sea nada. Simplemente me siento y empiezo a trabajar. Tanteo, escucho, acepto y descarto; Intento con diferentes secuencias, hasta que los vasos caen y las puertas se abren de golpe «. Marshall McLuhan, 1969

«El verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología divina». Edward O Wilson, 2009

«Donde hay la habilidad técnica necesaria para mover montañas, no hay necesidad de la fe que mueve montañas». Eric Hoffer, 1955

“El ingrediente principal de la salsa secreta que conduce a la innovación es la libertad. Libertad para intercambiar, experimentar, imaginar, invertir y fracasar; ser libre de expropiaciones o restricciones por parte de jefes, sacerdotes y ladrones; libertad por parte de los consumidores para recompensar las innovaciones que les gustan y rechazar las que no ” Matt Ridley

 

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 26 Dic. 2021

Mis lecturas

Luis Rubio

2021 ha sido un año por demás extraño. Comenzó con un crecimiento casi exponencial en el número de contagios y terminó francamente a la baja.  Mientras que otras naciones actuaron para vencer a la pandemia con programas de vacunación perfectamente estructurados, como los que México hizo de manera sistemática y exitosa hace años para enfermedades terribles como la viruela y el polio, la obsesión por politizarlo todo llevó a otro resultado incierto, en vez de capitalizar las oportunidades que tiene a flor de piel, comenzando por el pleito China-Estados Unidos, cuyo beneficiario natural, si supiésemos a donde vamos, sería México.

China no deja de ser tema de análisis y discusión porque rompe con los patrones esperados por las ciencias sociales, lo que ha abierto la oportunidad para que tanto estudiosos serios como charlatanes ensayen y construyan hipótesis que van de lo serio a lo ridículo. El problema es que sólo el tiempo dirá quien tuvo razón en sus estimaciones respecto a la solidez de las instituciones y economía de aquella nación. La literatura al respecto no cesa; uno realmente interesante, intitulado La pesadilla china por Dan Blumenthal, plantea la existencia de una contradicción en el corazón de la estrategia del secretario del PC, Xi Jinping: por un lado, ha desplegado una ambición geopolítica extraordinaria con todo lo que eso implica en términos de gasto militar y subsidios para la construcción del proyecto de interconectar a China en el centro de sus corredores logísticos a través de Asia hasta África y Europa, mientras que, por otra parte, ha desmantelado los mecanismos construidos por sus predecesores, sobre todo Deng Xiaoping, para el desarrollo acelerado de su economía, creando una enorme debilidad interna que no puede soportar el proyecto político-militar. Se trata de una lectura obligada por la enorme trascendencia e importancia, en todos los órdenes, del gigante asiático.

Quizá la lectura más estimulante que tuve este año fue Open: The Story of Human Progress, de Johan Norberg. El argumento central es que, a lo largo de la historia, el mundo ha avanzado siempre que hay apertura en el sentido más amplio: a las ideas, al comercio y al intercambio. Los momentos de ascenso son producto de esa apertura, los de retroceso cuando las sociedades se repliegan hacia el tribalismo. De esta forma, la historia es una lucha constante entre cooperación y enclaustramiento. Uno de los mejores ejemplos que describe a detalle es el de China, nación que lideró al mundo en tecnología, ciencia y riqueza en la era en que mantuvo apertura al mundo, solo para experimentar pobreza en el momento en que se replegó. La principal paradoja que describe en múltiples ejemplos es la de la propensión a proteger lo existente que, en su origen, se logró por la existencia de un régimen de apertura. Lectura fascinante.

Un libro iconoclasta y hereje respecto al dogma predominante se intitula Capitalismo, democracia y la buena tienda de Ralph.* John Mueller argumenta que, a pesar de su mala imagen,  lo que permite la estabilidad, el desarrollo y la vida en sociedad es el sistema económico que genera riqueza llamado capitalismo. Por su parte, la democracia, que goza de enorme reconocimiento, es más un ideal que un mecanismo efectivo para resolver problemas y mejorar la calidad de vida de la población. La referencia a la tienda de Ralph es una alegoría creada por un humorista que afirma que “si no lo puedes encontrar en esa tienda, probablemente no lo necesitas.” La idea es que, a pesar de sus problemas de imagen, la democracia y el capitalismo han triunfado porque han aceptado que esos sistemas no pueden proveer todo pero que, en conjunto, la población acepta que si no te lo pueden dar, probablemente no lo requieres.

