Punto de inflexión

Luis Rubio

“Mira el mundo a tu alrededor. Puede parecer inamovible, implacable. No lo es. Con el más mínimo empujón, en el lugar correcto, todo puede cambiar.” Así explica Malcolm Gladwell la forma en que las cosas cambian, con frecuencia de manera súbita y sin dar aviso alguno o sin que los antecedentes sugirieran que un cambio se encontraba en el reino de las posibilidades. Ante las elecciones presidenciales de 2024, lo natural es extrapolar el momento actual para concluir que lo que hoy parece obvio e inevitable se hará realidad en aquel momento. No obstante, la historia demuestra que el proceso de sucesión mismo altera la realidad, creando circunstancias que modifican el panorama. Peor cuando el embate contra las fuentes de certidumbre que quedan es incesante.

Muchas cosas en nuestro mundo cambian de manera súbita. Algunas son producto de una alteración de las circunstancias específicas (como un bombazo inmediatamente antes de una elección), otras resultan de la acumulación gradual de factores, ninguno de ellos significativo o trascendente, pero en conjunto devastador. La revelación de un caso de corrupción modifica la imagen de quien está involucrado, al igual que un liderazgo irrelevante súbitamente adquiere dimensiones cósmicas. Nadie anticipó el colapso de la URSS o la Revolución Francesa.

Por varias décadas, sucesivos gobiernos se abocaron a construir fuentes de certidumbre. Así nacieron las comisiones regulatorias (competencia, telecomunicaciones, energía, etcétera), las instituciones electorales, la “nueva” Suprema Corte y otras tantas que, con mayor o menor impacto, tenían por propósito conferirle certeza al electorado, a los agentes económicos y a la ciudadanía en general. Sin embargo, en los últimos cuatro años los mexicanos hemos presenciado un ataque sistemático a todas esas instituciones, primero minando su credibilidad y luego procurando eliminarlas, neutralizarlas o someterlas.

La gran pregunta es si es posible hacer tantos cambios sin consecuencia alguna. A la fecha la respuesta parecería obvia, toda vez que la inversión privada, especialmente la del exterior, ha crecido de manera sistemática (en buena medida gracias a la existencia del TMEC y del conflicto Estados Unidos-China). Más allá de algunas manifestaciones y quejas, el país ha seguido su curso de deterioro pero sin enfrentar ninguna crisis seria. No hay mejor evidencia de lo anterior que el tipo de cambio peso-dólar, que no sólo no ha sufrido una alteración severa, sino que ha tendido a fortalecerse.

En este contexto, es natural pensar que es posible, y hasta razonable, extrapolar el momento actual para concluir que la elección presidencial de 2024 ya se cocinó y que quien el presidente decida nominar como candidato ganará sin discusión alguna. Yo no tengo ni la menor duda que si la elección tuviese lugar el próximo domingo, ese sería el desenlace. El problema con ese escenario es doble: primero, la elección tendrá lugar en 15 meses y medio y, si la historia enseña algo, la probabilidad de que las cosas se mantengan constantes es baja. Pero el mayor de los problemas con esa lógica, y la razón para pensar que la contienda será mucho más compleja es el actuar del propio presidente, quien con su embate contra el INE demuestra que él no tiene certeza de que el resultado le favorezca, que es la razón que lo motiva a someter al INE para asegurar el control del proceso, con la lógica de Stalin: lo importante es quien cuenta los votos.

Mi impresión es que es posible realizar muchas modificaciones sin consecuencia aparente, hasta que súbitamente alguna de esas resulta excesiva y todo cambia. Hay un viejo dicho en la política mexicana que reza así: “aquí nada cambia, hasta que cambia.”

Varios colegas comentaristas han venido argumentando que el cambio propuesto para las instituciones electorales puede ser el punto de inflexión, quizá un punto de quiebre, que altere todo el escenario político. Sería el equivalente a quitarle los alfileres al statu quo. Uno podría pensar que un alfiler más o uno menos no cambia el panorama, hasta que uno de esos alfileres provoca una reacción dramática que nadie vaticinó en lo específico, pero que colma el plato. La proverbial gota que derrama el vaso. Más importante, una vez desatado el proceso, no hay nada que lo pueda parar. Si no, pregúntenle a López Portillo.

En los setenta, todo parecía ir viento en popa, hasta que subieron las tasas de interés y, con eso, la economía se vino abajo como un castillo de naipes, de facto quebrando al gobierno y provocando una década de recesión y (casi) hiperinflación. No sugiero que éste sería el escenario probable en este momento, pero es importante no perder la perspectiva. Más allá de lo que la gente pudiese decir o incluso pensar, lo que más valora el ser humano es la certidumbre, como la provista por la credencial de elector. En el momento en que la población -y sus diversos subsegmentos- comienza a percibir que las cosas pudiesen cambiar, su actitud se modifica de manera instantánea.

El país se encuentra en un momento por demás delicado en el que día a día se juega con los pocos factores de certidumbre que persisten. Nadie sabe qué puede desatar un cambio, pero el intento por probar los límites es sistemático, incesante a irredento.

