Contrastes

Luis Rubio

El conflicto es la esencia de la política, pues es ésta la que permite enfrentarlo, administrarlo y procesarlo. La diferencia más fundamental entre las sociedades que enfrentan conflicto radica en cómo lo resuelven, no en el hecho mismo de su existencia. Esta semana Washington fue un escaparate único de los dos lados del conflicto: su explosión y su resolución. “La medida de un país, escribió John Kampfner, no son las dificultades que enfrenta, sino cómo las supera.” ¿Cómo nos comparamos con eso los mexicanos?

Trump nunca fue un presidente normal. Desde su campaña para la presidencia se mostró como un retador de las instituciones y de la forma tradicional de hacer las cosas. Ahora se dedicó a negar el desenlace electoral y movilizó a sus seguidores para que forzaran un cambio en el resultado, incitándolas a tomar control del congreso, que con grandilocuencia se ha llegado a denominar la “capilla de la democracia.” En esto, Trump rompió con la esencia de la política democrática, que parte del principio de que los participantes de entrada aceptan las reglas del juego. A semejanza del presidente López Obrador, Trump sólo acepta reglas que le favorecen y, sin embargo, el caos que su actitud provocó no duró más que unas horas. Para la madrugada siguiente, Joe Biden había sido formalmente declarado presidente electo y numerosas publicaciones, incluyendo muchas favorables a Trump, pedían su renuncia.

Comportándose como un vulgar tercermundista que privilegia la lealtad sobre cualquier otra cosa, Trump seguramente imaginó que su partido y las personas a las que él había postulado o apoyado para diversos cargos, vendrían a su rescate. Lo impactante de las últimas semanas, pero normal en un país con instituciones sólidas que trascienden a las personas, es la forma en que se procesó el conflicto hasta superarlo. El listado de quienes fueron anulando sus recursos legales y políticos es más que revelador porque fueron republicanos quienes acabaron con los sueños de opio de Trump y sus malévolas tácticas.

Fueron en su mayoría jueces nombrados por Trump quienes rechazaron sus recursos legales para eliminar votos estado por estado. Fueron los jueces nominados por Trump a la Suprema Corte (en quienes presumiblemente Trump cifró sus esperanzas de que lo protegerían) quienes rechazaron sus llamados a la salvación. Fue el gobernador republicano de Georgia, a quien Trump apoyó para su elección, quien se negó a doblegarse ante la presión del presidente. Fue el líder republicano del senado, McConnell, quien se opuso a las maniobras que demandaba Trump para impedir la certificación de la elección de Biden.  Fue Tom Cotton, uno de los trumpistas más aguerridos, quien abiertamente condenó el actuar de Trump, quizá indicando que, una vez partiendo, Trump no será tan amenazante para los republicanos como muchos imaginan. Y, para terminar, fue el vicepresidente Pence, quizá el más sumiso y leal de sus colaboradores, quien se apegó a la norma constitucional para poner el último clavo en el féretro de la presidencia de Trump. Para terminar con la intentona violenta, las policías y guardia nacional no chistaron en cumplir con su responsabilidad de restablecer el orden para permitir que procediera el proceso legislativo.

En el proceso de elección estadounidense, estruendoso y conflictivo como pocos, triunfaron las instituciones y todas las personas quienes, como actores responsables, se apegaron a las reglas del juego porque esa es la esencia de la democracia y de su función. Por más que Trump presionó e hizo berrinches, sus propios allegados se distanciaron.

El contraste no podría ser mayor: en México, por al menos seis años entre 2006 y 2012, López Obrador paralizó a la política mexicana e impidió que su partido, el PRD, participara en los debates legislativos. Hoy en día, su única misión parece ser la de eliminar cualquier cosa que obstaculice su ansia de poder, así esto implique el empobrecimiento de la población, particularmente aquella que hizo posible, con su voto, que ganara la presidencia. Sus colaboradores, antes y ahora, se han comportado como leales servidores a su causa, jamás privilegiando a las instituciones y a los valores superiores del desarrollo del país. El contraste es impactante.

Estamos por iniciar el periodo de campañas para la renovación de la cámara de diputados, 15 gubernaturas y centenas de municipios y legislaturas locales. El presidente ha mostrado absoluta displicencia para las reglas del juego, la mayoría de las cuales fueron hechas a su medida. A pesar de ello, está empeñado en ganar los comicios al costo que sea, violando toda norma y principio no sólo democrático, sino de la más elemental civilidad. Ya no son sólo las instituciones: ahora es al diablo con el país. Recuerda aquella frase de Chou Enlai: “Todo bajo los cielos es un gran caos. La situación es excelente.”

Primero provoca el caos para después convertirlo en oportunidad. Lamentablemente, en contraste con nuestros vecinos norteños, aquí no hay instituciones que lo resistan ni suficientes funcionarios que estén dispuestos a hacerlas valer. AMLO tiene a México en vilo; Trump lo intentó, pero sus instituciones se lo impidieron. Enorme diferencia.

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10 Ene. 2021

Virus y salida

Luis Rubio

El virus y la potencial conclusión de la crisis sanitaria depende, en última instancia, de la ciencia, pues de ésta surgirán (confiadamente más temprano que tarde) los medicamentos para enfrentarlo o la vacuna para suprimirlo. No parece haber laboratorio serio en el mundo que no esté dedicando ingentes recursos a lograr estos objetivos, pero se trata de procesos por definición impredecibles porque siguen el método científico del ensayo y error, aprendiendo de lo que no funciona.

El descubrimiento, corazón de la ciencia, es un componente inherente a la naturaleza humana y precede por siglos a los procesos formales de investigación científica que hoy existen. Pensando en el fin de año, aquí van algunas ideas sobre descubrimiento que me parecieron llamativas.

Lo desconocido es lo más necesario para el intelecto

Emily Dickinson, 1876

La evolución ha hecho posible que nos de placer entender: quienes entiendan tienen mejor probabilidad de sobrevivir

Carl Sagan

Hay algo fascinante sobre la ciencia. Uno obtiene beneficios generosos de la conjetura sobre una inversión tan insignificante de hechos

Mark Twain, 1883

«Leer para vivir», dice Flaubert en alguna parte de sus cartas, y dónde más vive uno, si no en una casa de paja, signos y símbolos hechos de la formación y remodelación de una sola vez. La historia es un registro de eventos (reinos perdidos y batallas ganadas, ciudades construidas e iglesias quemadas), pero también es el montón de compost de la civilización humana. El descubrimiento del presente en el pasado y del pasado en el presente, es la materia de la que están hechas nuestras vidas, nuestras libertades y nuestras búsquedas de felicidad.