Pocas cosas tan desgarradoras como las llamadas “guerras sucias” cuando fuerzas gubernamentales y paramilitares se vuelcan contra la sociedad para “limpiarla” de los males de quienes piensan diferente. Daniel Loedel escribe Hades, Argentina, una novela sobre la desaparición de su media hermana en los setenta, donde el infierno es tanto una metáfora como el contexto en que ocurre la vida. Excelente lectura.

Mariana Mazzucato, una economista italiana, ha venido escribiendo una serie de textos críticos de las políticas económicas de las últimas décadas. En su más reciente libro, Mission Economy, argumenta que el modelo a seguir es el que hizo posible la misión Apolo que llevó al hombre a la luna, donde el gobierno se abocó, vía una política industrial, a construir las condiciones para que ello fuera posible. Su crítica suena razonable a la luz del mejor desempeño que han mostrado naciones que siguen este tipo de estrategias, notablemente China, pero, al final, su modelo suena más a la fallida Unión Soviética que a un mapa hacia el futuro, especialmente porque no demuestra que su esquema sea más efectivo para el desarrollo de las tecnologías que, como ilustra Matt Ridley, sólo ocurre de manera estocástica en un ambiente de libertad y competencia generada por los mercados. Como brillantemente argumenta Ridley en su más reciente libro, Cómo funciona la Innovación, nadie puede adivinar de antemano quién o de dónde vendrá el progreso.

*Capitalism, Democracy & Ralph’s Pretty Good Grocery

 

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 REFORMA

 19 Dic. 2021

 

Paradojas

Luis Rubio

El discurso, lenguaje corporal y tono son cada vez más intolerantes y reveladores de una creciente desesperación. La radicalización verbal fue en ascenso a lo largo de todo este año, culminando con ataques indiscriminados contra instituciones educativas, periodistas e individuos, muchos de los cuales, paradójicamente, habían sido bastiones y hasta promotores del propio presidente y ciertamente de sus causas. El cambio en su semblante respecto al inicio del gobierno es patente y, sin embargo, nada de eso ha alterado la devoción que le dispensa su base electoral.

Los especialistas en encuestas se desviven por explicar el fenómeno de la elevada popularidad con tan patéticos resultados y, especialmente, la distancia entre la calificación que recibe su gobierno respecto a la suya propia. En palabras de Francisco Abundis, “la percepción de la economía, la variable a considerar por antonomasia en la aprobación presidencial, parece no ser un indicador determinante. Parece ser que la población atiende otros indicadores como programas sociales… El fenómeno es muy parecido al que se observó con el expresidente Fox. Cuando simpatizantes del mandatario son cuestionados sobre los errores de la administración, la respuesta frecuentemente es responsabilizar a su equipo o los que están alrededor de él, pero nunca al presidente.”*

En su “informe” de tres años el pasado primero de diciembre, el presidente exhibió lo que podría ser una nueva estrategia para el remanente del sexenio: si lo que le importa a su base (y a su popularidad) no son los resultados tangibles medidos por medio de indicadores tradicionales (como crecimiento, empleo, seguridad, etc.), entonces lo que procede es la promoción personal, que es exactamente lo que fue el contenido de esa masiva convocatoria en el zócalo capitalino. Es decir, la lógica presidencial parece estar cambiando hacia la consagración no del proyecto sino de la persona como un mito.

La respuesta de quienes estaban presentes en aquel acto masivo, así como las cifras de popularidad, sugieren que no es una mala apuesta. Las mediciones tradicionales parecen no aplicarse a este presidente porque ha logrado ser identificado como el promotor de ciertas causas y encarnación de resentimientos acumulados que trascienden la demanda por los usuales satisfactores materiales o tangibles. La base electoral no le exige esos resultados porque su devoción tiene una explicación más religiosa, fundamentada en la fe, que racional. En una palabra, se trata de un fenómeno distinto que debe ser categorizado en sus propios términos.