 

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REFORMA
12 Feb. 2023

Desajustes

Luis Rubio

El gran éxito del presidente López Obrador no radica en una excepcional estrategia o habilidad, sino en haber descubierto un electorado informe y disímbolo que no se sentía representado. Su maestría para comunicarse con esa parte de la población le ha dado un enorme impulso, mucho de ello producto de la inexistencia de alternativas perceptibles en el medio político nacional. Es decir, su éxito se ha potenciado doblemente por la incapacidad de los partidos políticos para entender las nuevas realidades que caracterizan a la ciudadanía y adaptarse a ellas. Ahí radica el éxito de AMLO, pero también las oportunidades para las oposiciones.

El planteamiento es muy simple: el país ha experimentado enormes cambios en las últimas décadas; el electorado se transformó; el entorno -interno y externo- es otro; la ciudadanía es una nueva realidad, antes prácticamente inexistente; y la transmisión de información, ideas y dogmas instantánea. Todos y cada uno de estos elementos han construido una nueva realidad política que no empata con los paradigmas tradicionales que yacen en el corazón de las entidades e instituciones políticas nacionales. En una palabra: el país cambió, pero los políticos, especialmente los partidos políticos, permanecen en un pasado remoto que nada tiene que ver con el México de hoy.

Este desajuste explica la incoherencia entre las posturas de los partidos -todos, incluido Morena- y el electorado nacional. Baste observar los liderazgos anquilosados, torpes, corruptos y chiquitos que caracterizan a esas entelequias llamadas partidos. La fluidez del electorado no está en la mente o estrategia de los partidos y de ahí su incapacidad para motivar o atraer a los votantes.

En este contexto llegó un político astuto que identificó un electorado que no responde a marcas partidistas tradicionales, que está resentido por la corrupción imperante y que está (o estuvo, al menos en 2018) integrado por una franja extraordinariamente diversa de personas en términos de su origen o posición económica y social. La conexión de AMLO con su electorado ocurre al margen de su partido. López Obrador, como Trump (en otro contexto), descubrió un nuevo electorado y lo explota todas las mañanas, aparentemente desafiando hasta las leyes de la gravedad.

Los partidos políticos gozan de una situación privilegiada porque la ley los encumbra y protege. La ley le otorga certidumbre de permanencia, fondos y estabilidad a los tres partidos más grandes y le genera oportunidades de asociación a los chicos para beneficiarse de esas mismas mieles. Es decir, toda la estructura político-legal que da vida a los partidos está diseñada para preservar el statu quo de hace décadas y todos los incentivos que de ahí surgen fomentan el desajuste que nos caracteriza.

Si alguien tiene duda de lo anterior, no tiene más que ver la forma en que opera la reelección de legisladores o presidentes municipales: en lugar de que ésta funcione para acercar a diputados, senadores y presidentes municipales y obligarlos a que respondan a las demandas de la ciudadanía, o sea, que la representen, la reelección fortalece y afianza el poder de los liderazgos partidistas porque de ellos depende que alguien pueda perseguir la reelección. La conclusión inexorable es que los autores de las leyes electorales -esas que nos han dado certidumbre, estabilidad y menos violencia política- también hicieron posible que emergiera un fenómeno político como el de López Obrador. En lugar de que ese entramado legal favoreciera una evolución natural del sistema político, su efecto fue el de paralizarlo, anclarlo a un pasado distante, agudizando el enojo ciudadano y el resentimiento. Paradójico acaba siendo que AMLO quiera alterar el esquema que le fortalece, pero ese es otro asunto.

El problema de los partidos políticos son sus pecados, muchos de ellos históricos, especialmente los del PRI, pues son, como la corrupción, componente inherente a su historia y naturaleza. El paso del PAN por el poder no fue más encomiable, pues además de poco efectivo como partido gobernante, acabó perdido en las mismas prácticas corruptas que le precedieron. Morena pronto enfrentará los mismos dilemas porque, más allá del presidente, no es distinto a los otros. Pero lo malo no es la existencia de esos pecados, sino la incapacidad de comprender las causas del enojo ciudadano o del éxito de AMLO.

Las fortalezas que la ley le confiere a los liderazgos partidistas acaban siendo enormes debilidades, como ilustra el comportamiento reciente del PRI. La pregunta es cuándo se liberarán los partidos y sus líderes de esos fardos, los históricos y los recientes. Esa liberación tiene que ser producto no sólo de una elemental congruencia con el México de hoy o por una falsa moralina, sino de un cálculo político frío: porque estar asociado con la corrupción, el narco, el sindicalismo depredador o una concepción hace mucho rebasada del mundo arroja rendimientos decrecientes.

En la medida en que se acerca la madre de todas las batallas en 2024, la pregunta ya no es sobre AMLO, que pasará a la historia de una manera o de otra. La pregunta es si la oposición será capaz de reformarse para poder aliarse, porque sin eso seguirá cavando el hoyo de su propia extinción. Y con ella, la del país.

