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China a ojos de Lee Kuan Yew, el estadista de Singapur

América Economía – Luis Rubio

 Lee Kuan Yew, el estadista de Singapur que transformó un puerto mugroso, saturado de corrupción y vicios, en una de las ciudades-Estado más modernas del mundo, lleva décadas observando y analizando con profundidad lo que ocurre en el mundo. Supuestamente retirado, es frecuente visitante de presidentes en Beijing, Washington, Davos y otras capitales donde su sabiduría es siempre apreciada y respetada. Recientemente, tres académicos lo entrevistaron y reunieron toda esa sapiencia en un pequeño volumen*.

.Aquí van algunas de sus valiosas observaciones sobre China:

«No es realista hacer extrapolaciones simples y directas de su extraordinario desempeño económico en las últimas décadas. China enfrenta más desventajas hacia adelante y muchos más obstáculos que vencer de lo que reconoce la mayor parte de los observadores»

¿Pretende China desplazar a Estados Unidos como la principal potencia del mundo? «Por supuesto. ¿Por qué no? Por medio de un milagro económico han transformado a una sociedad pobre y ahora la segunda economía del mundo… Han seguido el mapa estadounidense al enviar gente al espacio y tumbar satélites con misiles. La suya es una cultura de cuatro mil años con 1,3 billones de gente, mucha de ella de gran talento. ¿Cómo no habrían de aspirar a ser el número uno en Asia y, eventualmente, del mundo?»

«La preocupación de EE.UU. es qué clase de mundo enfrentarán cuando China pueda disputar su preeminencia… Muchas naciones medianas y pequeñas en Asia también están preocupadas. Les inquieta que China quiera recrear el estatus de imperio que tuvo en siglos previos y tienen miedo de ser tratados como vasallos, obligados a pagarle tributo a esa nación «.

«Los chinos han concluido que su mejor estrategia es construir un futuro fuerte y próspero, y emplear a su inmenso número de trabajadores, crecientemente calificados y educados, para construir más y vender más que todos los demás. Ellos evitarán cualquier acción que deteriore su relación con EE.UU. Retar a una potencia más fuerte y tecnológicamente superior  como EE.UU. abortaría su proceso de ‘ascenso pacífico'».

«Los chinos han calculado que requieren 30 a 40, quizá 50, años de paz y tranquilidad para cerrar la brecha, consolidar su sistema, cambiar del comunismo a un sistema de mercado. Tienen que evitar los errores cometidos por Alemania y Japón. Su búsqueda de poder, influencia y recursos llevó a dos terribles guerras en el siglo pasado…»

«China inevitablemente alcanzará a EE.UU. en PIB absoluto. Pero su creatividad probablemente nunca empate la de los americanos porque su cultura no les permite un libre intercambio y competencia de ideas. ¿De qué otra forma explicar que un país con cuatro veces más población que EE.UU. -y, presumiblemente, cuatro veces más gente talentosa- no logra avances tecnológicos tan importantes?»

«China enfrenta problemas económicos enormes -una disparidad de ingresos entre las ciudades ricas de la costa y las provincias tierra adentro- y en las propias ciudades costeñas. Tienen que cuidar eso o acabará con un severo descontento y disturbios civiles. La tecnología va a hacer obsoleto su sistema de gobierno. Para 2030, 70% o tal vez el 75% de la población vivirá en ciudades. Tendrán teléfonos celulares, Internet, televisión satelital. Van a estar bien informados y se organizarán. No será posible gobernarlos en la forma en que ahora lo hacen, monitoreando y aplacando a unas cuantas personas, porque los números serán tan grandes».

«No es realista hacer extrapolaciones simples y directas de su extraordinario desempeño económico en las últimas décadas. China enfrenta más desventajas hacia adelante y muchos más obstáculos que  vencer de lo que reconoce la mayor parte de los observadores. El principal de ellos es su problema de gobierno: la ausencia de Estado de derecho, que en la China de hoy se parece más a la imposición del emperador; un enorme país en el que pequeños emperadores ejercen excesivo poder; hábitos culturales que limitan la imaginación y la creatividad, premiando el conformismo; un idioma que obliga a pensar por medio de epigramas y cuatro mil años de textos que sugieren que todo lo que vale la pena ya ha sido dicho, y dicho mejor por autores de antes; un lenguaje que es extraordinariamente difícil de aprender para extranjeros y que impide que comprendan bien a China y sean abrazados por su sociedad; y severas restricciones en su habilidad de atraer y asimilar talento de otras sociedades del mundo».

«China no será una democracia liberal; si lo fuera, se colapsaría. De eso estoy muy seguro y laintelligentsia china también lo entiende. Si uno cree que va a haber una revolución por la democracia en China, uno está equivocado. ¿Dónde están los estudiantes de Tiananmen ahora? Son irrelevantes. La gente quiere una China revitalizada»

«Para lograr la modernización de China, sus líderes comunistas están preparados para probar todos y cualquier método, excepto la democracia de un hombre y un voto en un sistema de partidos múltiples. Sus dos principales razones son su creencia de que el Partido Comunista Chino debe preservar el monopolio del poder para mantener la estabilidad; y su profundo temor por la inestabilidad en un sistema de competencia entre muchos partidos, que llevaría a una pérdida de control del centro sobre las provincias, con horrendas consecuencias, como los señoríos de los veinte y treinta del siglo XX».

En este libro Lee dice mucho más, no todo encomiable, sobre los mexicanos, la democracia y la globalización. Hombre talentoso y sumamente inteligente, ha pensado mucho los temas clave para el futuro sobre los que es imperativo reflexionar.

*Allison, Blackwill and Wyne: Lee Kuan Yew: The Grand Master’s Insights on China, The United States and the World, MIT Press, Cambridge, 2013.

 

http://www.americaeconomia.com/node/107790

Planeación de México: en una de esas, el chilazo nos sale bien

América Economía – Luis Rubio

    “Lo viejo se está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en el interregno aparecerán toda clase de síntomas mórbidos”. Así escribió Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Los mexicanos tenemos una gran experiencia en estas materias porque, a final de cuentas, llevamos décadas en una serie de transiciones que no tienen principio ni fin. En contraste con el puñado de naciones que lograron -por circunstancia o liderazgo excepcional- construir una transición negociada, nuestro curso ha sido una mezcla de reformas reales, prejuicios, competencia y choques con intereses dedicados a minar el proceso. Los desafíos han provenido igual de la derecha que de la izquierda, de la burocracia o los poderes fácticos. En ocasiones por desidia, en otras por ausencia de visión o capacidad de operación política, el país ha transitado de un sistema autoritario a uno indefinido, saturado de contradicciones y procesos incompletos. Me pregunto si la complejidad (y los absurdos y excesos) del proceso político que estamos viviendo estos días con lo electoral y energético se puede explicar en esta dimensión. 

Hace unas semanas mencioné el tema del este de Europa, donde la presencia de «élites alternativas» fue un factor diferenciador crucial entre los países exitosos y los que no lo fueron. Por otro lado, China es un país en el que su gobierno y partido han planeado hasta la hora en que sale el sol y, sin embargo, experimenta un proceso de cambio que está cada vez menos bajo el control de sus autoridades. En los países del este de Europa nada se planeó porque su evolución política y nacional se debió a un factor externo: el colapso de la Unión Soviética.