En la historia del mundo hay muchos más líderes que aspiraron a convertirse en figuras míticas que aquellas que lo logran. Algunos se convirtieron en mitos por razones equivocadas (como el asesinato de Kennedy), otros por haber transformado a sus sociedades, igual para bien que para mal, como Mandela, Mao o Stalin. El excesivo poder que les confiere nuestro sistema político a los presidentes mexicanos con frecuencia les hace creer que pueden ser líderes transformadores que van a resolver, con o sin un proyecto idóneo, todos los problemas del país en menos de un sexenio. Muchos lo intentaron y prácticamente todos ellos acabaron en el basurero de la historia, cuando no peor.

Hace un par de décadas Thomas Frank* argumentó que la gente vota contra sus intereses: la gente privilegia valores sobre intereses y se asocia con líderes que promueven causas que no son materiales, inmediatas o necesariamente “racionales.” En el caso específico, el electorado de regiones como Kansas prefiere votar por candidatos que rechazan el aborto y favorecen la disponibilidad de armas para uso personal por encima de promotores de desarrollo económico, educación, mejores empleos y otras medidas tradicionales.

El punto es que no todas las preferencias electorales o políticas se pueden codificar, o incluso comprender, con categorías tradicionales de análisis. Los líderes que son efectivos emplean mitos para avanzar sus proyectos y muchas veces logran el apego de la población no por sus proyectos sino por factores que parecerían “irracionales” bajo medidas convencionales. Fidel Castro se convirtió en una figura mítica a pesar de haber empobrecido y mantenido oprimida a su población por más de medio siglo. Xi Jinping gobierna una nación extremadamente exitosa y, sin embargo, recurre a Mao, otro líder mítico que oprimió a su ciudadanía, como fuente de sustento ideológico.

En contraste con aquellas naciones (y muchas más), el momento de AMLO no es propicio para la consagración de una figura mítica. El acceso a la información y lo ingente de las expectativas de la población que esa información permite crea un punto de comparación que hace muy difícil preservar la coherencia entre malos resultados y un discurso grandilocuente. Lo certero es que vienen tres años de autopromoción irredenta. Eso quizá consagre el mito. Pero, como sugiere la evaluación de Abundis citada al inicio, también le puede ocurrir como a Fox, en quien se cimbraron extraordinarias expectativas y esperanzas que, al no materializarse, tuvieron el efecto de desmitificar drásticamente a la figura, hasta convertirla en lo opuesto a un mito: una ficción, un sofisma o, simplemente, un fracaso.

*Milenio, diciembre 1, 2021, **What’s de Matter With Kansas

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REFORMA

12 Dic. 2021

Hasta cuándo

Luis Rubio

 

La evidencia de estancamiento económico y retroceso social es abrumadora. Los programas de transferencias sociales, aunque políticamente motivados, no compensan el impacto de la pandemia ni la falta de crecimiento que hemos experimentado en estos últimos años. No es que las cosas estuvieran perfectas antes y de pronto se hayan colapsado, sino que atravesamos por un periodo de constante y sistemático deterioro que es evidente para todo mundo y, sin embargo, parece que estamos en el mundo de Alicia en el país de las maravillas donde todo es al revés. ¿De verdad lo es?

 

 

 

“Una de las lecciones más tristes de la historia, escribe Carl Sagan,* es esta: si hemos sido engatusados por suficiente tiempo, tendemos a rechazar cualquier evidencia de tal engatusamiento. Dejamos de estar interesados en identificar la verdad. El engaño nos ha capturado y es demasiado doloroso admitir, incluso en nuestro propio fuero interno, que hemos sido engañados. Una vez que le cedes a un charlatán poder sobre ti, ya nunca lo recuperas.”

 

 

 

Leía hace poco una historia de la ocupación alemana de Francia durante la segunda guerra mundial; la imagen que queda es la de un deterioro que es evidente, pero frecuentemente imperceptible hasta para observadores experimentados. Los factores que permiten algún grado de bienestar se erosionan, las fuentes de empleo desaparecen, los salarios que de hecho reciben los trabajadores disminuyen (y eso sin contemplar el deterioro en el poder adquisitivo), y el entorno social adquiere un dejo de naturalidad de algo que es todo menos natural. La corrupción florece o, más bien, sigue en todos los ámbitos pero ahora se percibe como comprensible y se justifica como si fuese parte inherente a una pretendida transformación. La presencia de militares en las calles y a cargo de toda clase de proyectos, antes intolerable, súbitamente adquiere un elevado nivel de legitimidad, como si fuese deseable. Discursos pueblerinos en los foros más altos del concierto internacional son alabados, incluso por observadores que sí saben, como piezas de oratoria trascendente, como si se tratara de Demóstenes, Cicerón o Churchill declamando en momentos de extraordinaria emergencia. Lo que antes era inaceptable -y que fue, en nuestro caso, en contraste con el ejemplo de Francia- lo que llevó a la elección de un movimiento que ansiaba atacar estos males, se torna no sólo aceptable, sino normal.