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  REFORMA
05 Feb. 2023

Democracia a la mexicana

Luis Rubio

El motor de la apertura política -y de la incipiente democracia mexicana- fue la sucesión de reformas electorales que, desde 1964, pero sobre todo en 1996, experimentó la sociedad mexicana. Cada una de esas reformas respondió a sus circunstancias, pero la de 1996 fue crucial porque fue producto de una negociación abierta entre las diversas fuerzas y partidos políticos, allanando el camino para una competencia transparente, equitativa y debidamente arropada, en un sentido institucional, para acceder al poder. Muy a la mexicana, dimos un gran paso adelante y luego ya no le seguimos.

En estas décadas el país experimentó dos procesos contradictorios. Por un lado, la economía se modernizó y transformó, creando una plataforma extraordinaria de crecimiento en algunas regiones y sectores, pero también una serie de enormes rezagos y obstáculos para el resto. Por otro lado, junto a elecciones competitivas, la política experimentó una creciente degradación por la violencia e inseguridad imperantes, la impunidad con que actores públicos y privados actúan sin el menor rubor y la corrupción que todo lo corroe. Se sentaron las bases para la competencia política y la funcionalidad económica pero no se construyeron las estructuras institucionales que le dieran permanencia y viabilidad a esos dos grandes logros.

La democracia florece cuando la sociedad se asume como ciudadanía, capaz de hacer valer sus derechos, lo que sólo es posible mediante instituciones sólidas, vitales y funcionales. Aunque se desarrollaron diversas instituciones, dos indicadores muestran que el resultado no es encomiable. Por un lado, la violencia e inseguridad demuestran que no se creó un sistema de seguridad y justicia idóneo para las circunstancias. Por el otro, nada ilustra mejor el déficit que la facilidad con que el gobierno actual ha destruido todo ese andamiaje con el que se pretendía que México accediera a la modernidad y la civilización.

La democracia es más que las elecciones: tiene que ver con los derechos ciudadanos, la justicia, la libertad de expresión, los pesos y contrapesos para el ejercicio del poder y los límites al potencial abuso por parte de los gobernantes. De hecho, en palabras del gran filósofo del siglo XX, Karl Popper, la democracia consiste en la certeza de que los gobernantes no abusarán de los ciudadanos. Y Popper hablaba de países con gobiernos funcionales, de lo cual el mexicano claramente no es un buen ejemplo.

En México la democracia se atoró en el primer escalón. En 1997, la primera elección federal posterior a la reforma de 1996, la oposición ganó la mayoría del congreso, a lo que siguió el triunfo de Fox en 2000. Dos sucesos excepcionales en un país que se había caracterizado por la estabilidad política pero no por la participación ciudadana. Sin embargo, nada, excepto el acceso al poder, cambió en la política mexicana. De hecho, la política se fue deteriorando en paralelo con el ascenso del crimen organizado, la ausencia de justicia y la corrupción cada vez más visible. Ahora con AMLO atacando al INE ya ni siquiera es evidente que la competencia por el acceso al poder esté garantizada.

AMLO fue una respuesta de la sociedad a una realidad insostenible, pero su estrategia de volver a centralizar el poder es una solución pobre y, en última instancia, fútil, a un problema fundamental: cómo se va a gobernar el país. Este es el gran desafío hacia el futuro, pero no es la materia que concentra la discusión pública. Lo único evidente es que el control por una sola persona no es sólo inviable, sino extraordinariamente peligroso y pernicioso.

Cambiaron las formas y el discurso, pero no la realidad. Se pretendía que había contrapesos, pero los presidentes -cada uno con lo grande o chico de su visión y capacidad- siguieron ejerciendo el poder a su antojo. Se llevaron a cabo ambiciosas reformas durante el sexenio pasado, pero sin legitimarlas a través de la discusión pública, tal y como AMLO ha venido haciendo en sus temas prioritarios. El punto es que el país no está siendo gobernado y el clima de incertidumbre es incremental y cada vez más riesgoso, poniendo en entredicho la viabilidad de la economía y la funcionalidad de la política. A meses de que comience el proceso formal de sucesión presidencial, es cada vez menos claro que las elecciones de 2024 vayan a ser limpias y reconocidas.

Los procesos electorales son apenas el primer escalón en la construcción de una democracia funcional y exitosa tanto en lo económico como en lo político. México se quedó atorado en ese primer paso, que ahora ha quedado en un limbo por las contradictorias reformas electorales que se pretenden imponer como aplanadora, como en el pasado distante y el cercano. La gran interrogante, viendo hacia el futuro, es cómo se va a salir del hoyo en que este gobierno habrá dejado al país.

El país se encuentra muy dividido, el gobierno modifica prácticas que habían sido clave para la estabilidad política e incurre en riesgos cada vez más elevados en el ámbito político, especialmente el de la sucesión. Para quienes apoyan ciegamente al presidente, estos no son temas relevantes, pero para quienes nos preocupa la construcción de un país exitoso, menos violento y con más equidad, no hay asunto más trascendente.

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  REFORMA

 29 Ene. 2023 

Oposición

 Luis Rubio

Quizá la mayor paradoja de la política mexicana hoy radica en que el principal promotor de la oposición es el presidente, en tanto que ésta se empeña en desaprovechar cada oportunidad que se le presenta. Ensimismada y perdida en sus propios laberintos, los partidos y sus patéticos liderazgos parecen carecer de la capacidad para situarse en el momento -y en la oportunidad- en que tanto el gobierno como la ciudadanía los ha colocado.