Como China, México experimenta un cambio incompleto donde, a pesar de la alternancia de partidos en el gobierno, no se han desmantelado las estructuras autoritarias de antaño ni se ha incorporado un cuerpo de funcionarios que creció y se desarrolló de manera independiente del viejo sistema. Como en las naciones menos exitosas de Europa del este, los viejos funcionarios priistas se mantuvieron en control del aparato del Estado…

 

Robert Kaplan* lleva años, y varios libros, estudiando la evolución china. Sus ideas se resumen así:

a.- la era de los tecnócratas está culminando, dando lugar a la de los políticos y “los políticos, aún en las democracias liberales, explotan las emociones de la gente. Esto podría llevar a la presencia de gobernantes más erráticos y nacionalistas”;

b.- el problema no es la democracia: “el problema en China es un vasto e indisciplinado Estado que lleva décadas en un proceso desordenado de liberalización”;

c.- en sus primeras etapas, “la democratización de cualquier sociedad entraña la disminución de sus élites de poder y, con la excepción de los estados totalitarios -de los cuales China ya no es uno- la caída de las élites puede llevar a decisiones y exabruptos inmoderados en el corto plazo”;  y

d.- “el problema con los sistemas autoritarios es que, si permanecen así por décadas, la única cohorte de funcionarios capaces de administrar al gobierno y formular sus políticas son las mismas élites autoritarias; por lo tanto, derrocar o cambiar a un sistema así entraña riesgos severos”.

Parece evidente que ambas perspectivas ofrecen lecciones para México. Como China, México experimenta un cambio incompleto donde, a pesar de la alternancia de partidos en el gobierno, no se han desmantelado las estructuras autoritarias de antaño ni se ha incorporado un cuerpo de funcionarios que creció y se desarrolló de manera independiente del viejo sistema. Como en las naciones menos exitosas de Europa del este, los viejos funcionarios priistas se mantuvieron en control del aparato del Estado, haciendo tanto más difícil la aprobación e instrumentación de reformas significativas. Baste recordar la forma en que los sindicatos de entidades estatales se mantuvieron incólumes a lo largo de todo este periodo o el modo en que perredistas y panistas se acomodaron a las formas ancestrales de corrupción.

Quizá la principal lección que ofrecen estos ejemplos resida en el hecho de que, en ausencia de un acuerdo explícito entre las élites (España, Chile o Sudáfrica) o del total colapso del sistema anterior (el este de Europa), el devenir de una nación depende en buena medida de la capacidad del liderazgo que se encuentra en el momento. Es decir, hay un extraordinario elemento de suerte en todo esto. China vive el proceso de cambio de manera cotidiana y todavía está por verse qué clase de aterrizaje logra.

En su estudio sobre la Reforma religiosa, el nacimiento del Protestantismo, Patrick Collinson** afirma que“ninguna revolución, no importa qué tan radical, jamás ha involucrado un repudio total al orden que le precedió. ¿Con qué van a trabajar los revolucionarios si no es con las ideas y aspiraciones de quienes les precedieron? ¿Qué fue Stalin si no un nuevo zar? Thomas Hobbes afirmó que ‘el Papado no es otra cosa que el espíritu del extinto Imperio Romano, sentado con la corona sobre su tumba’. Jesús no fue el primer cristiano y Lutero no fue luterano”. Los cambios políticos y las transiciones entre sistemas toman tiempo y nunca son iguales.

México tendrá que encontrar su propio camino, con las estructuras, personas y visión que tenga disponible. Una paradoja de nuestra peculiar evolución es que el partido que siempre ofreció una reforma «radical»  no supo cómo encabezarla ni tuvo la grandeza para intentarlo: y su propuesta político-electoral demuestra que no ha avanzado ni un milímetro. Ahora le toca al PRI intentarlo, evitando atorarse en el camino como le ha ocurrido al gobierno chino. No es casualidad que China se dio contra la pared y ahora anda en búsqueda de una nueva estrategia. México no anda muy lejos de esa proverbial pared… La ventaja es que mucha planeación no hace la diferencia. Capaz que, en una de esas, al chilazo mexicano nos sale bien.

*The China Puzzle.

**The Reformation.

 

http://www.americaeconomia.com/node/107561

China a ojos de Lee

Luis Rubio

Lee Kuan Yew, el estadista de Singapur que transformó un puerto mugroso, saturado de corrupción y vicios, en una de las ciudades-Estado más modernas del mundo, lleva décadas observando y analizando con profundidad lo que ocurre en el mundo. Supuestamente retirado, es frecuente visitante de presidentes en Beijing, Washington, Davos y otras capitales donde su sabiduría es siempre apreciada y respetada. Recientemente, tres académicos lo entrevistaron y reunieron toda esa sapiencia en un pequeño volumen*. Aquí van algunas de sus valiosas observaciones sobre China:

¿Pretende China desplazar a Estados Unidos como la principal potencia del mundo? «Por supuesto. ¿Por qué no? Por medio de un milagro económico han transformado a una sociedad pobre y ahora la segunda economía del mundo… Han seguido el mapa estadounidense al enviar gente al espacio y tumbar satélites con misiles. La suya es una cultura de cuatro mil años con 1.3 billones de gente, mucha de ella de gran talento. ¿Cómo no habrían de aspirar a ser el número uno en Asia y, eventualmente, del mundo?»

«La preocupación de EUA es qué clase de mundo enfrentarán cuando China pueda disputar su preeminencia… Muchas naciones medianas y pequeñas en Asia también están preocupadas. Les inquieta que China quiera recrear el status de imperio que tuvo en siglos previos y tienen miedo de ser tratados como vasallos, obligados a pagarle tributo a esa nación «.

«Los chinos han concluido que su mejor estrategia es construir un futuro fuerte y próspero, y emplear a su inmenso número de trabajadores, crecientemente calificados y educados, para construir más y vender más que todos los demás. Ellos evitarán cualquier acción que deteriore su relación con EUA. Retar a una potencia más fuerte y tecnológicamente superior  como EUA abortaría su proceso de ‘ascenso pacífico'».

«Los chinos han calculado que requieren 30 a 40, quizá 50, años de paz y tranquilidad para cerrar la brecha, consolidar su sistema, cambiar del comunismo a un sistema de mercado. Tienen que evitar los errores cometidos por Alemania y Japón. Su búsqueda de poder, influencia y recursos llevó a dos terribles guerras en el siglo pasado…»

«China inevitablemente alcanzará a EUA en PIB absoluto. Pero su creatividad probablemente nunca empate la de los americanos porque su cultura no les permite un libre intercambio y competencia de ideas. ¿De qué otra forma explicar que un país con cuatro veces más población que EUA -y, presumiblemente, cuatro veces más gente talentosa- no logra avances tecnológicos tan importantes?»

«China enfrenta problemas económicos enormes -una disparidad de ingresos entre las ciudades ricas de la costa y las provincias tierra adentro- y en las propias ciudades costeñas. Tienen que cuidar eso o acabará con un severo descontento y disturbios civiles. La tecnología va a hacer obsoleto su sistema de gobierno. Para 2030, 70% o tal vez el 75% de la población vivirá en ciudades. Tendrán teléfonos celulares, Internet, televisión satelital. Van a estar bien informados y se organizarán. No será posible gobernarlos en la forma en que ahora lo hacen, monitoreando y aplacando a unas cuantas personas, porque los números serán tan grandes».