 

 

 

En un artículo reciente en The Atlantic, Anne Applebaum dice sobre el Talibán que su objetivo no es un floreciente y próspero Afganistán, sino un Afganistán en el que ellos están en el poder y se pregunta ¿cómo es posible tanta impunidad? Esa es la pregunta que los mexicanos tenemos que hacernos.

 

 

 

Y esa es la pregunta que muchos se hicieron hace unos meses y por eso la derrota urbana de Morena. También por eso fue posible una alianza entre partidos disímbolos y otrora competidores. Me queda claro que su legítimo objetivo, como el de cualquier partido político en el mundo, es el poder, pero el pragmatismo que han exhibido no es despreciable, pues demuestra una capacidad de respuesta ante una realidad de deterioro que les representa, evidentemente, una oportunidad.

 

 

 

Nada más lejos de mi espíritu que defender al “viejo orden” que supuestamente Morena desmanteló con eso de que “vamos bien.” Quien me haya hecho el favor de leerme en las pasadas décadas sabe que creo en un orden liberal tanto en lo económico como en lo político, pero que lo que teníamos antes estaba lejos de ese paradigma: los objetivos confesos eran esos, pero la realidad distaba mucho de ser así. Pero al menos teníamos, primero, espacios de libertad que el gobierno actual acota día a día y, segundo, la mitad geográfica (más o menos) del país avanzaba de manera sistemática. Nada de eso justifica la falta de oportunidades que ha caracterizado a los chiapanecos, oaxaqueños y otros tantos mexicanos por siglos, pero el pretendido éxito actual consiste en que todo mundo pierda. El viejo y desigual orden ahora sigue siendo desigual, pero peor para todos. Valiente progreso.

 

 

 

El discurso frente al presidente norteamericano y primer ministro canadiense evoca una burbuja desprendida de la realidad. Sí, el presidente abraza la realidad del TLC y el momento EUA-China, pero eso contradice sus iniciativas (electricidad, transparencia), donde se retrocede en materia de globalidad minuto a minuto, una globalidad, no sobra decir, que constituye, en la forma de exportaciones, la principal fuente de crecimiento e ingresos con que cuenta el país.

 

 

 

Un gobierno de oportunidades perdidas, la más grande de las cuales es la de no corregir, vaya, ni siquiera pretender enfrentar, los males que llevaron al gobierno actual a su triunfo electoral de 2018. Como el Talibán, todo era sobre el poder, no sobre los males verdaderos que aquejan al país.

 

 

 

“El hecho crucial, dice Sowell, es que es mucho más fácil concentrar poder que concentrar conocimiento.” Sobre la concentración de poder no hay duda; sobre la mejoría en el bienestar o calidad de vida de los mexicanos tampoco. Menos cuando una de las características de nuestro tiempo es la destrucción de conocimiento que permita acabar con la impunidad. La evidencia es contundente; ahora sólo falta que desaparezca el auto engaño.

 

 

 

* Carl Sagan, The Demon-Haunted World: Science as a Candle in the Dark 

 

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05 dic 2021

 

 

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Cómo termina esto

Luis Rubio

El problema de las apuestas es que éstas son binarias: todo o nada. Cuando un gobierno juega a las apuestas, como quien juega con fuego, puede acabar mal. Por tres años, el presidente ha apostado a una serie de factores que, hasta ahora y a pesar de la pandemia, le han salido esencialmente bien. Lo que nadie puede saber es si esos mismos factores seguirán siendo favorables. Las apuestas pueden salir bien, pero no por eso dejan de ser apuestas. Y también pueden salir mal…

El gobierno del presidente López Obrador ha hecho tres apuestas fundamentales: primera, los proyectos de infraestructura (la refinería, el tren y el aeropuerto) como fuentes de crecimiento económico, a lo que se suma la pretendida revitalización de Pemex. Estas iniciativas han avanzado contra lluvia y marea, pandemia y recesión, gracias a la convicción del presidente de que así se construye el futuro y se afianza su ansiada transformación.