Los líderes de la oposición parecen ratificar el dicho del gran actor John Quinton: “cuando los políticos ven luz al final del túnel, corren a comprar más túnel.” Los de oposición están todavía más obnubilados porque creen que no tienen nada más que perder, aún cuando el presidente se dedica afanosamente a ponerles una charola de plata enfrente cada mañana. Mucho más trascendente es la presión de la ciudadanía, factor antes inexistente en la política mexicana, hoy una potencial oportunidad.

Hace dos meses, la ciudadanía salió a manifestarse. Más allá de los números de cada una de las marchas, el hecho político es innegable, tanto así que el presidente dedicó semanas enteras, antes y después, al asunto de la ciudadanía marchando en defensa del INE. No hay nada como una ciudadanía envalentonada que encuentra una causa concreta y tangible que defender; mucho más cuando las percepciones de los marchantes chocan tan frontalmente con la retórica política cotidiana.

Pero el hecho de la marcha ciudadana no entraña, por sí mismo, trascendencia política. Las marchas son manifestaciones ciudadanas que envalentonan a los participantes y presionan a las autoridades, pero no se traducen, de manera automática, en votos, y menos en un sistema electoral tan inflexible que hace difícil (de hecho, desincentiva) el nacimiento o muerte de partidos políticos. En una palabra, para que una marcha trascienda es indispensable que los partidos existentes activen y movilicen las expresiones, miedos, protestas y aspiraciones de la ciudadanía y de la sociedad civil en general para convertirlos en acción política y, en su momento, en votos.

La marcha cohesionó a un segmento de la ciudadanía, le abrió un reducto a la sociedad civil y le ocasionó un boquete (especialmente en la ciudad de México) al partido gobernante y a la apariencia de control absoluto que pretende el presidente, pero no constituye un factor susceptible de convertirse en agente político a la luz de los comicios de 2024. Incluso en el objetivo específico de la marcha, el INE, la ciudadanía apenas logró impedir que Morena hiciera de las suyas en ese y otros asuntos legislativos.

Para eso se requiere a los partidos políticos y ahí yace la gran incógnita de la política electoral en este momento: qué es y dónde está la oposición. La oposición hoy, con la posible excepción de Movimiento Ciudadano, no es más que un recuerdo. Desde luego, en todas las formaciones políticas hay individuos excepcionales con habilidades sobradas, pero los partidos mismos son virtuales entelequias dominadas por liderazgos lúgubres sin más ambición que la personal, ya de por sí pequeña, cuando no ruin.

El sistema electoral tan inflexible permite que se perpetúen tanto los partidos como los liderazgos, lo que incorpora un enorme grado de incertidumbre sobre la capacidad de esos partidos y liderazgos para convertirse en el vehículo susceptible de canalizar el sentir ciudadano. Para tener posibilidad de ganar una elección en 2024, la oposición tendrá que encontrar no sólo al candidato idóneo para tal propósito, sino articular un programa que atraiga a la ciudadanía, le robe al presidente el control de la narrativa y cree condiciones para que todos los partidos de oposición se coaliguen entre sí para convertirse en la fuerza transformadora que el país requiere y la ciudadanía demanda.

El reto es evidentemente enorme, pero existen tres elementos que previsiblemente asistirán en el proceso. El primero es el propio presidente, cuya obcecación continuará alienando a la ciudadanía y, por lo tanto, fortaleciendo las oportunidades de la oposición, como lo hizo con la marcha. El segundo es que estamos entrando en el periodo de sucesión, el lapso más complejo de la política de cualquier nación, donde se exacerban las vulnerabilidades, contradicciones e insuficiencias del gobierno y del sistema político en general. En este rubro, todos estos factores se van a agudizar y multiplicar precisamente por la naturaleza del presidente, de su partido y de la conflictividad que ambos le han impuesto al país. Finalmente, el tercer elemento serán las propias estructuras de la sociedad civil, que hoy son la verdadera fuente de organización, planteamientos, críticas y estudios que, de facto, han ido evidenciando el abuso del poder.

Lo que falta son los partidos de oposición, hoy perdidos en el espacio y sin mayor influencia pero con todos los elementos para convertirse en la fuerza arrolladora que el momento requiere. En su lecho de muerte, Voltaire decía que “éste no es el momento de hacer nuevos enemigos.” Los partidos que hoy caminan como zombis sin rumbo tienen en sus manos la posibilidad, y la responsabilidad, de hacer lo contrario.

En una palabra, la oportunidad está ahí. La pregunta es si la oposición, hoy patética, la podrá hacer suya.

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REFORMA
22 Ene. 2023

Regresar o cambiar

Luis Rubio

La discusión que el país debería estar teniendo es qué sigue después de este gobierno. Algunos proponen que con regresar a lo que había antes todo se resuelve; otros pretenden hacer tabula rasa -borrar todo- para comenzar de nuevo. Donde sea que uno se encuentre entre estos extremos, en 2024 el país se encontrará en condiciones por demás precarias.