Lewis H. Lapham

Descubrí hace pocos años, como muy bien lo sabe Vs. Alteza Serenísima, muchas peculiaridades en el cielo, inadvertidas hasta entonces las que ya por su novedad, ya por algunas consecuencias sujetas a ellas y opuestas a ciertas proposiciones naturales comúnmente recibidas en las escuelas de los filósofos, me trajeron la guerra de no pequeño número de profesores como si yo, por mi propia mano y para subvenir la naturaleza y las ciencias, hubiese colocado en el cielo tales cosas. Y, casi olvidando que la abundancia de verdades, concurre a la investigación, medro y afianzamiento de las disciplinas que no a su disminución o ruina y mostrando al mismo tiempo ser más proclives a sus personales opiniones que a las verdaderas diéronse maña para negar y eludir tales novedades que, de haber mirado con atención, quedaban aseguradas incluso por el dictamen de los sentidos. Intentaron, empero, diversas cosas, publicaron escritos atiborrados de yerros y, lo que fue más grave, sembrados de citas bíblicas entresacadas de pasajes no bien entendidos y marginales a los propósitos invocados… No con la misma facilidad se pueden mudar las conclusiones demostrativas acerca de las cosas de la naturaleza y del cielo como las opiniones acerca de lo que sea o no lícito en un contrato, en una hacienda o en un trueque.

Galileo, 1615

A principios de 1595, Johannes Kepler recibió una señal, si no de Dios mismo, seguramente de una deidad menor, una de esas cuya tarea es alentar a los elegidos de este mundo. Su puesto en la Stiftsschule llevaba consigo el título de creador de calendarios para la provincia de Estiria. El otoño anterior por un pago de veinte florines de las arcas públicas, había elaborado un calendario astrológico para el próximo año, prediciendo un gran frente frío y una invasión de los turcos. … Johannes estaba encantado con esta pronta vindicación de sus poderes… Oh, una señal, sí, seguramente. Se puso a trabajar en serio en el misterio cósmico. Todavía no tenía la solución; seguía planteando las preguntas. El primero de ellos fue: ¿Por qué hay solo seis planetas en el sistema solar? ¿Por qué no cinco, o siete, o mil para el caso? Nadie, hasta donde él sabía, había pensado preguntarlo antes. Se convirtió para él en el misterio fundamental. Incluso la formulación de tal pregunta le pareció un logro singular.

Graz, 1595

La mayoría de los malentendidos en el mundo podrían ser evitados si la gente simplemente se tomara el tiempo para preguntar: “¿qué otra cosas podría querer decir esto?

Shannon L. Alder

El científico no es la persona que da las respuestas correctas, sino quien hace las preguntas correctas

Claude Levi-Strauss

La vida está llena de preguntas sin respuesta, pero es la determinación de buscar esas preguntas lo que le sigue dando sentido a la vida. Uno puede pasarse la vida perdiéndose en la desesperación, meditando porqué fuiste tu quien condujo hacia el camino lleno de dolor, o ser agradecido que fuiste lo suficientemente fuerte para sobrevivirlo.

J.D. Stroube, Caged by Damnation

No puedo menos de temer que los hombres lleguen a mirar toda nueva teoría como un peligro, toda innovación como un trastorno, todo progreso social como el primer paso hacia una revolución, y rehúsen enteramente moverse por miedo a que se les arrastre.

Alexis de Tocqueville, 1840

¡Mil felicidades!

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REFORMA

 03 Ene. 2021 

Más lecturas

 Luis Rubio

Al recibir un importante reconocimiento, Sean Connery explicó que, viniendo de una familia modesta, la gran oportunidad de su vida se presentó cuando, a los cinco años, aprendió a leer. La lectura fue una de las grandes oportunidades del año del virus. Aquí van otros libros.

Pocos asuntos tan controvertidos como la política norteamericana, especialmente cuando se trata de sus impactos sobre el resto del mundo y, particularmente, sobre México. Las convulsiones que ha experimentado esa nación en su política exterior en los últimos años son trascendentes precisamente porque se trata de la única superpotencia, la que construyó el orden de la postguerra y que, en estos años, ha hecho todo por minarlo en lugar de reconstruirlo.

De mis lecturas de este año destacan particularmente dos sobre este asunto: en ¿Por qué estamos polarizados? Ezra Klein emprende un acucioso, profundo y convincente análisis sobre las causas y dinámicas de la polarización norteamericana. Siguiendo las estructuras y fracturas que caracterizan al sistema de partidos, muestra como cada uno de estos ha ido extremando sus posiciones, convirtiendo a la identidad social o particular en el gran factor diferenciador, al punto en que representan posturas irreconciliables. Lo que el autor no explica es cómo las posturas que para los seguidores de un partido son naturales tienen el efecto de alienar a los seguidores del otro, como ha ocurrido con Obama y Trump respectivamente.

En Estados Unidos en el mundo, Robert Zoellick describe los patrones que han guiado a la política exterior de su país, con un especial énfasis sobre los condicionamientos que han conformado las decisiones en la materia desde su independencia. Además de narrar la historia, incorpora una serie interminable de anécdotas, disputas específicas y circunstancias que hacen no sólo atractiva la lectura de un texto de suyo analítico y profundo, sino absorbente. La última parte, escrita a la luz de los acontecimientos de la última etapa de Trump, es particularmente relevante porque discute la transición de NAFTA al T-MEC, situándola en el contexto de Norteamérica. El libro concluye con una cita de Tocqueville que resalta el tono general: “La grandeza de Estados Unidos no radica en ser más ilustrada que cualquier otra nación, sino en su capacidad para reparar sus fallas.”