«No es realista hacer extrapolaciones simples y directas de su extraordinario desempeño económico en las últimas décadas. China enfrenta más desventajas hacia adelante y muchos más obstáculos que  vencer de lo que reconoce la mayor parte de los observadores. El principal de ellos es su problema de gobierno: la ausencia de Estado de derecho, que en la China de hoy se parece más a la imposición del emperador; un enorme país en el que pequeños emperadores ejercen excesivo poder; hábitos culturales que limitan la imaginación y la creatividad, premiando el conformismo; un idioma que obliga a pensar por medio de epigramas y cuatro mil años de textos que sugieren que todo lo que vale la pena ya ha sido dicho, y dicho mejor por autores de antes; un lenguaje que es extraordinariamente difícil de aprender para extranjeros y que impide que comprendan bien a China y sean abrazados por su sociedad; y severas restricciones en su habilidad de atraer y asimilar talento de otras sociedades del mundo».

«China no será una democracia liberal; si lo fuera, se colapsaría. De eso estoy muy seguro y laintelligentsia china también lo entiende. Si uno cree que va a haber una revolución por la democracia en China, uno está equivocado. ¿Dónde están los estudiantes de Tiananmen ahora? Son irrelevantes. La gente quiere una China revitalizada»

«Para lograr la modernización de China, sus líderes comunistas están preparados para probar todos y cualquier método, excepto la democracia de un hombre y un voto en un sistema de partidos múltiples. Sus dos principales razones son su creencia de que el Partido Comunista Chino debe preservar el monopolio del poder para mantener la estabilidad; y su profundo temor por la inestabilidad en un sistema de competencia entre muchos partidos, que llevaría a una pérdida de control del centro sobre las provincias, con horrendas consecuencias, como los señoríos de los veinte y treinta del siglo XX».

En este libro Lee dice mucho más, no todo encomiable, sobre los mexicanos, la democracia y la globalización. Hombre talentoso y sumamente inteligente, ha pensado mucho los temas clave para el futuro sobre los que es imperativo reflexionar.

 

*Allison, Blackwill and Wyne: Lee Kuan Yew: The Grand Master’s Insights on China, The United States and the World, MIT Press, Cambridge, 2013

www.cidac.org

@lrubiof

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UN AÑO

 FORBES – LUIS RUBIO

 “LA DIFERENCIA ENTRE EL PASADO, PRESENTE y el futuro – decía Einstein -, es sólo una ilusión persistente”. El gobierno del presidente Peña Nieto parece empeñado en demostrar que es posible recrear al menos parte del pasado, la más exitosa de nuestra historia reciente.

El punto de partida del gobierno fue simple y contundente: el país no ha estado avanzando, le economía exhibe un muy pobre desempeño, la pobreza no ha aminorado y las estructuras políticas no responden a las necesidades del país ni resuelven sus problemas. En una palabra, el país está a la deriva y para alterar ese curso se requiere un gobierno eficaz. Comparta uno la estrategia adoptada o no, nadie podría disputar la esencia del diagnóstico.

Mi hipótesis es que el proyecto del gobierno surgió de comparar la era exitosa del desarrollo estabilizador en términos de crecimiento económico y orden político con las últimas décadas, lo que le llevó a desarrollar una estrategia dedicada a la reconstrucción  de las estructuras características de antaño, con el objetivo de convertir al presidente en el corazón del Estado y al gobierno en el factótum  del desarrollo económico.

Es decir, se trata de una respuesta política – de poder – a la problemática  que experimenta el país en todos los frentes, factor que quizá explique tanto el énfasis en los asuntos de poder como la ausencia de proyectos específicos en temas qua abruman a la población como la seguridad pública, la justicia, el abuso burocrático y el pésimo desempeño del gasto público que se ejerce en todo el sistema en general.

Con esa lógica, la primera etapa del gobierno consistió en establecer un sentido de orden, una jerarquía de autoridad y una presidencia fuerte por encima de los conflictos cotidianos de un gobierno eficaz.

Para hacer avanzar el proyecto, se hizo un uso excepcionalmente diestro de la comunicación, se emprendieron iniciativas que van desde la implementación de la forma como un elemento de fondo en las relaciones políticas, hasta la detención de la lideresa magisterial y la construcción del llamado Pacto por México. El nuevo modelo es político, más que económico, y la apuesta consiste en que sus beneficios se traducirán en una mayor tasa de crecimiento de la economía, que lo logrados en las décadas pasadas.

 

EL PAÍS ES MUCHO MÁS COMPLEJO QUE EL ESTADO DE MEXICO Y,  [LAS DECISIONES DEL PRESIDENTE] HAN MOSTRADO QUE LA CONDUCCION HA SIDO MUCHO MENOS EFICAZ DE LO QUE PROMETE EL DISCURSO”.

 

El problema es que no sólo es necesaria la eficacia; también se requiere de un proyecto idóneo. Así, no deberían sorprendernos los magros resultados a la fecha. El gobierno ha prometido eficacia pero se ha quedado corto, no sólo en realidades sino, sobre todo, en su proyecto. El país es mucho más complejo que el Estado de México y, como ilustran sus decisiones y resultados en asuntos como la vivienda, la tasa de crecimiento de la economía, la miscelánea fiscal y la forma en que ha permitido que se le junten las oposiciones a sus reformas, la conducción ha sido mucho menos eficaz de la que promete en su discurso. El desempate entre realidad y discurso igual lleva a una revisión integral del proyecto, lo que sería deseable, que a un nuevo círculo vicioso de inflación, liderazgo y crisis, multiplicado por el conflicto político y la inseguridad, que subyacen.

El mundo ha cambiado dramáticamente en cinco décadas, desde el fin del llamado desarrollo estabilizador. Por indispensable que sea el fortalecimiento del gobierno, las características que hoy hacen exitosos a los países trascienden el hecho de contar con un gobierno eficaz. Lo que hace exitoso al gobierno es que sea eficaz en lo que le corresponde como esencia y eso implica solución a los problemas fundamentales (seguridad, infraestructura física, justicia, educación, etcétera) y convencimiento (con los recursos que sean necesarios) de todos los actores sociales. El desarrollo no es un proyecto de poder: es un resultado de la acción eficaz del Estado.

El éxito del gobierno no dependerá de cuántas reformas se aprueben, sino de los problemas que éstas resuelvan. Hasta ahora, el tenor del actuar gubernamental, sobre todo en el terreno de legislativo, ha sido más un ejercicio de poder – demostrar que este gobierno si tiene capacidad de lograr reformas fundamentales –, más que en avanzar un proyecto coherente, profundo y continuo de transformación. La diferencia no reside en la capacidad de operación política (condición que sine que non para hacer posible el desarrollo), sino en la sustancia de su proyecto. Podría parecer lo mismo pero no es igual.

 

LUIS RUBIO ES PRESIDENTE DEL CENTRO DE INVESTIGACION PARA EL DESARROLLO, A.C

www.cidac.org

@lrubiof

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¿Dónde quedó la bolita?