La primera certeza es que no hay hacia dónde regresar. La ciudadanía votó mayoritariamente por reprobar lo que existía luego de darle una oportunidad adicional al PAN (2006) y una más al PRI (2012). AMLO ganó en 2018 porque la gente estaba harta de promesas sin resultados satisfactorios para todos. Nadie puede dudar que en las pasadas décadas se lograron cosas por demás favorables que parecían imposibles sólo unos años atrás, pero igual de absurdo sería dejar de reconocer que los resultados no fueron siempre benignos y que en el camino se habían acumulado demasiados resentimientos. Negar estas circunstancias elementales sería otro disparate más.

Una segunda certeza es que el futuro no le pertenece a nadie en lo particular, comenzando por el presidente y sus acólitos. El futuro no lo puede desarrollar un pequeño grupo, por poderoso que sea, cualquiera que fuere su ideología o posición social. El futuro es por definición una construcción social y, por lo tanto, le pertenece a la ciudadanía en su conjunto. Son sus acciones individuales que, al sumarse, producen la sociedad que se va construyendo. Se hace camino al andar.

Finalmente, una tercera certeza es que la estabilidad, funcionalidad, crecimiento y desarrollo de una sociedad y su economía requieren anclas firmes que creen circunstancias que satisfagan al menos dos criterios: uno es que protejan los derechos de la ciudadanía y sus intereses. Es decir, que creen mecanismos institucionales de acceso y participación en la toma de decisiones y establezcan procedimientos para solucionar disputas a través de métodos conocidos y accesibles a todos, no como los actuales que niegan la justicia a la mayoría. En una palabra, toda la sociedad debe sentirse parte del entramado social, y no, como AMLO demostró, una sociedad dividida, buena parte de esta alienada de los avances y éxitos que sí se han dado en parte de la sociedad y la economía. El otro criterio es que los mecanismos de redistribución de la riqueza deben ser transparentes, técnicamente desarrollados y sujetos a auditoría, de tal suerte que el erario no se utilice para promociones personales ni se distraigan recursos públicos para el enriquecimiento de quienes se encuentran (temporalmente) en el poder.

El problema de México no es “técnico,” o sea, no radica en contar con la mejor legislación para esto o la estrategia más adecuada para lo otro. Todos esos factores son obviamente necesarios, pero también asequibles. Los problemas de México no surgen de la carencia de leyes o abogados y legisladores capacitados para redactarlas y mejorarlas; lo mismo se puede decir de profesionales competentes para administrar la hacienda pública, la justicia o las estrategias de política pública que serían susceptibles de reparar los problemas o construir nuevas realidades.  A lo largo del último siglo los mexicanos hemos atestiguado la presencia de funcionarios excepcionalmente dotados y visionarios en paralelo con otros torpes, incompetentes y destructivos. El problema no es de capacidades, sino de ausencia de límites. Por ello, el desafío radica en que la ciudadanía obligue a los políticos a que actúen dentro de marcos institucionales acotados. Y ese es un reto político, de poder.

Regresar o cambiar no es la disyuntiva que enfrenta la ciudadanía mexicana. Su verdadero dilema yace en romper con las amarras que le impone una estructura política que le confiere excesivo poder a una persona, tanto así que con su mera labia puede desmantelar instituciones, cancelar proyectos de enorme calado (y costo) o iniciar procesos igual económicos que penales contra quien le plazca. Cuatro años de estas fechorías han hecho evidente que la construcción institucional de las pasadas décadas fue una mera fachada no porque (necesariamente) así lo pensaran sus autores, sino porque nunca comprendieron, y por lo tanto no calcularon, la realidad del poder que concentra la presidencia. O, en términos benignos, porque supusieron que nadie vendría a destruirlo todo como razón de ser.

El tema no es nuevo: se remonta a las reformas constitucionales emprendidas en 1933, cuyo objetivo fue fortalecer a la presidencia eliminando tanto a la Suprema Corte y al legislativo como contrapesos efectivos. En el camino, el “sistema” que tantos años de estabilidad le confirió al país tuvo por consecuencia convertirse en un impedimento al desarrollo natural de la ciudadanía, con todo lo que eso implica: un sistema educativo dedicado al control en lugar de al desarrollo; una economía con excesivos entes dominantes, comenzando por los estatales; y un sistema judicial subordinado al poder ejecutivo. En suma, una presidencia demasiado poderosa con gran capacidad de acción positiva, pero igual propensión a la destrucción.

El reto que viene será mucho mayor al que cualquier mexicano vivo haya conocido. Más vale irnos preparando.

 

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  REFORMA
15 Ene. 2023

 

Tiempos cambiantes

Luis Rubio

 

¡Cómo cambian los tiempos! A estas alturas del sexenio pasado, la discusión política se concentraba en la debilidad de la presidencia luego del fin de la era priista, cuando el debate rondaba sobre el excesivo poder de la presidencia. Veinte años después la preocupación se enfocaba en la presidencia enclenque. Sin que haya habido un cambio radical en las estructuras legales o constitucionales, hoy la discusión es de nuevo sobre la concentración del poder. Ahora que comienza el año clave de la nominación de candidatos, es crucial dilucidar qué es lo que ha cambiado.