Samir Puri*, un exfuncionario de la diplomacia británica se dedica a analizar las consecuencias de los imperios que se desmoronaron en el siglo XX pero que dejaron en su cauce conflictos no resueltos, algunos irresolubles, que marcan al siglo XXI. A lo largo del libro estudia la dinámica geopolítica entre Rusia y las naciones de occidente, los cambios que experimenta el continente africano y las fuentes de conflictividad que caracterizan desde India hasta el medio oriente. En términos generales, Puri descarta una fácil reconciliación entre China y las naciones europeas o Estados Unidos, toda vez que los animan objetivos contradictorios. Destaca el conflicto entre EUA y China, sobre el cual anticipa “una era de interacción entre muchas visiones post imperiales, evidente en todo, desde la geopolítica hasta el comercio y los intercambios interculturales. En lugar de que el futuro sea Asia, contará con más calles bidireccionales de influencia recíproca entre diferentes nacionalidades.”

¿Qué explica las diferentes formas e historias de la democracia en distintas civilizaciones? Hay muchos estudios que comparan a Europa con Asia, pero pocos explican las diferencias de origen. En un libro extraordinario, El declive y ascenso de la democracia, David Stasavage plantea una hipótesis fascinante: los estados se desarrollaron como democracias o como autocracias dependiendo de la fortaleza o debilidad de los gobiernos que emergieron, en todo el mundo, desde su inicio. La democracia tendió a proliferar donde había un gobierno débil y tecnologías simples: donde no había instituciones fuertes, sobre todo una burocracia dedicada a cobrar impuestos, los gobernantes requerían del consentimiento de la población, como ocurrió en diversas regiones de Europa. En sentido contrario, donde la burocracia central era más fuerte, como en China, el consentimiento no era necesario, lo que dio lugar al ascenso de autocracias. Uno de los ejemplos más interesantes que rescata es la diferencia entre los tlaxcaltecas y los aztecas, atribuyéndole a los primeros una democracia temprana frente al centralismo autocrático de los segundos.

En La Economía de la Extorsión, Luis de la Calle explica la forma en que diversos mecanismos, costumbres y formas de conducir los asuntos públicos constituyen un lastre porque impiden que se eleve la productividad, disminuye el atractivo para que las empresas crezcan (sobre todo las informales) y condena al país al subdesarrollo. La extorsión, dice el autor, no es otra cosa que corrupción: el abuso del poder para beneficio personal y se manifiesta desde el momento en que un “viene viene” extorsiona para “cuidar” el automóvil hasta el burócrata que demanda una mordida o el líder sindical que amenaza con una huelga. Lo fascinante del libro es la diversidad de formas en que se da la extorsión y sus consecuentes impactos sociales, económicos y culturales.

*The Imperial Hangover

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  REFORMA

 27 Dic. 2020 

Mis lecturas 2020

 Luis Rubio

Terminé el año pasado leyendo un libro casi único en su género, y extraordinario en su trascendencia: la historia de dos revolucionarios vista por su hija. Hija de Revolucionarios, de Laurence Debray, cuenta la historia de sus padres antes de su nacimiento y a lo largo de su vida y lo que relata no es algo de lo que sus progenitores podrían estar orgullosos. Cuando las prioridades son la guerra y la lujuria, el prestigio personal y la influencia política, la hija queda siempre marginada. No hay acusación más brutal, directa e indisputable -y dolorosa- que la de una hija y los Debray acaban saliendo mal parados. Dicho eso, el libro cuenta detalles excepcionales de dos vidas extraordinarias, desde el encarcelamiento de su padre Regis en Bolivia cuando el Che Guevara andaba intentando prender la revolución, hasta la majestuosidad de sus abuelos y la historia igualmente fantástica de la madre, Elizabeth Burgos, y pasando por Fidel Castro, Hugo Chávez y los tejemanejes del gobierno francés.

Uno de los mejores libros que leí este año es “The Conservative Sensibility,” de George F. Will, un comentarista que lleva décadas escribiendo en periódicos y comentando en la televisión. Históricamente conservador, este libro parece ser su legado intelectual en el que abandona buena parte de las premisas del conservadurismo estadounidense para afirmarse como un liberal integral, pero no uno, al estilo libertario norteamericano, que decide alejarse de la civilización sino, al revés, uno convencido de la importancia de actuar en el mundo real, diagnosticar los problemas, proponer soluciones, criticar acciones gubernamentales y estar activo en las disputas centrales de las ideas que caracterizan a la sociedad.

En Instituciones, inequidad y sistema de privilegios en México, Cuauhtémoc López Guzmán, académico de la Universidad Autónoma de Baja California, escribe un espléndido ensayo sobre la incompleta transición en que quedó atorado México. Un párrafo resume su argumento: “Gobiernos corruptos, empresarios rentistas y violaciones al Estado de derecho en México son el resultado de un orden institucional depredador instaurado desde la colonia para el saqueo. La existencia hoy de rivales sustitutos del gobernante debería a ver terminado con la corrupción, pero todo parece indicar quela sustitución de gobernantes (alternancia) no ha modificado la conducta deshonesta, pues las oportunidades de enriquecimiento y los privilegios siguen inalterados.” El libro es especialmente relevante ahora que ya han estado en la presidencia las tres fuerzas políticas principales sin que se altere ni en una coma el sistema de privilegios. El problema está en otra parte.

Christopher Caldwell* escribe una de los mejores análisis que haya yo leído sobre el cambio político que ha caracterizado a EUA en las pasadas décadas. El corazón de su argumento es que la tan celebrada legislación en materia de derechos civiles de 1964, la que liberó a los negros y abrió una nueva era hacia la igualdad de oportunidades, también sembró la semilla de la división y alienación que ocurrieron algunas décadas después y que tuvieron el efecto de marginar particularmente a los hombres blancos. Una explicación histórica muy sofisticada de la brecha que aquella legislación abrió y que, medio siglo después, se materializó en la forma de Trump. Un análisis sin duda controversial, pero sumamente interesante y animado sobre la forma en que la política de identidad y la consagración de derechos y presupuestos para las minorías, creó una nueva minoría que acabó rebelándose en 2016 con la elección de Donald Trump.

Nadia Urbinati** argumenta que el populismo es una nueva forma de gobierno representativo, fundamentado en una relación directa entre el líder y quienes él (o ella) define como buenos. En contraste con la democracia representativa tradicional, donde el ganador de una elección representaba a todos por igual, el líder populista vive de ignorar a quienes considera sus adversarios, presionando con ello a toda la estructura constitucional existente, lo que abre la puerta al autoritarismo. El populismo resulta del crecimiento de la desigualdad, así como de la existencia de una “oligarquía rapaz” que se convierte en un blanco fácil en términos electorales. Su fortaleza radica en que rompe con las divisiones tradicionales de clases sociales e ideologías, pero su debilidad reside en que acaban depredando del mismo sistema al que atacaron y que los sostiene en el poder. Poderoso argumento.