La segunda apuesta es a la mejoría en los niveles de vida de la población que ha sido su base electoral (no siempre la más pobre o necesitada), y que confía garantice la continuidad político-electoral de su proyecto de gobierno. Esa población refrendó su apoyo en las recientes justas electorales, pero probó no ser suficiente para lograr el objetivo último de garantizar la continuidad o legitimidad del proyecto.

La tercera apuesta es a la estabilidad económico-financiera del país, medida esencialmente en la forma del tipo de cambio. Lo que muchos consideran una obsesión, particularmente quienes argumentaron con insistencia (muchos de ellos persuasivos) por un mayor gasto durante la pandemia, es producto de un cálculo político frío que se resume en la famosa frase de que “el presidente que devalúa se devalúa.” Para el presidente es claro que esta variable es trascendente para toda la sociedad mexicana y que, por lo tanto, es factor esencial en su proyecto.

Más allá de quejas y vítores, el proyecto presidencial ha sido exitoso en sus términos. Si bien no se han corregido los males que impulsaron su candidatura (como inseguridad, corrupción, crecimiento o pobreza), el mero hecho de que el país haya logrado navegar por las aguas turbulentas de la pandemia con el agudo empobrecimiento que implicó, le granjeó un resultado electoral infinitamente menos pernicioso a Morena de lo que pudo haber sido.

El problema de la segunda mitad de un sexenio es que ese es el tiempo de cosechar lo sembrado en los años previos y este gobierno no va a tener muchos frutos que recolectar. Los proyectos de infraestructura no son particularmente sólidos o con efectos multiplicadores de beneficios para la economía en su conjunto y hasta es posible que acaben como elefantes blancos; por su parte, en lugar de ser una fuente de demanda y crecimiento como lo fue en los setenta, Pemex es un dren interminable de recursos fiscales y, en todo caso, ya no tiene (ni jamás tendrá) el peso relativo que tuvo hace medio siglo y menos en una economía tan distinta. La complejidad que caracteriza a la economía mexicana del siglo XXI es tal que ningún gobierno puede pretender controlar todas sus variables o conducir todos sus procesos. Peor, la concentración de poder que yace en el corazón de la estrategia gubernamental constituye un freno a la inversión y al crecimiento. Para colmar el plato, el gobierno no ha hecho nada para combatir males como la corrupción o la inseguridad, factores que, de haberse disminuido, habrían sido, en sí mismos, enormes atractivos políticos y sociales para el desarrollo de largo plazo del país.

En adición a lo anterior, mucho de lo que facilitó la estabilidad en el trienio que concluye tiene menos que ver con el manejo interno que con los mercados financieros internacionales, que han sido especialmente favorables. No me queda duda alguna que mucho del apoyo que sigue logrando el presidente depende de esa estabilidad económica, pero a ésta se aúna la naturaleza profunda del electorado. Los mexicanos entienden lo limitado de sus opciones y por eso responden a los regalos que distribuyen los políticos (incluidas las transferencias) por razones electorales, lo que prueba su sagacidad, pero no necesariamente sus convicciones: acaba siendo un mero intercambio de favores.

En una palabra, el apoyo electoral es más volátil de lo que los políticos suponen y el presidente ha actuado bajo el supuesto de que puede eliminar mucho del gasto tradicional (como en salud o estancias infantiles) para dedicarlo a sus clientelas y a la vez esperar que el contexto internacional le seguirá favoreciendo. Pero ¿qué pasa si estas premisas resultan ser erradas?

Por un lado, hoy no resulta inconcebible que la Fed, el banco central estadounidense, comience a elevar las tasas de interés, lo que de inmediato repercutiría sobre el tipo de cambio peso-dólar. De la misma forma, en la medida en que vayan desapareciendo las enormes transferencias que ha realizado el gobierno americano por la pandemia, se reducirán las remesas. Por otro lado, dado el desfavorable entorno para la inversión, no hay razones para anticipar que la economía mexicana experimente un mejor desempeño. Y eso si la inseguridad no explota.

Al final del día, todo seguirá dependiendo de apuestas, como siempre.

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