Luis Rubio

“Lo viejo se está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en el interregno aparecerán toda clase de síntomas mórbidos”. Así escribió Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Los mexicanos tenemos una gran experiencia en estas materias porque, a final de cuentas, llevamos décadas en una serie de transiciones que no tienen principio ni fin. En contraste con el puñado de naciones que lograron –por circunstancia o liderazgo excepcional- construir una transición negociada, nuestro curso ha sido una mezcla de reformas reales, prejuicios, competencia y choques con intereses dedicados a minar el proceso. Los desafíos han provenido igual de la derecha que de la izquierda, de la burocracia o los poderes fácticos. En ocasiones por desidia, en otras por ausencia de visión o capacidad de operación política, el país ha transitado de un sistema autoritario a uno indefinido, saturado de contradicciones y procesos incompletos. Me pregunto si la complejidad (y los absurdos y excesos) del proceso político que estamos viviendo estos días con lo electoral y energético se puede explicar en esta dimensión.

 

Hace unas semanas mencioné el tema del este de Europa, donde la presencia de «élites alternativas» fue un factor diferenciador crucial entre los países exitosos y los que no lo fueron. Por otro lado, China es un país en el que su gobierno y partido han planeado hasta la hora en que sale el sol y, sin embargo, experimenta un proceso de cambio que está cada vez menos bajo el control de sus autoridades. En los países del este de Europa nada se planeó porque su evolución política y nacional se debió a un factor externo: el colapso de la Unión Soviética.

 

Robert Kaplan* lleva años, y varios libros, estudiando la evolución china. Sus ideas se resumen así: a) la era de los tecnócratas está culminando, dando lugar a la de los políticos y “los políticos, aún en las democracias liberales, explotan las emociones de la gente. Esto podría llevar a la presencia de gobernantes más erráticos y nacionalistas”; b) el problema no es la democracia: “el problema en China es un vasto e indisciplinado Estado que lleva décadas en un proceso desordenado de liberalización”; c) en sus primeras etapas, “la democratización de cualquier sociedad entraña la disminución de sus élites de poder y, con la excepción de los estados totalitarios –de los cuales China ya no es uno- la caída de las élites puede llevar a decisiones y exabruptos inmoderados en el corto plazo”;  y d) “el problema con los sistemas autoritarios es que, si permanecen así por décadas, la única cohorte de funcionarios capaces de administrar al gobierno y formular sus políticas son las mismas élites autoritarias; por lo tanto, derrocar o cambiar a un sistema así entraña riesgos severos”.

 

Parece evidente que ambas perspectivas ofrecen lecciones para México. Como China, México experimenta un cambio incompleto donde, a pesar de la alternancia de partidos en el gobierno, no se han desmantelado las estructuras autoritarias de antaño ni se ha incorporado un cuerpo de funcionarios que creció y se desarrolló de manera independiente del viejo sistema. Como en las naciones menos exitosas de Europa del este, los viejos funcionarios priistas se mantuvieron en control del aparato del Estado, haciendo tanto más difícil la aprobación e instrumentación de reformas significativas. Baste recordar la forma en que los sindicatos de entidades estatales se mantuvieron incólumes a lo largo de todo este periodo o el modo en que perredistas y panistas se acomodaron a las formas ancestrales de corrupción.

 

Quizá la principal lección que ofrecen estos ejemplos resida en el hecho de que, en ausencia de un acuerdo explícito entre las élites (España, Chile o Sudáfrica) o del total colapso del sistema anterior (el este de Europa), el devenir de una nación depende en buena medida de la capacidad del liderazgo que se encuentra en el momento. Es decir, hay un extraordinario elemento de suerte en todo esto. China vive el proceso de cambio de manera cotidiana y todavía está por verse qué clase de aterrizaje logra.

 

En su estudio sobre la Reforma religiosa, el nacimiento del Protestantismo, Patrick Collinson** afirma que “ninguna revolución, no importa qué tan radical, jamás ha involucrado un repudio total al orden que le precedió. ¿Con qué van a trabajar los revolucionarios si no es con las ideas y aspiraciones de quienes les precedieron? ¿Qué fue Stalin si no un nuevo zar? Thomas Hobbes afirmó que ‘el Papado no es otra cosa que el espíritu del extinto Imperio Romano, sentado con la corona sobre su tumba’. Jesús no fue el primer cristiano y Lutero no fue luterano”. Los cambios políticos y las transiciones entre sistemas toman tiempo y nunca son iguales.

 

México tendrá que encontrar su propio camino, con las estructuras, personas y visión que tenga disponible. Una paradoja de nuestra peculiar evolución es que el partido que siempre ofreció una reforma «radical»  no supo cómo encabezarla ni tuvo la grandeza para intentarlo: y su propuesta político-electoral demuestra que no ha avanzado ni un milímetro. Ahora le toca al PRI intentarlo, evitando atorarse en el camino como le ha ocurrido al gobierno chino. No es casualidad que China se dio contra la pared y ahora anda en búsqueda de una nueva estrategia. México no anda muy lejos de esa proverbial pared… La ventaja es que mucha planeación no hace la diferencia. Capaz que, en una de esas, al chilazo mexicano nos sale bien.

 

*The China Puzzle.

**The Reformation.

 

www.cidac.org

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Reforma electoral en México: joya de incentivos a la corrupción e impunidad

  • América Economía – Luis Rubio

“Cada cual cuenta la feria según le va en ella”, reza un viejo refrán popular. Lo mismo es cierto para la corrupción, el acceso a la justicia y la calidad de gobierno. No en vano escribió alguna vez GK Chesterton que “los pobres algunas veces reclaman por ser mal gobernados en tanto que los ricos siempre objetan ser gobernados del todo”. La perspectiva importa: cada uno de los ciudadanos se encuentra en un lugar distinto de la cadena social, política y económica de valor en la sociedad y ese lugar le confiere mayor o menor capacidad para influir en su propio destino o en el de la sociedad. La corrupción emana precisamente de esas diferencias y se manifiesta en los momentos y circunstancias más extraños.

La corrupción y la impunidad son de los males que la mayor parte de la población identifica en el corazón de nuestros problemas. Para ello, todo mundo demanda la aplicación de la ley: algunos argumentan que el problema central yace en la indisposición, o incapacidad, de la autoridad para hacer valer los reglamentos existentes; para otros, las leyes están diseñadas para beneficiar a los poderosos y preservar sus intereses. ¿Puede una misma ley tener esas dos características, ser inherentemente contradictoria?

Lo que México requiere es acotar las facultades que las leyes otorgan, abrir espacios de competencia en todos los ámbitos, eliminar restricciones al comercio y a las importaciones y, en una palabra, crear condiciones para que nadie –gobierno, empresas, sindicatos, partidos políticos- tenga la posibilidad de acumular tanto poder o capacidad de imposición como ahora ocurre.

Por su parte, la autoridad, en todos niveles, enfrenta realidades cotidianas que entrañan contradicciones inexorables. Por más que algunas preferirían privilegiar a grupos antagonistas y hasta violentos por sus propias motivaciones políticas o ideológicas, la mayoría sabe que es imposible la aplicación de la ley en sus términos. No falta el presidente municipal que, al emplear la fuerza pública, acaba generando un enorme conflicto político que lo acaba convirtiendo en el malo de la película, en el “represor”. John le Carré lo decía muy bien: “el poder corrompe, pero alguien tiene que gobernar”. ¿Cómo, pues, gobernar en condiciones como éstas?

La sociedad mexicana vive momentos de efervescencia política y social que es caldo de cultivo natural para la corrupción. La impunidad que caracteriza nuestra vida cotidiana fomenta la corrupción y promueve acciones y decisiones políticas que no hacen sino, paradójicamente, afianzarla.