La nueva lucha de clases*** de Michael Lind resume la perspectiva de los “olvidados” en la batalla que ha venido caracterizando a buena parte del mundo en la última década. Para Lind, la disputa es sobre el poder para decidir y éste ha sido concentrado en las últimas décadas en un sector de las sociedades que se caracteriza por sus credenciales formales (académicas, burocráticas o profesionales) lo que le confiere a sus integrantes una influencia desmedida sobre las decisiones. La solución radica en una democracia pluralista, presumiblemente una que no sea influenciada por profesionales de ningún tipo. Una oración resume su propuesta práctica: las “cuatro libertades neoliberales” (libre movimiento de personas, bienes, servicios y capital) deben ser reemplazados por las “cuatro regulaciones.”

*The Age of Entitlement, ** Me the People, ***The New Class War

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 REFORMA

(20 Dic. 2020).-

 

Sur vs. norte

 Luis Rubio

No hay asunto más trascendente para el país que la pobreza que caracteriza al sur y que impacta a todo el resto de la vida nacional. Ahí se concentran vastos recursos naturales y humanos que no pueden dar lo mejor de sí mismos; de ahí nace una mucha de la migración histórica hacia Estados Unidos; y de ahí surge buena parte del resentimiento que caracteriza a la política mexicana. No cabe ni la menor duda que crear condiciones para el desarrollo del sur del país constituye una prioridad nacional no sólo por razones de elemental justicia, sino también porque un acelerado crecimiento económico en esa región redundaría en amplios beneficios, y más en el contexto de la actual recesión. La paradoja es que una exitosa estrategia para esa región también constituiría una fuente de certidumbre y, por lo tanto, de desarrollo, para todos los mexicanos.

La mitad norte del país, comenzando al norte de la ciudad de México (e incluyendo la península de Yucatán), ha crecido a un ritmo promedio superior al 5% y algunas localidades en esa región llevan décadas creciendo arriba del 7%. En contraste, el sur –Chiapas, Oaxaca y Guerrero, e incluyendo algunas regiones de Veracruz, Puebla, Morelos y EdoMex- difícilmente ha rebasado el lugar que tenía hace cuatro décadas. El sur no sólo no ha progresado, sino que, en términos relativos, se ha retrasado de manera dramática. Mientras que la economía de Aguascalientes ha más que cuadruplicado su tamaño en este periodo, el sur se ha quedado casi estático.

El gobierno actual no es el primero que se ha preocupado por rescatar al sur, ni es el primero en diseñar ambiciosos programas para inducir mayores tasas de crecimiento en esa región, aunque el momento que escogió resulte contraproducente. Al menos desde los setenta, un gobierno tras otro ha producido innumerables programas orientados a generar mayores tasas de crecimiento y, sin embargo, la región ha cambiado muy poco. Algunos programas han promovido la infraestructura, otros han provisto de subsidios a las familias más pobres; unos inventaron la idea de zonas especiales de desarrollo con incentivos fiscales y otros se dedican a afianzar redes clientelares. Cualesquiera que hayan sido las intenciones, el único juicio relevante es el de los resultados y estos son patéticos bajo cualquier rasero. Lamentablemente, no hay razón para esperar algo distinto con el nuevo dogma.

El plan del gobierno actual incluye acciones masivas como la del Tren Maya y Dos Bocas. Los críticos más serios del proyecto ferroviario argumentan su falta de criterio empresarial en su concepción; específicamente, señalan que el tren no conecta puntos clave para hacerlo no sólo viable, sino para convertirlo en un potencial detonador de otras inversiones. Además, no se comunica con los centros turísticos, la fuente más plausible de riqueza. Por lo que toca a la refinería, ésta se construye en el peor momento posible, cuando la demanda de gasolina disminuye y PEMEX se encuentra en quiebra, aunque no lo asuma. Tanto la refinería como el tren ejemplifican el problema del gobierno: no sólo ignora el contexto económico en que se avanzan los proyectos, sino que ni siquiera hay un diagnóstico sólido detrás de estos; se trata, más bien, de mera intuición política derivada del deseo de hacer el bien, pero anclada en un país de antaño. Pero los deseos no son realidades y la crisis económica, la fragilidad de PEMEX y la recesión amenazan con empobrecer a una región que, con buenos proyectos, podría observar un mucho mayor crecimiento, sobre todo de industrializarse al sector agrícola, para lo cual la región parece excepcionalmente dotada. Como ilustra el éxito de los oaxaqueños en Chicago, en Oaxaca sobra capacidad creativa pero abundan los impedimentos políticos, sindicales, burocráticos y sociales.

La evidencia de Chicago es crucial porque confirma que el problema no es de capacidades o potencial, sino de realidades a nivel local. Puesto en términos llanos, quizá la diferencia más patente entre Aguascalientes y los estados sureños reside en los cacicazgos que impiden el desarrollo de las personas y las empresas en la región. La realidad del sur ha inhibido la inversión en infraestructura, lo que hace imposible atraer, incluso en las mejores circunstancias, a la inversión productiva. El círculo vicioso de la inseguridad y los cacicazgos políticos, sindicales y magisteriales que azotan a la región ha obstaculizado no sólo al progreso, sino incluso a la acción estatal en la forma de infraestructura idónea como la que existe en otras latitudes.

Los sureños no son distintos al resto de los mexicanos: todos requieren certidumbre para prosperar. Mientras que el norte ha gozado de esquemas tanto legales como funcionales, comenzando por el TLC, que generaron ingentes oportunidades y contaron con la disposición gubernamental para eliminar obstáculos políticos que potenciaron a la región y elevaron el ingreso promedio de manera sistemática, el sur se rezagó. En el sur ni la infraestructura más elemental de transporte ha prosperado.

En lugar de seguir erosionando las fuentes de éxito de los estados norteños, el gobierno debería aprender de ellas y crear fuentes de certidumbre y estabilidad en el sur.