 

La evidencia es contundente: el cambio no es de naturaleza estructural, sino de personas. El presidente Peña prácticamente se retiró de la vida pública, dejando que el (poco) trabajo político que se llevaba a cabo lo ejecutaran sus secretarios u operadores. El resultado fue un gobierno muy poco efectivo en gobernar, así haya logrado cambios legislativos sustantivos.

 

Por su parte, el presidente López Obrador se concentra de manera casi exclusiva en la labor política, dedicándose a narrar el acontecer cotidiano de una manera tan efectiva que domina el panorama nacional. Complementa esa labor central con visitas frecuentes a los lugares más recónditos del país, donde toda su actividad y enfoque se concentra en engrandecer su popularidad y afianzar alianzas de poder. Nada de gobernar.

 

Los dos gobiernos evidencian contrastes y similitudes que vale la pena resaltar. Son similares en su devoción por el pasado, pero altamente contrastantes en sus prioridades. La contradicción al interior del gobierno de Peña fue siempre flagrante: no se puede recrear la vieja presidencia al mismo tiempo que se avanzan reformas cuya esencia es descentralizadora, como fue el caso de las de comunicaciones y energía. Al final ganó la parte reformadora, pero falló la chamba política que cambios tan trascendentes en términos ideológicos e históricos demandaban. La facilidad con que López Obrador ha ido virando el timón es testimonio claro de aquello.

 

La contradicción al interior del gobierno de AMLO no es menos grande, pero es de naturaleza diferente. El presidente ha sido sumamente exitoso en desmantelar muchas de las entidades, instituciones y mecanismos que caracterizaron a sus predecesores, pero el desempeño económico y social ha sido, para decir lo menos, (casi) catastrófico. Para un gobierno cuya narrativa exalta asuntos clave como la pobreza, la corrupción y la desigualdad, su gestión va que vuela hacia incrementos sustanciales en todos esos indicadores. La pregunta hoy, al inicio del penúltimo año del gobierno, es cuáles serán las consecuencias de esta gestión (o falta de ella) y qué tan distinto será su final respecto al de su predecesor.

 

Lo que es claro es que la gran diferencia entre las dos administraciones ha sido la persona del presidente: uno retraído y otro hiperactivo; el primero dedicado a sus labores en privado, el segundo imponiéndose en todos los foros y excluyendo, descalificando o intimidando a todo lo que percibe como obstáculo a la consagración de su poderosa presidencia.

 

En octubre pasado, el presidente Xi Jinping logró un hito en apariencia similar al consolidarse como el líder más poderoso de China en al menos medio siglo; pero las diferencias son notables: en China, la estructura que construyó el presidente de esa nación es imponente, arropada por toda una construcción legal y política que la hace tanto más poderosa y, potencialmente inexpugnable.

 

El caso de México es muy distinto. El mismo contexto produjo a un presidente en Peña Nieto que acabó siendo débil y otro, López Obrador, que, hasta ahora, ha sido extraordinariamente fuerte. Siendo que la diferencia es de personas y de la capacidad para operar, la pregunta es cómo será el próximo, hombre o mujer. Lo que parece obvio es que ninguno de los dos modelos es repetible: el primero porque nadie querría imitarlo de manera consciente, el segundo porque las condiciones que lo hicieron posible son únicas, exclusivas a la persona y a su historia. Mucho más importante, ¿cuántos años puede aguantar un país un deterioro sistemático en su economía, seguridad, servicios públicos y relaciones entre gobierno y sociedad? ¿Y sin ser gobernado?

 

El presidente López Obrador se ha abocado a su popularidad y al poder. Para lograrlo, ha procurado preservar la pobreza, contener (o impedir) el crecimiento de la economía y dejar que crezca la inseguridad. Parecería que seguía el script que, desde el siglo XVI, apunto Etienne de la Boétie: “Siempre ha sucedido que los tiranos, para fortalecer su poder, se han esforzado en instruir a su pueblo no sólo en la obediencia y el servilismo hacia sí mismos, sino también en su adoración.”

 

Quien suceda al presidente López Obrador no contará con los elementos que le permitirían recrear a su predecesor. Más bien, tendrá que corregir el camino para enfrentar los problemas fiscales, políticos, económicos y sociales, para no hablar de los internacionales, que serán el legado de esta administración.

 

Los candidatos que se definan este año debieran estar claros al respecto porque la ciudadanía, hoy abrumada por una narrativa falaz, pero sumamente efectiva, se los demandará a la primera de cambios.

 

 

 

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08 Ene. 2023

Migraciones

 Luis Rubio  

La gente migra por muchas razones y lo ha hecho desde hace milenios: el clima, la búsqueda de oportunidades, el miedo y la inseguridad. Sonia Shah* explica que el migrante prototípico suele ser el tipo de persona que no tiene grandes cuentas bancarias o propiedades, pero es rica en buena salud, habilidades, educación y conexiones con personas en otras latitudes: su capital es portable. Nadie duda de las aportaciones de los migrantes para las sociedades en que se establecen o los beneficios para sus comunidades de origen, pero, dice Shah, la pregunta relevante en esta era de migraciones masivas no es porqué migran las personas, pues ésta es una de las grandes fuerzas de la naturaleza, ancladas en la biología humana y la historia. “La pregunta relevante es qué vamos a hacer respecto a ello.” Esta pregunta es clave por la enorme fuerza que la migración representó en la victoria de Trump y en Brexit.