La corrupción es muchas cosas simultáneas. En unas instancias es consecuencia, en otras síntoma y, para muchos, un medio para la solución de sus problemas. Todo depende del lugar de la “cadena de valor” del poder en que uno se encuentre. Para el ciudadano común y corriente, la corrupción es una solución al excesivo poder discrecional de la autoridad: una mordida -pequeña o grande- permite quitarse de encima a un inspector, agente de tránsito o burócrata cuyas facultades son tan vastas que ésta acaba siendo una solución funcional. La corrupción es sintomática de un sistema político podrido que se caracteriza por la existencia de tantas leyes y reglamentos que le confieren enormes facultades a la autoridad, permitiendo un inmenso potencial de abuso.

La corrupción emana de la existencia de leyes y reglamentos tan generales, imprecisos e indefinidos que se abren vastos espacios de discrecionalidad, confiriéndole facultades excesivas –arbitrarias- a la autoridad, a todos niveles. Ese exceso de poder se traduce en males sociales como la inequidad en la aplicación de la ley, la posibilidad de premiar a unos y castigar a otros empleando el mismo estatuto y, sobre todo, cerrar los ojos ante el abuso de los poderosos, sean estos líderes sindicales, empresas o individuos. También se traduce en impunidad -otra forma de corrupción- para quienes detentan poder.

Este contexto es el que hace posible que se nutran y crezcan los poderes fácticos, que delincuentes se apropien de las calles, las carreteras o los cruces fronterizos y que exista un entorno de permanente incertidumbre para las personas en sus derechos y bienes. Es también el contexto perfecto para que los políticos y sus partidos inventen soluciones que desafían no sólo el sentido común, sino hasta la gravedad.

Los inspectores más simples y sus equivalentes cuentan con facultades tan enormes que pueden decidir la apertura o cierre de una empresa o el que una persona acabe en la cárcel. Los poderes de las entidades regulatorias son tan vastos que abusan. Tanto poder hace imposible la existencia de una autoridad confiable. Sin lineamientos claros y acotados, la autoridad acaba siendo impune y, por lo tanto, arbitraria e ilegítima y, por lo mismo, disfuncional. Esos excesos se traducen en entornos que facilitan, por ejemplo, el afianzamiento de prácticas monopólicas y los plantones o la violencia. O leyes absurdas.

En estas circunstancias, sería ridículo pretender que más del mismo tipo de reglamentos, leyes o entidades va a terminar con la corrupción. Lo que México requiere es acotar las facultades que las leyes otorgan, abrir espacios de competencia en todos los ámbitos, eliminar restricciones al comercio y a las importaciones y, en una palabra, crear condiciones para que nadie –gobierno, empresas, sindicatos, partidos políticos- tenga la posibilidad de acumular tanto poder o capacidad de imposición como ahora ocurre. Cuando esa “cadena de valor del poder” sea más plana, menos sesgada y más equitativa, el país podrá florecer.

La reforma electoral que tramaron nuestros dilectos senadores es una joya de incentivos a la corrupción e impunidad. Sería deseable que se deseche. En todo caso, ojalá al menos permita una reforma energética que justifique semejante arbitrariedad y retroceso.

 

http://www.americaeconomia.com/node/106706

Cadenas de valor

Luis Rubio

“Cada cual cuenta la feria según le va en ella” reza un viejo refrán popular. Lo mismo es cierto para la corrupción, el acceso a la justicia y la calidad de gobierno. No en vano escribió alguna vez GK Chesterton que “los pobres algunas veces reclaman por ser mal gobernados en tanto que los ricos siempre objetan ser gobernados del todo”. La perspectiva importa: cada uno de los ciudadanos se encuentra en un lugar distinto de la cadena social, política y económica de valor en la sociedad y ese lugar le confiere mayor o menor capacidad para influir en su propio destino o en el de la sociedad. La corrupción emana precisamente de esas diferencias y se manifiesta en los momentos y circunstancias más extraños.

La corrupción y la impunidad son de los males que la mayor parte de la población identifica en el corazón de nuestros problemas. Para ello, todo mundo demanda la aplicación de la ley: algunos argumentan que el problema central yace en la indisposición, o incapacidad, de la autoridad para hacer valer los reglamentos existentes; para otros, las leyes están diseñadas para beneficiar a los poderosos y preservar sus intereses. ¿Puede una misma ley tener esas dos características, ser inherentemente contradictoria?

Por su parte, la autoridad, en todos niveles, enfrenta realidades cotidianas que entrañan contradicciones inexorables. Por más que algunas preferirían privilegiar a grupos antagonistas y hasta violentos por sus propias motivaciones políticas o ideológicas, la mayoría sabe que es imposible la aplicación de la ley en sus términos. No falta el presidente municipal que, al emplear la fuerza pública, acaba generando un enorme conflicto político que lo acaba convirtiendo en el malo de la película, en el “represor”. John le Carré lo decía muy bien: “el poder corrompe, pero alguien tiene que gobernar”. ¿Cómo, pues, gobernar en condiciones como éstas?

La sociedad mexicana vive momentos de efervescencia política y social que es caldo de cultivo natural para la corrupción. La impunidad que caracteriza nuestra vida cotidiana fomenta la corrupción y promueve acciones y decisiones políticas que no hacen sino, paradójicamente, afianzarla.

La corrupción es muchas cosas simultáneas. En unas instancias es consecuencia, en otras síntoma y, para muchos, un medio para la solución de sus problemas. Todo depende del lugar de la “cadena de valor” del poder en que uno se encuentre. Para el ciudadano común y corriente, la corrupción es una solución al excesivo poder discrecional de la autoridad: una mordida -pequeña o grande- permite quitarse de encima a un inspector, agente de tránsito o burócrata cuyas facultades son tan vastas que ésta acaba siendo una solución funcional. La corrupción es sintomática de un sistema político podrido que se caracteriza por la existencia de tantas leyes y reglamentos que le confieren enormes facultades a la autoridad, permitiendo un inmenso potencial de abuso.

La corrupción emana de la existencia de leyes y reglamentos tan generales, imprecisos e indefinidos que se abren vastos espacios de discrecionalidad, confiriéndole facultades excesivas –arbitrarias- a la autoridad, a todos niveles. Ese exceso de poder se traduce en males sociales como la inequidad en la aplicación de la ley, la posibilidad de premiar a unos y castigar a otros empleando el mismo estatuto y, sobre todo, cerrar los ojos ante el abuso de los poderosos, sean estos líderes sindicales, empresas o individuos. También se traduce en impunidad –otra forma de corrupción- para quienes detentan poder.

Este contexto es el que hace posible que se nutran y crezcan los poderes fácticos, que delincuentes se apropien de las calles, las carreteras o los cruces fronterizos y que exista un entorno de permanente incertidumbre para las personas en sus derechos y bienes. Es también el contexto perfecto para que los políticos y sus partidos inventen soluciones que desafían no sólo el sentido común, sino hasta la gravedad.