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Luis Rubio
en REFORMA

(13 Dic. 2020).-

Déficit político

Luis Rubio

Para nadie es sorpresa que el mundo se está complicando de una manera dramática. Esto no es algo nuevo: por al menos una década, todos los referentes que caracterizaron al orbe en el último medio siglo se han venido erosionando, poniendo en duda o han sido eliminados. Esto que podemos observar en la política interna, ha venido ocurriendo en el mundo en general: baste ver fenómenos como el de Brexit, la elección de Trump en 2016, los gobiernos de ultraderecha en varias naciones europeas, los ataques a la Organización Mundial del Comercio y el súbito crecimiento de la migración en el mundo y sus repercusiones en las naciones desarrolladas, todo eso antes de la pandemia. Además, las fuentes de conflicto se han multiplicado y muchos de los factores de equilibrio que antes eran diversos y gozaban de amplia credibilidad, ahora prácticamente han desaparecido. El contexto, se podría decir, se ha alterado o, parafraseando a Einstein, “todo ha cambiado, excepto nuestra forma de pensar…”

Los cambios afectan a todas las naciones, pero cada una responde de acuerdo con sus circunstancias, posibilidades y condiciones. En algunos casos, su capacidad de respuesta depende de factores internos, en otras a circunstancias externas. El electorado de numerosas naciones ha tendido a polarizarse, eligiendo figuras que antes hubieran sido inconcebibles; sistemas políticos que antes arrojaban gobiernos enclenques, ahora hacen posible la emergencia de “hombres fuertes,” incluso en naciones con larga y profunda raigambre democrática que gozan de sólidos contrapesos. Lo que hace no mucho parecía imposible ahora es asunto cotidiano.

En México, tenemos un gobierno con enorme capacidad de acción que, sin embargo, ha respondido de maneras contrastantes ante fenómenos exteriores, como ilustra la aceptación abnegada de la negociación del TLC (lo que comenzó con el gobierno anterior que respondió, en esto, de manera idéntica al actual) frente al nuevo activismo (también contrastante) en los casos de Venezuela y Bolivia y la absurda reticencia a felicitar a Biden. Los países actúan según sus circunstancias tanto internas como externas: el gobierno mexicano ha reconocido su vulnerabilidad hacia el norte a la vez que se ha desplegado con inusitada confianza (y sustento interno, a pesar de la división que existe) en su actuar hacia el sur.

Pero una cosa es responder y otra, muy distinta, actuar. En la reciente presentación del texto México y Centroamérica: encuentro postergado* el connotado líder mundial en materia de migración, Demetrios Papademetriou hizo dos comentarios que son especialmente relevantes para el momento actual. Primero, refiriéndose a la migración, pero implicando a toda la complejidad que hoy caracteriza al mundo, dijo que los problemas que hoy enfrenta el mundo son solubles, pero su resolución requiere la cooperación entre gobiernos y, para eso, es necesario que las partes compartan una mínima confianza mutua. El problema, prosiguió, es que en la actualidad ningún gobierno cuenta con la confianza de su población y mucho menos hay confianza entre los propios gobiernos.

Para ningún mexicano es noticia que, en el asunto migratorio, México ha subordinado principios y prácticas añejas (algunas loables, otras menos) en aras de preservar objetivos superiores, como la viabilidad económica, cuando el presidente Trump amenazó imponer aranceles a las exportaciones si no limitaba el flujo de migrantes centroamericanos. A pesar de las críticas, el gobierno actuó de la única manera en que se podía y lo hizo menos por el hecho mismo de la asimetría de poder que por las potenciales consecuencias para las exportaciones y el mercado cambiario, que habrían destruido la estabilidad en un instante.

El segundo comentario del Dr. Papademetriou fue que los problemas tienen que resolverse con una estrategia cuidadosamente concebida y desarrollada, además de proactiva, porque, en sus palabras, “cuando uno trata de empatar, nunca puede lograrlo.”** Las soluciones resultan de un plan de acción que responde a la naturaleza específica de los problemas. Por más que quieran las naciones expulsoras de migrantes (o los americanos y europeos) no pueden alterar la realidad demográfica, cuyos patrones se miden en términos no de años sino de generaciones. Simple y sencillamente, los asuntos migratorios no se pueden resolver en el corto plazo aunque así lo quiera un presidente.

Esto también es cierto de México: los problemas que enfrentamos ciertamente se pueden agudizar por un nuevo conflicto bélico en el Medio Oriente, por la inseguridad centroamericana que expulse a más migrantes, por la interminable disputa chino-estadounidense o por un sinnúmero de factores fuera de nuestro control. Algunos de estos factores podrían convertirse en fuentes de oportunidad (el caso de China es obvio) pero también podría serlo un conflicto en la zona petrolera de Levante, siempre y cuando se deje de poner en entredicho la reforma energética, pues de otra forma nos quedaríamos como el famoso chino del cuento: “nomas milando.”

Las crisis son siempre fuentes de oportunidad, pero para asirlas es necesaria una clara disposición a cambiar criterios, obsesiones y dogmas. El déficit de hoy no es fiscal, sino político.

*http://consejomexicano.org/ **when you play catch-up, you never catch-up

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A destruir

Luis Rubio

Las cosas ciertamente no estaban perfectas y la promesa de ingresar al primer mundo hacía tiempo que se había disipado. Pero la realidad no era blanco y negro: México había dado enormes pasos hacia adelante, como ilustran las exportaciones aeronáuticas, automotrices y agroindustriales. Estados como Querétaro y Aguascalientes no sólo han mantenido la paz interna, sino que han venido creciendo a tasas asiáticas. Pero también hay regiones que no sólo se han estancado y rezagado, sino que en las pasadas décadas se convirtieron en fábricas de migrantes. Cualquiera que tenga un mínimo de sensatez y capacidad de observar sin distorsiones ideológicas y partidistas sabe bien que hubo grandes avances y enormes insuficiencias. Los grises del panorama mexicano son palpables por donde uno mire. La pregunta es si para lograr un progreso decidido y generalizado se requería destruir todo lo existente o si, por el contrario, la receta idónea era corregir el rumbo, construir sobre lo acertado y reparar los errores cometidos.