Uno siempre debe tener las botas puestas y estar listo para partir.

Miguel de Montaigne, 1580

Un refugiado solía ser una persona impulsada a buscar refugio debido a algún acto cometido o alguna opinión política sostenida. Bueno, es cierto que hemos tenido que buscar refugio; pero no cometimos ningún acto, y la mayoría de nosotros nunca soñó con tener una opinión radical. Con nosotros el significado del término refugiado ha cambiado. Ahora “refugiados” somos aquellos que hemos tenido la desgracia de llegar a un nuevo país sin medios y tenemos que ser ayudados por comités de refugiados. Antes de que estallara la guerra, éramos aún más sensibles a que nos llamaran refugiados. Nosotros hicimos todo lo posible para demostrar… que éramos inmigrantes comunes y corrientes.

Hanna Arendt, 1943

La migración no es un proceso unidireccional; es un proceso colosal que ha estado ocurriendo en todas las direcciones durante miles de años

Moshin Hamid, 2017

La emigración es fácil, pero la inmigración es otra cosa. Salir, sí; pero ¿ser aceptado?

Victoria Wolff, 1943

Lo primero que envía un nuevo migrante a su familia en su casa no es dinero, sino una historia

Suketu Mehta, 2019

Aquí todos son iguales. No hay pobres, no hay ricos. Avienta nombres como Colón, Shakespeare y Buckle y palabras grandilocuentes que no entiendo como civilización. Quiere escribir una canción sobre ellos, pero no tiene tinta, pluma ni papel. Mi hermano Elyahu me dice que si no le gusta este país, puede regresar.

Sholem Aleijem, 1916

En 1937, la Comisión Dewey llevó a cabo una investigación de los cargos contra León Trotsky formulados durante los juicios montaje de Joseph Stalin en Moscú. “¿De qué país es usted ciudadano, señor Trotsky?” preguntó la comisión. “He sido privado de mi ciudadanía en la Unión Soviética. No soy ciudadano de ningún país”, respondió Trotsky. “¿Qué hizo, si es que hizo algo, cuando se le informó de la privación de su ciudadanía?” “Escribí un artículo sobre eso”, dijo. Soy un hombre armado con una pluma.”*

La migración ha sido politizada antes de ser analizada

Pablo Collier, 2015

En junio de 2021, la ciudad de San Antonio inauguró su Jardín de la Amistad de América del Norte, una parada de descanso para las mariposas monarca que migraban, con flores silvestres, arbustos y árboles nativos. El objetivo del jardín es “la amistad y la buena voluntad de tres países que trabajan hacia objetivos comunes”, dijo un funcionario de la ciudad. “Como insecto migratorio, la monarca es un representante de la migración.”

Lapham’s Quarterly, 2022

Mejor libre en tierra extraña que esclavo en casa

Proverbio alemán

En 1639, los colonos puritanos de Massachusetts autorizaron la expulsión de “extranjeros pobres” en lo que se cree que fue el primer caso de deportación en Estados Unidos. Poco después, Virginia y Pensilvania aprobaron leyes que restringían fuertemente “la importación de indigentes,” lo que incluía a delincuentes y “extranjeros y sirvientes irlandeses.”

Wikipedia

Dame tus extenuados, tus pobres… tus masas acurrucadas anhelando respirar libremente, el desdichado desecho de tu ribera rebosante.

Emma Lazarus, 1883

Según un mito azteca, el dios de la guerra Huitzilopochtli envió a un grupo de mexicas en un viaje para establecer el nuevo centro del mundo. Después de unos doscientos años de deambular, vieron un águila posada sobre un cactus con sus “alas extendidas hacia afuera como los rayos del sol.” Tomando al pájaro como una señal divina de que habían llegado a su destino, “comenzaron a llorar y bailar con alegría y satisfacción”.

Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas

Los que van al extranjero encuentran un cambio de clima, no un cambio de alma

Horacio, c 20bc

La migración humana es imparable y, dadas las grandes y crecientes diferencias entre las naciones del Sur y del Norte, está destinada a seguir creciendo. La gran pregunta es si es posible lograr un flujo ordenado puede volverse ordenado para servir los intereses y necesidades de ambas partes.

*The Next great Migration **https://www.marxists.org/archive/trotsky/1937/dewey/

https://www.reforma.com/aplicacioneslibre/preacceso/articulo/default.aspx?__rval=1&urlredirect=/migraciones-2023-01-01/op240688?pc=102

 
 
 REFORMA

 01 Ene. 2023 

Mis lecturas

Thomas Carlyle dice que “la verdadera universidad de estos días es una colección de libros.” Hago aquí me mejor intento por compartir algunas de las lecturas que más me impactaron este año.