Los inspectores más simples y sus equivalentes cuentan con facultades tan enormes que pueden decidir la apertura o cierre de una empresa o el que una persona acabe en la cárcel. Los poderes de las entidades regulatorias son tan vastos que abusan. Tanto poder hace imposible la existencia de una autoridad confiable. Sin lineamientos claros y acotados, la autoridad acaba siendo impune y, por lo tanto, arbitraria e ilegítima y, por lo mismo, disfuncional. Esos excesos se traducen en entornos que facilitan, por ejemplo, el afianzamiento de prácticas monopólicas y los plantones o la violencia. O leyes absurdas.

En estas circunstancias, sería ridículo pretender que más del mismo tipo de reglamentos, leyes o entidades va a terminar con la corrupción. Lo que México requiere es acotar las facultades que las leyes otorgan, abrir espacios de competencia en todos los ámbitos, eliminar restricciones al comercio y a las importaciones y, en una palabra, crear condiciones para que nadie –gobierno, empresas, sindicatos, partidos políticos- tenga la posibilidad de acumular tanto poder o capacidad de imposición como ahora ocurre. Cuando esa “cadena de valor del poder” sea más plana, menos sesgada y más equitativa, el país podrá florecer.

La reforma electoral que tramaron nuestros dilectos senadores es una joya de incentivos a la corrupción e impunidad. Sería deseable que se deseche. En todo caso, ojalá al menos permita una reforma energética que justifique semejante arbitrariedad y retroceso.

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@lrubiof

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La ambiciosa agenda de reformas de Peña Nieto: colisiones para el 2014

  • América Economía –

Cuando el estadista duque de Richelieu (1766-1822) se encontraba planeando una campaña militar, uno de sus oficiales puso un dedo en el mapa y afirmó “cruzaremos el río en este lugar”, a lo que Richelieu respondió: “excelente señor, pero su dedo no es un puente”. La diferencia entre planear y lograr es enorme y es particularmente notable cuando las tensiones se exacerban, los objetivos se entrecruzan y las realidades se imponen.

El primer año de la presidencia de Enrique Peña Nieto ha sido todo lo que sus partidarios y detractores anticipaban. Como preveían sus partidarios, el gobierno ha sido eficaz, ordenado y disciplinado. Existe un objetivo claro, se han reconstruido y afianzado las estructuras de control, los gobernadores se han replegado, los partidos de oposición juegan con el gobierno y la agenda legislativa avanza. Como anticipaban sus detractores, el orden no es equivalente a contar con un plan: la inexperiencia se ha traducido en un pésimo desempeño económico, la inseguridad va en ascenso, la popularidad del gobierno va a la baja y las promesas de mantener la estabilidad financiera y eliminar los obstáculos al crecimiento del país se desvanecen en el aire.

 

Más allá de las contraposiciones que denotan esos contrastes, es patente que hoy hay un gobierno con sentido de poder y de orden, algo que había desaparecido del mapa desde los 60.

Más allá de las contraposiciones que denotan esos contrastes, es patente que hoy hay un gobierno con sentido de poder y de orden, algo que había desaparecido del mapa desde los 60. Muchos critican su excesivo formalismo, pero las formas también son fondo: son una expresión de orden y una convocatoria a respetar las reglas, así sean estas las no escritas del viejo sistema. De la misma forma, es innegable la profunda contradicción entre el plan de gobierno presentado en campaña que prometía guardar la estabilidad económica, resolver los problemas de crecimiento y lanzar un proyecto transformador, con la  falta de coherencia entre las diversas reformas que se han avanzado, el ánimo de no tocar intereses cercanos al PRI y una agenda económica más burocrática y política que orientada a la prometida transformación.

Luego de casi dos décadas de parálisis en materia de reformas relevantes, este primer año ha sido especialmente significativo por la obsesión por avanzar una ambiciosa agenda en temas sustantivos susceptibles de afectar intereses. Por años se habló de reformas en temas como el laboral, educativo, telecomunicaciones, energético y hacendario. En todos ellos, el gobierno hizo una propuesta de reforma, casi todas involucrando enmiendas constitucionales, negoció con los partidos de oposición y avanzó en su aprobación. En términos formales, el resultado es impecable. Lo único que falta para 2014 es la ley reglamentaria en materia energética, para la cual la coalición gobernante tiene suficientes votos para su aprobación.

El problema reside en la calidad, en el contenido de las reformas y, por supuesto, su implementación.Por lo que concierne al contenido de las reformas, el gobierno hizo suya la noción de que el problema era la ausencia de reformas y no el fondo de las mismas. Lo importante era ponerle palomita a la lista de reformas requeridas y la realidad se vería transformada como por arte de magia. Si uno observa el contenido de varias de las reformas ya aprobadas, no es mucho lo que se puede esperar y eso suponiendo que se implementen de manera integral.

La reforma laboral no constituye un cambio radical. La reforma educativa representa un avance, pero no tan profundo como sus proponentes sugieren y todavía está por verse si puede ser implementada. La llamada reforma hacendaria acabó siendo una gran miscelánea fiscal sin más coherencia que la de financiar, con déficit y deuda pública adicional, un presupuesto exacerbado. La reforma de las telecomunicaciones parece estar acabando en un nuevo arreglo entre los poderes fácticos en la materia. La reforma energética está inconclusa y, aunque es con mucho la más promisoria, en este momento es imposible saber si el contenido de las leyes secundarias atraerá la ansiada inversión. En cualquier caso, lo que es evidente es que no existe conexión entre las diversas reformas: lo importante no era remover obstáculos al crecimiento e incrementar la productividad sino palomear la lista.

Pasada la aprobación de las leyes secundarias en materia de energía vendrá el proceso de implementación. Ahí es donde se pondrán a prueba tanto los objetivos profundos de la administración como su capacidad de operación política. Algunos asuntos son relativamente simples de trasladar y traducir de la reforma legal a la realidad concreta: lo laboral seguirá viviendo las contradicciones históricas entre la legislación vigente y la práctica cotidiana; en telecomunicaciones la propia ley ya es producto de arreglos entre los actores del sector. Persistirán las disputas en materia educativa, donde la clave reside en separar los asuntos académicos de los laborales. El gran conflicto que se avecina es el de la energía donde, además del pleito político, chocarán los intereses internos de los monstruos burocráticos de Pemex y CFE –sus burocracias, sindicatos, contratistas- que por décadas han depredado y expoliado sin límite alguno.

El año ha sido impactante tanto por el impresionante avance legislativo como por la inexperiencia del gobierno y su pretensión de imponer su visión sobre la realidad. No me cabe duda que en los próximos meses veremos un choque entre estos dos vectores. Sólo queda confiar en que habrá la flexibilidad de adaptar los objetivos a la realidad y no al revés.

 

http://www.americaeconomia.com/node/106265

Un año de claroscuros

INFOLATAM – Por LUIS RUBIO

(Especial Infolatam).- El primer año de la presidencia de Enrique Peña Nieto ha sido todo lo que sus partidarios y detractores anticipaban. Como preveían sus partidarios, el gobierno ha sido eficaz, ordenado y disciplinado. Existe un objetivo claro, se han reconstruido y afianzado las estructuras de control, los gobernadores se han replegado, los partidos de oposición juegan con el gobierno y la agenda legislativa avanza.

Como anticipaban sus detractores, el orden no es equivalente a contar con un plan, la inexperiencia se ha traducido en un pésimo desempeño económico, la inseguridad va en ascenso, la popularidad del gobierno va a la baja y las promesas de mantener la estabilidad financiera y eliminar los obstáculos al crecimiento del país se desvanecen en el aire.