López Obrador llegó al gobierno hace exactamente dos años convencido del primer planteamiento: todo está mal y hay que destruirlo para retornar a lo que funcionaba antes. Paso seguido, el país ha vivido el torbellino de la eliminación de programas, cancelación de proyectos y toda clase de acciones, algunas justificadas y la mayoría arbitrarias. Algunos comparten la necesidad de replantearlo todo, pero lo que es seguro, a dos años de distancia, es que el único plan que guía al presidente es el de echar todo para atrás, en muchas ocasiones animado por las más viscerales de las motivaciones: el odio, el ánimo de venganza y el ansia de poder.

Hay dos factores clave en que se centra la narrativa del gobierno actual: primero, que las reformas de las pasadas décadas siguieron una lógica ideológica; y, segundo, que las cosas estaban bien antes de comenzar las reformas.

Si uno analiza la manera en que se fue conformando el proyecto de reformas a lo largo de los ochenta, lo primero que salta a la vista es que no había un plan. El gobierno de Miguel de la Madrid se encontró con un gobierno quebrado y una economía desquiciada. Todas sus acciones por los primeros dos años de su gobierno se encaminaron a intentar reconstruir la estabilidad económica de los años sesenta: controlar el gasto público, bajar la deuda externa y restaurar los equilibrios financieros. El gran viraje que dio aquella administración consistió en comenzar a liberalizar las importaciones, ello con el objetivo de atraer inversión y elevar la productividad de la economía.

Ese viraje, enorme en concepto, muy modesto en su primera fase de implementación, no respondía a consideración ideológica alguna, sino a un reconocimiento crucial: que el mundo había cambiado. Primero que nada, las altas tasas de crecimiento de la economía de los setenta se habían debido a un momento excepcional: el descubrimiento de grandes yacimientos petroleros y la expectativa de ingentes recursos que de ahí se derivarían. Cuando eso no se materializó, al inicio de los ochenta, la economía se colapsó. El punto esencial es que no es cierto que la economía estaba muy bien antes de las reformas: quienes creen eso estaban viendo el espejismo del petróleo, no la solidez de la estructura de la economía.

El problema real del proyecto reformador, que adquirió forma mucho más estructurada al inicio de los noventa y que se consolidó con el TLC, reside en que fue concebido para evitar llevar a cabo un cambio en el statu quo político. En contraste con otras naciones que se reformaron en estas décadas -como España, Chile, Corea- en México no fue un nuevo gobierno, producto de una elección posterior al fin de una dictadura, quien llevó a cabo las reformas, sino un gobierno emanado del partido que llevaba décadas en el poder. La única similitud es la URSS, que no lo sobrevivió. En consecuencia, las reformas nacieron truncas porque procuraban dos fines contradictorios: liberalizar y hacer más eficiente la economía; y al mismo tiempo, proteger a intereses relevantes para la clase política en negocios, sectores y funciones. El resultado es, por ejemplo, el sistema educativo que tenemos y que impide el progreso de vastas regiones del país (y que nos impide reemplazar mucho de lo que China produce para EUA), vastos monopolios que persisten y toda clase de intereses que mantienen pobre al sur del país.

Razones para cambiar hay muchas y AMLO estaba excepcionalmente posicionado para llevar a cabo los cambios que México requería. Sólo alguien como él, conocedor de la historia, hábil para la movilización política y desvinculado de los promotores de las reformas, podía haber llevado a cabo los cambios que el país requería. Desafortunadamente, optó por otro camino: negar las circunstancias que llevaron al país a donde está y dejarse llevar por motivaciones primarias incompatibles con la función para la que fue electo. El resultado es una destrucción, sistemática y a rajatabla, de mucho de lo que funciona en el país, sin crear nada susceptible de transformar a México para bien, con mejores condiciones económicas, menos corrupción y mayor legalidad. En una palabra, dos años de retrocesos. Y los que faltan.

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en REFORMA

(29 Nov. 2020).-

 

Contra natura

Luis Rubio

Dice el dicho que uno desafía a la naturaleza a su cuenta y riesgo. En materia económica, existe amplia evidencia de los riesgos que entraña desafiar los principios más elementales de la forma de ser de la humanidad. Dedicar la actividad gubernamental a reconstruir una era que quedó atrás y que no es recreable no puede más que conducir al fracaso. En términos llanos, ningún gobierno sobrevive cuando desafía el contexto en el que intenta conducir los asuntos públicos.

Tres momentos cambiaron al mundo de manera radical: la imprenta de Gutenberg, la revolución industrial y, más recientemente, la revolución digital. Cada uno de esos instantes transformó la existencia de la población y alteró todos los patrones y modos de vida. Así como es indudable que hubo alguien que siguió produciendo látigos para carruajes jalados por caballos cuando apareció el automóvil, es absurda la pretensión de reconstruir el terruño nostálgico del pasado en el umbral de la revolución digital que nos ha tocado vivir en la actualidad.

Cada uno de esos momentos transformadores vino acompañado de dislocaciones: la más evidente y conocida es la que experimentó el empleo cuando aparece la máquina de vapor. En cuestión de unos cuantos años, la forma de producir -esencialmente con personas asistidas por animales de carga- se transformó, dejando una estela de sufrimiento en la forma de pobreza, desempleo y desazón. Quien quiera que haya leído las desgarradoras crónicas de Charles Dickens puede apreciar el enorme costo humano que estos procesos de cambio entrañan y su recuerdo explica la reticencia a aceptar la inevitabilidad de lo que implica y, sobre todo, la impotencia de todo el mundo -individuos y gobiernos- frente a la fuerza imparable de una revolución así.

El momento que nos ha tocado vivir implica exactamente lo opuesto a lo que intenta hacer el gobierno. Para comenzar, el mañana se convirtió en ayer: hoy todo es interdependiente y nada espera; lo que ocurre en China o Francia nos afecta y puede desatar acciones que un minuto antes de ocurrir parecían inimaginables. Así como Brexit prácticamente aniquiló a los partidos políticos tradicionales, Morena emergió como un movimiento que, en unos cuantos años, desplazó a las fuerzas políticas existentes; ya nada es permanente y todo cambia: la única constante es que ya no hay constates.