El punto de partida del hoy gobierno fue simple y contundente: el país no ha estado avanzando, la economía exhibe un muy pobre desempeño, la pobreza no ha aminorado y las estructuras políticas no responden a las necesidades del país ni resuelven sus problemas. En una palabra, el país está a la deriva decía el entonces candidato y para alterar ese curso se requiere un gobierno eficaz. Comparta uno la estrategia adoptada o no, nadie podría disputar la esencia del diagnóstico.

Lo significativo no es el diagnóstico sino el hecho de que, más allá de indicadores generales de los que se desprenden las afirmaciones del párrafo anterior, la propuesta de solución, la estrategia que se ha seguido a lo largo de este primer año de gobierno, no responde a un análisis específico de lo existente, un cálculo de las variables económicas o sociales, o un análisis de la dinámica que caracteriza al país en general y a cada uno de sus componentes, sino que es producto de la comparación de la forma en que operaba el país “cuando sí funcionaba” con la situación actual.

La comparación relevante que encuentra el hoy gobierno, no sorprendente dada la biografía personal del presidente y de su estado de origen, es con la era del desarrollo estabilizador, específicamente con el presidenteAdolfo López Mateos (1958-1964). Lo aparente de aquella época es elocuente: orden, altas tasa de crecimiento económico, poco conflicto político y un gobierno con las capacidades necesarias para conducir los destinos del país y actuar frente a sus desafíos.

Mi lectura es que el proyecto del gobierno surgió de esa concepción y su estrategia reside en la reconstrucción de las estructuras y características de antaño con el objetivo de convertir al presidente en el corazón del Estado y al gobierno en el factótum del desarrollo económico. Es decir, se trata de una respuesta política –de poder- a la problemática que experimenta el país en todos los frentes, factor que quizá explique tanto el énfasis en los asuntos de poder como la ausencia de iniciativas concretas en asuntos que abruman a la población como la seguridad pública, la justicia, el abuso burocrático y el pésimo desempeño del gasto público que se ejerce en todo el sistema en general.

Con esa lógica, la primera etapa del gobierno consistió en establecer un sentido de orden, una jerarquía de autoridad y una presidencia fuerte por encima de los conflictos cotidianos. Para avanzar el proyecto se hizo un uso excepcionalmente diestro de la comunicación, se emprendieron iniciativas que van desde la implantación de la forma como un elemento de fondo en las relaciones políticas (quizá el mejor ejemplo de lo cual haya sido el extraordinario cuidado con que se organizó la ceremonia de inauguración) hasta la detención de la líder magisterial y la construcción del llamado Pacto por México.

El gobierno se abocó a establecerse como el corazón político del país, a imponer condiciones de interlocución, limitar a los llamados “poderes fácticos”, cancelar conductos de comunicación alternos, estipular reglas a las empresas grandes, marcar distancia respecto al gobierno estadounidense y algunas de sus agencias y, en general, ponerse por encima de los intereses que, en el diagnóstico gubernamental, habían crecido en poder a expensas del Estado.

La estrategia se desdobla con ese mismo criterio de poder en cada una de las áreas de actividad gubernamental. En el caso de la economía, el instrumento prioritario es el gasto, razón por la cual el imperativo categórico para el gobierno residía en incrementar la recaudación fiscal y reducir el gasto disponible de los consumidores y de las empresas. En una palabra, el proyecto de desarrollo es el gobierno. Se trata de un cambio de modelo que se fundamenta en una estrategia de poder como medio para lograr el desarrollo. El nuevo modelo es político más que económico y la apuesta consiste en que sus beneficios se traducirán en una mayor tasa de crecimiento de la economía que los logrados en las décadas pasadas.

Luego de casi dos décadas de parálisis en materia de reformas relevantes, este primer año ha sido especialmente significativo por la obsesión por avanzar una ambiciosa agenda en temas sustantivos susceptibles de afectar intereses. Por años se habló de reformas en temas como el laboral, educativo, telecomunicaciones, energético y hacendario. En todos ellos, el gobierno hizo una propuesta de reforma, casi todas involucrando enmiendas constitucionales, negoció con los partidos de oposición y avanzó en su aprobación. En términos formales, el resultado es impecable. Lo único que falta para 2014 es la ley reglamentaria en materia energética, para la cual la coalición gobernante tiene suficientes votos para su aprobación.

El problema reside en la calidad, en el contenido de las reformas y, por supuesto, su implementación. Por lo que concierne al contenido de las reformas, el gobierno hizo suya la noción de que el problema era la ausencia de reformas y no el fondo de las mismas. Lo importante era ponerle palomita a la lista de reformas requeridas y la realidad se vería transformada como por arte de magia. Si uno observa el contenido de varias de las reformas ya aprobadas, no es mucho lo que se puede esperar y eso suponiendo que se implementen de manera integral.

La reforma laboral no constituye un cambio radical. La reforma educativa representa un avance, pero no tan profundo como sus proponentes sugieren y todavía está por verse si puede ser implementada. La llamada reforma hacendaria acabó siendo una gran miscelánea fiscal sin más coherencia que la de financiar, con déficit y deuda pública adicional, un presupuesto exacerbado. La reforma de las telecomunicaciones parece estar acabando en un nuevo arreglo entre los poderes fácticos en la materia. La reforma energética está inconclusa y, aunque es con mucho la más promisoria, en este momento es imposible saber si el contenido de las leyes secundarias atraerá la ansiada inversión. En cualquier caso, lo que es evidente es que no existe conexión entre las diversas reformas: lo importante no era remover obstáculos al crecimiento e incrementar la productividad sino palomear la lista.

Pasada la aprobación de las leyes secundarias en materia de energía vendrá el proceso de implementación. Ahí es donde se pondrán a prueba tanto los objetivos profundos de la administración como su capacidad de operación política. Algunos asuntos son relativamente simples de trasladar y traducir de la reforma legal a la realidad concreta: lo laboral seguirá viviendo las contradicciones históricas entre la legislación vigente y la práctica cotidiana; en telecomunicaciones la propia ley ya es producto de arreglos entre los actores del sector. Persistirán las disputas en materia educativa, donde la clave reside en separar los asuntos académicos de los laborales. El gran conflicto que se avecina es el de la energía donde, además del pleito político, chocarán los intereses internos de los monstruos burocráticos de Pemex y CFE -sus burocracias, sindicatos, contratistas- que por décadas han depredado y expoliado sin límite alguno.

El año ha sido impactante tanto por el impresionante avance legislativo como por la inexperiencia del gobierno y su pretensión de imponer su visión sobre la realidad. No me cabe duda que en los próximos meses veremos un choque entre estos dos vectores. Sólo queda confiar en que habrá la flexibilidad de adaptar los objetivos a la realidad y no al revés.

http://www.infolatam.com/2013/12/01/un-ano-de-claroscuros/

Más discurso que conducción

NEXOS 432-diciembre 2013-

Luis Rubio

En las últimas cuatro décadas hemos tenido de todo: gobiernos sin idea de lo que estaban haciendo y que provocaron profundas crisis sociales y económicas (LEA y JLP), gobiernos que lidiaron con crisis e intentaron hacer lo mejor posible (MDLM y EZ), gobiernos que entendían la realidad y procuraron cambiarla de manera radical (CSG) y gobiernos que intentaron cambiar pero no tuvieron interés o visión (VFQ) o la capacidad (FCH) de lograrlo. A lo que no nos habíamos enfrentado es a un gobierno con capacidad y disposición para cambiar pero sin la menor preocupación por la realidad que estaban pretendiendo alterar.

El punto de partida del hoy gobierno fue simple y contundente: el país no ha estado avanzando, la economía exhibe un muy pobre desempeño, la pobreza no ha aminorado y las estructuras políticas no responden a las necesidades del país ni resuelven sus problemas. En una palabra, el país está a la deriva —decía el entonces candidato— y para alterar ese curso se requiere un gobierno eficaz. Comparta uno la estrategia adoptada o no, nadie podría disputar la esencia del diagnóstico.

Lo significativo no es el diagnóstico sino el hecho de que, más allá de indicadores generales de los que se desprenden las afirmaciones del párrafo anterior, la propuesta de solución, la estrategia que se ha seguido a lo largo de este primer año de gobierno, no responde a un análisis específico de lo existente, un cálculo de las variables económicas o sociales, o un análisis de la dinámica que caracteriza al país en general y a cada uno de sus componentes, sino que es producto de la comparación de la forma en que operaba el país “cuando sí funcionaba” con la situación actual. La comparación relevante que encuentra el hoy gobierno, sin sorpresas dada la biografía personal del presidente y de su estado de origen, es con la era del desarrollo estabilizador. Lo aparente de aquella época es elocuente: orden, alta tasa de crecimiento económico, poco conflicto político y un gobierno con las capacidades necesarias para conducir los destinos del país y actuar frente a sus desafíos.

Mi hipótesis es que el proyecto del gobierno surgió de esa concepción y su estrategia reside en la reconstrucción de las estructuras y características de antaño con el objetivo de convertir al presidente en el corazón del Estado y al gobierno en el factótum del desarrollo económico. Es decir, se trata de una respuesta política —de poder— a la problemática que experimenta el país en todos los frentes, factor que quizá explique tanto el énfasis en los asuntos de poder como la ausencia de proyectos específicos en asuntos que abruman a la población como la seguridad pública, la justicia, el abuso burocrático y el pésimo desempeño del gasto público que se ejerce en todo el sistema en general.

 

Con esa lógica, la primera etapa del gobierno consistió en establecer un sentido de orden, una jerarquía de autoridad y una presidencia fuerte por encima de los conflictos cotidianos. Para avanzar el proyecto se hizo un uso excepcionalmente diestro de la comunicación, se emprendieron iniciativas que van desde la implantación de la forma como un elemento de fondo en las relaciones políticas (quizá el mejor ejemplo de lo cual haya sido el extraordinario cuidado con que se organizó la ceremonia de inauguración) hasta la detención de la líder magisterial y la construcción del llamado Pacto por México. El gobierno se abocó a establecerse como el corazón político del país, a imponer condiciones de interlocución, limitar a los poderes fácticos, cancelar conductos de comunicación alternos, estipular reglas a las empresas grandes, marcar distancia respecto al gobierno estadunidense y algunas de sus agencias y, en general, ponerse por encima de los intereses que, en el diagnóstico gubernamental, habían crecido en poder a expensas del Estado.

La estrategia se desdobla con ese mismo criterio de poder en cada una de las áreas de actividad gubernamental. En el caso de la economía, el instrumento prioritario es el gasto, razón por la cual el imperativo categórico para el gobierno residía en incrementar la recaudación fiscal y reducir el gasto disponible de los consumidores y de las empresas. En una palabra, el proyecto de desarrollo es el gobierno. Se trata de un cambio de modelo que se fundamenta en una estrategia de poder como medio para lograr el desarrollo. El nuevo modelo es político más que económico y la apuesta consiste en que sus beneficios se traducirán en una mayor tasa de crecimiento de la economía que los logrados en las décadas pasadas.

A favor del proyecto gubernamental se puede afirmar que hace tiempo es clara la necesidad de dar un viraje, por la sencilla razón de que lo existente no estaba funcionando. La pregunta relevante es si el giro que le ha dado el gobierno al modelo de desarrollo es susceptible de lograr, en palabras del presidente Peña, la transformación del país. Sobresale que uno de los grandes déficit, si no es que el principal de las últimas décadas, ha sido la ausencia e ineficacia del gobierno. Ante este marco, es necesario restablecer un sentido de orden y autoridad.

El problema es que no sólo es obligatoria la eficacia; también se requiere un proyecto idóneo. En este contexto, no deberían sorprender los magros resultados a la fecha. El gobierno ha prometido eficacia pero se ha quedado corto, no sólo en realidades sino sobre todo en su proyecto. El país es mucho más complejo que el Estado de México y, como ilustran sus decisiones y resultados en asuntos como el de vivienda, la tasa de crecimiento de la economía, la miscelánea fiscal y la forma en que ha permitido que se le junten las oposiciones a sus reformas, la conducción ha sido mucho menos eficaz de lo que promete el discurso. El desempate entre realidad y discurso lleva a una revisión integral del proyecto, lo que sería deseable, en lugar de un nuevo círculo vicioso de inflación, liderazgo y crisis, multiplicado por el conflicto político y la inseguridad que subyacen.

El mundo ha cambiado dramáticamente en las cinco décadas desde que murió por extenuación el llamado desarrollo estabilizador.  Desde esta perspectiva, por indispensable que sea el fortalecimiento del gobierno, las características que hoy hacen exitosos a los países trascienden el hecho de contar con un gobierno eficaz: la existencia de un gobierno con tal característica es una condición necesaria para que sea posible el desarrollo, pero no suficiente. Con todos sus avatares, lo que hace exitosas a naciones como Corea, Indonesia, Irlanda, Polonia, Colombia y Chile es la calidad del liderazgo que han logrado sus gobiernos. En estos casos ha servido para persuadir a sus poblaciones, convencerlas de sus proyectos y, en pocas palabras, lograr la legitimidad del gobierno y del gobernante. Su liderazgo no es especialmente económico: no es el gasto público el que impacta a la ciudadanía, convence a los sindicatos a aceptar la mediación gubernamental y le confiere certidumbre a los inversionistas para que comprometan cuantiosos recursos en un proyecto de largo plazo.

Lo que hace exitoso al gobierno es que éste sea eficiente en lo que le corresponde como esencia y eso implica solución a los problemas fundamentales —seguridad, infraestructura física, justicia, educación, etcétera— y convencimiento (con los recursos que sean necesarios) de todos los actores sociales. El desarrollo no es un proyecto de poder: es un resultado de la acción eficaz del Estado.

El éxito del gobierno no dependerá de cuántas reformas se aprueben  —pobre medida de comparación  con los gobiernos anteriores— sino de los problemas que éstas resuelvan. Hasta ahora el tenor de la acción gubernamental, sobre todo en el terreno legislativo, ha sido más un ejercicio de poder —demostrar que sí tiene la capacidad de lograr reformas fundamentales— que el avance de un proyecto coherente, profundo y continuo de transformación. La diferencia no reside en la capacidad  de operación política (condición sine qua non para hacer posible el desarrollo) sino en la sustancia de  su proyecto. Podría parecer lo mismo pero no es igual.

 

Luis Rubio. Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo A.C. Autor de El acertijo de la legitimidad: Por una democracia eficaz en un entorno de legalidad y desarrollo.

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