En segundo lugar, el sistema educativo tradicional ha dejado de ser relevante en un mundo en el que las habilidades que demanda el mundo productivo cambian inexorablemente. Los viejos sindicatos de la educación seguirán protegiendo los intereses de pequeñas mafias o a los extremistas del gobierno actual, pero no son más que impedimentos al ajuste que los niños de hoy requieren para poder ser exitosos en el mundo al que se enfrentarán mucho antes de lo que cualquiera pudiera imaginar.

De la misma manera, el gobierno que antes era todopoderoso hoy no tiene más remedio, si quiere ser relevante, que administrar su debilidad, una debilidad estructural que no tiene que ver con la coyuntura inmediata, sino con la forma en que funcionan las comunicaciones, los mercados y las demandas ciudadanas. La clave radica en fortalecer y hacer eficaces las funciones primarias del gobierno (como seguridad y servicios clave) pues la pretensión de controlarlo todo no es más que otra quimera que desafía la madre naturaleza, es decir, la realidad. Peña lo intentó y ya vemos donde está hoy.

El reto es flexibilidad y adaptabilidad, no control y dogmatismo. Ciertamente, la riqueza está mal distribuida y la vida cotidiana deja mucho que desear, todo lo cual se manifiesta en un casi total cese de la movilidad social, el factor que le confirió al país décadas de progreso y estabilidad en el siglo pasado. La solución no radica en más gasto o mayor austeridad -o en la expectativa fantasmagórica de la siempre inasible reforma fiscal que todo lo resuelve- sino en un uso muy distinto de los recursos. Si el factor clave de éxito reside en la agregación de valor a través del conocimiento, es imposible no concluir que lo urgente es un giro radical en la naturaleza del sistema educativo y lo que eso implica para la justicia, la seguridad y el funcionamiento de los mercados.

Los cambios que México requiere para construir una plataforma de desarrollo acelerado son muchos y sin duda complejos, pero, para lograr su cometido, tienen que ser compatibles con el mundo de la era digital. El autoritarismo, el control, el desprecio a la educación y el rechazo a la naturaleza del mundo productivo en el siglo XXI son recetas reaccionarias que no harán sino empobrecer al país. La serie de reformas que ha emprendido el gobierno y las que planea llevar a cabo en los próximos meses son producto de nada más que nostalgia y resentimiento.

Todo ello impedirá el progreso, medido éste como se quiera, y provocará lo contrario a lo buscado porque implica, a final de cuentas, ignorar -y, por lo tanto, desafiar- a la realidad. No es un buen puerto de partida, por decir lo menos.

Por loable que pudiera ser pretender regresar a un tiempo menos convulso y acelerado, se trata de un esfuerzo vano que desafía la fuerza de la naturaleza y, por ello, entraña riesgos inconmensurables.

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 REFORMA

(22 Nov. 2020).-

Corrupción e impunidad

Luis Rubio

La pregunta clave es si la corrupción es un instrumento para el avance de un proyecto político o un mal que debe ser erradicado. Lo que es cierto es que no se pueden lograr los dos propósitos al mismo tiempo porque se trata de una flagrante contradicción: o se utiliza a la corrupción o se le persigue con el objeto de eliminarla del panorama. La evidencia a la fecha es que la corrupción es un instrumento en manos del gobierno para la consolidación de su base política y proyecto de poder.

La corrupción es un mal ancestral en nuestro país, pero no uno inexplicable. En términos históricos, hay dos factores que la promueven y arraigan. En primer lugar, el viejo sistema político postrevolucionario convirtió a la corrupción, ya de largo linaje para entonces, en un instrumento de poder. El régimen emergido de la épica revolucionaria requería crear un mecanismo que satisficiera a los liderazgos que habían sido parte del contingente ganador y, a la misma vez, consolidar un régimen hegemónico.

La clave de la solución radicó en el sistema de lealtades, nutrido por dos componentes: por un lado, el acceso a la corrupción y, por otro, las complicidades cruzadas. Lo primero permitía, en las palabras inmejorables del dicho todavía vigente, que “le hiciera justicia la Revolución,” arreglo verbal que permitía justificar cualquier cosa y excusar a quien robaba  como un servicio a la patria. Los puestos se asignaban con ese criterio: premiar la lealtad, lo que llevó a otro de los dichos tan reveladores: “no me des; sólo ponme donde hay.” Quien era nombrado director de adquisiciones de alguna secretaría o (mil veces mejor) de alguna paraestatal, sabía que no iba ahí para mejorar la productividad, sino a ser compensado por su lealtad.

El otro factor que promueve y, de hecho, hace posible, la corrupción, es la naturaleza del sistema legal que nos caracteriza. En México un inspector de obras de construcción sabe que su trabajo no depende de asegurarse que se hayan seguido los planos originales (o los autorizados), sino negociar con los constructores las diferencias que existan respecto al proyecto inicial. Es así como edificios que cuentan con una autorización de diez pisos acaban siendo de quince. Sin embargo, la culpa no es del inspector o del constructor, sino del sistema que le confiere tan vastas facultades discrecionales al inspector.

Esas facultades discrecionales acaban siendo arbitrarias porque no se apegan a ningún código, regulación o criterio previamente establecido y debidamente publicado (condiciones elementales de cualquier Estado de derecho). Las facultades con que cuenta un inspector se van magnificando en la medida en que uno sube la escala burocrática. En la legislación en materia de inversión extranjera que promulgó el gobierno de Echeverría (y cuyo título no dejaba duda de su objetivo: Ley para promover la inversión nacional y regular la inversión extranjera), el texto establecía prioridades y límites para cada tipo de inversión. Uno podía estar de acuerdo con los objetivos o no, pero el texto era claro en su propósito y pretendía conferirle certidumbre al potencial inversor. Sin embargo, la ley también incluía un artículo que le otorgaba al secretario respectivo facultades plenas para que, a su juicio, modificara los límites de participación establecidos en la ley. Con esas facultades, la ley dejaba de tener importancia, toda vez que la autoridad podía modificar su contenido en cualquier momento. El punto de fondo es que esas facultades discrecionales han sido siempre una fuente de corrupción dentro del gobierno, entre particulares y el gobierno y entre particulares.

La corrupción adquiere muchas formas en el país y no todas involucran dinero. El aprovechamiento de recursos públicos, el uso del presupuesto, la compra de terrenos donde pasará una carretera y tantos otros medios de enriquecimiento tradicional son parte intrínseca de lo que ha sido México y no hay un solo partido político que salga invicto de ello, incluyendo al que gobierna en la actualidad. El uso de recursos públicos para nutrir clientelas es corrupción pura y dura.

Además de los medios tradicionales de corrupción, ahora se suman otros prominentes (si bien no nuevos): el perdón -y purificación- de funcionarios corruptos o empresarios cercanos; la destrucción de instituciones; la eliminación de proyectos clave para niños y sus mamás (como las estancias infantiles) o la disponibilidad de medicamentos. Todas estas son manifestaciones de corrupción que siguen gozando de plena impunidad.

Las dos fuentes clave de corrupción –la naturaleza de la ley y el pago de lealtades- se pueden erradicar porque ambas surgen de factores conocidos y, al menos en principio, modificables. Pero nada de eso se está haciendo. El encarcelamiento de una exsecretaria o el uso del púlpito para atacar supuestos adversarios en nada se diferencia de las prácticas de antaño. Se trata de un escarmiento y no de un proceso de erradicación del fenómeno: se actúa con un criterio acomodaticio, no de acuerdo con lo que marca la ley.

La retórica cambia, pero la corrupción persiste: se trata, como siempre en el periodo post revolucionario, de la consolidación del poder. Nada más.

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REFORMA
15 Nov. 2020

La cruda

Luis Rubio

“De los americanos, Churchill supuestamente dijo, siempre se puede esperar que harán la cosa correcta… luego de haber extenuado todas las demás posibilidades.” ¡Y vaya que han hecho su mejor esfuerzo!  En el contexto estadounidense, Obama y Trump estiraron la liga al máximo, en direcciones opuestas, polarizando a la sociedad americana y acentuando las líneas de quiebre que ya existían, alimentando odios y otras pasiones. Aunque Biden ha sido declarado ganador por los medios, Trump no lo ha reconocido, lo que deja en un limbo el proceso.

Trump no ha sido un presidente prototípico. Su carta de presentación, desde la campaña de 2016, fue la de un rebelde que no se apegaría a norma alguna. En lugar de sumar, se dedicó a restar y en vez de procurar resolver, se dedicó a atacar. Como presidente ha sido impresentable, pero nadie le puede negar el mérito de haber avanzado la agenda que prometió en materia fiscal, regulatoria, ambiental y comercial. Puede uno coincidir o no con su forma de ver al mundo, pero no se le puede negar consistencia con su electorado. Para el resto, como dicen en otros lares, al diablo con sus instituciones.

Biden no fue el candidato más atractivo o dinámico que existía, pero fue el único que pudo unificar a su partido para esta contienda. A pesar de sus obvias limitaciones, las circunstancias no podían ser mejores para su ascenso: la crisis del covid socavó el principal activo con que contaba Trump -el crecimiento acelerado de la economía, del empleo y de los salarios- y la prensa no pudo haber sido más benigna con él. Como presidente, tendrá que lidiar con un panorama político complejo, comenzando por su propio partido, que se ha desplazado hacia la izquierda de una manera que atemorizó a buena parte del electorado, incluso el propio.

El partido demócrata no sólo se ha movido a la izquierda, sino que, en los últimos meses, produjo movimientos violentos y destructivos en las calles de múltiples ciudades. Biden fue incapaz de deslindarse de éstos, lo que sin duda incidió en su voto: ante ese panorama, muchos votantes independientes, de quienes depende el resultado, corrieron de regreso a Trump. Además, la incipiente recuperación de la economía y del empleo luego del bajón del principio de año, le permitió a Trump argumentar que su estrategia permanecía vigente. Aunque las encuestas seguían mostrando alta probabilidad de un triunfo para Biden, el margen se fue cerrando en los últimos días.

Biden no era el candidato natural de su partido. Resultó nominado precisamente porque no amenazaba a ninguno de sus componentes. Biden emergió como candidato porque el establishment del partido demócrata reconocía que Bernie Sanders, el favorito de los progresistas, no tenía posibilidad alguna de ganar porque la mayoría del partido sigue siendo moderada. Aún así, es evidente que todo ese empuje fue insuficiente para lograr una victoria decisiva. Trump sigue teniendo una base sólida y, a pesar de sus malas formas, muchos demócratas e independientes temen más el avance de las iniciativas de los progresistas que la intemperancia del hoy presidente.

La carta principal de Biden era muy simple y evidente: no es Trump. El enorme rechazo que genera Trump bastó para que Biden navegara con tranquilidad a lo largo de los meses de campaña. De ganar, tendrá que contender con la realidad de un país por demás dividido, caracterizado por posturas extremas y un desprecio entre los votantes con preferencias partidistas opuestas. Y eso sin contar las enormes diferencias entre agendas y expectativas que existen dentro de su propia coalición.

Lo fascinante del escenario norteamericano es la insularidad de los dos mundos que lo caracterizan. Los habitantes de las costas suelen tener una visión optimista del mundo, una estructura de empleos (e ingresos) cada vez más ligada a la economía de la información y una propensión a europeizar su sistema de salud, pensiones y otros servicios provistos por el gobierno. Por su parte, los habitantes del medio oeste, sobre todo del llamado “cinturón oxidado,” que incluye a las regiones mineras tradicionales, viven en la precariedad, el pesimismo y la falta de oportunidades que la transformación económica y tecnológica del mundo les ha negado. El contraste en la calidad de la educación entre ambas regiones es pasmoso. Obama privilegió a los primeros, Trump a los segundos. Ambos polarizaron a los ojos de sus opuestos, llevando a las tensiones que se expresaron en la elección de esta semana.

Lo impactante de esta elección no es el resultado inmediato, sino su dinámica. Lo que parecía un triunfo no solo seguro sino arrollador acabó en un virtual empate. El margen de maniobra del nuevo presidente será limitado, dependiendo mucho de como concluya el senado. Trump no tendría problema con un escenario como ese, pues su único objetivo sería perseverar en una agenda divisiva. Biden, en cambio, tendría que buscar una forma de trabajar con sus contrapartes republicanas para construir terreno común que permita restaurar una semblanza de orden, institucionalidad y paz interna. Lo bueno de eso es que empata perfectamente con su personalidad y le permitiría dejar a un lado a la base progresista que tanto daño le hizo en esta elección. 

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Luis Rubio
 REFORMA
08 Nov. 2020