Dos dictadores emblemáticos -Stalin y Hitler- se aliaron al inicio de la segunda guerra mundial, cada uno por sus intereses y razones, para luego acabar en un combate a muerte hasta que la Unión Soviética ocupó Berlín en 1945. Hitler inició la guerra y es la figura que más atención ha recibido en la literatura histórica, al grado en que ésta con frecuencia se identifica como la “guerra de Hitler.” Sean McMeekin[i] argumenta que éste es un enfoque errado porque fue Stalin quien aprovechó las circunstancias que se le fueron presentando en cada coyuntura hasta ganar ventajas estratégicas sin igual. Aunque fue Estados Unidos el país que logró la derrota incondicional de Alemania y Japón, este recuento iconoclasta concluye que el vencedor indisputado de la contienda fue Stalin, quien impuso una tiranía mucho más duradera.

En El espectro de la guerra[ii]Jonathan Haslam plantea que la revolución rusa de 1917 alteró las relaciones internacionales para siempre y que quienes siguieron apegados a los marcos de referencia previos erraron en todas sus decisiones, algunas por demás trascendentes, comenzando porque el nuevo régimen soviético fue tan importante en el surgimiento de Hitler como lo fue el Tratado de Versalles. Más importante, le hizo creer a los líderes occidentales, especialmente a los ingleses (Chamberlain), que Hitler sería un factor clave en la contención del comunismo. Nadie puede saber qué hubiera pasado si occidente y la Unión Soviética se hubieran aliado en los treinta para impedir el crecimiento de Alemania, pero la especulación de Haslam es clave: “la lección de los años entreguerras es que en la vida política el extremismo con gran facilidad se convierte en corriente dominante.” Es clave, prosigue, no ignorar la historia, “que ofrece advertencias, si tenemos el cuidado de reconocer lo que son.”

Michael Neiberg escribió sobre la caída de Francia en 1940, colapso que nadie anticipaba dada la famosa Línea Maginot, que los franceses, y el resto del mundo, creía era invulnerable, sólo para encontrar que la Alemania Nazi invadió Francia por los países bajos, obviando las formidables fortificaciones. El libro[iii]versa sobre el impacto de la invasión de Francia sobre Estados Unidos y el planteamiento trasciende el asunto inmediato. En esencia, el argumento es que el colapso de Francia cimbró a Estados Unidos porque nuestro vecino había concebido a Francia como el muro que la protegería de cualquier enemigo por el lado Atlántico; la caída de Francia le obligó a repensar toda su concepción del mundo y, a partir de ahí, construyó el más formidable ejército de la historia del planeta que no solo ganó esa guerra, sino que se convirtió en el factótum mundial a partir de entonces. De particular interés es la descripción que Neiberg hace sobre la forma en que EUA decidió quién sería su socio en Francia, apostando por Vichy, el gobierno de la Francia ocupada, contrariando al gobierno británico que había hecho un concienzudo análisis de la situación francesa y concluido que el socio idóneo era de Gaulle. El libro es fascinante en sí mismo, pero me pareció especialmente relevante por la propensión estadounidense a ignorar la situación local y, por lo tanto, errar en la identificación de sus socios, como evidenció en Vietnam, Afganistán e Irak.

Manuel Hinds escribió un libro que rompe con la tendencia de los últimos años de ver en el gobierno la solución a todos los problemas. In Defense of Liberal Democracyes un libro peculiar porque lo escribe un salvadoreño hablándole a los estadounidenses. El argumento central es que los periodos de cambio tecnológico producen severas disrupciones que, como ahora, se traducen en un incremento en la desigualdad de ingresos y mayor pobreza, pero que la democracia liberal es el mejor instrumento que ha ideado el ser humano para enfrentar esos males. Hinds analiza periodos complejos como el de la revolución francesa y la Alemania Nazi para concluir que la clave del desarrollo y de la democracia reside en la consolidación de una sociedad horizontal, que él denomina como multidimensional, que de inmediato crea pesos y contrapesos que fortalecen la capacidad de generación de ideas, proyectos y actividad productiva porque alinean los incentivos de las personas con los del desarrollo de su país. 

El mejor libro que he leído sobre la relación China-Estados Unidos, escrito por un ex primer ministro australiano, describe la complejidad de la relación, sus malentendidos históricos y, especialmente los puntos de convergencia y de divergencia. El título, la guerra evitable,[iv] es sugerente: el camino de sospechas y conspiraciones que se asumen por ambos lados tiene sólo un posible desenlace, a menos que ambas partes reconozcan la necesidad de llegar a entendidos clave para ellos y para el mundo.

 

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[i]Stalin’s War: A New History of World War II A New History of World War II

[ii]Princeton

[iii]When France Fell: The Vichy Crisis and the Fate of the Anglo-American Alliance

[iv] Rudd, Kevin, The Avoidable War: The Dangers of a Catastrophic Conflict between the US and Xi Jinping’s China

https://www.gruporeforma.com/reforma/suscribete/default.aspx?id_Suscripcion=1115&id_Publicacion=6&id_Promocion=159&utm_source=muro_ex_960x380&utm_medium=muro_premium&utm_campaign=muro_d_12m_890&utm_content=art_cerrado&utm_term=usr_anonimo&flow_type=paywall

Ceteris paribus

Luis Rubio

La forma en que concluya este sexenio será determinante del potencial futuro del país. Dado el enorme poder y legitimidad que ha acumulado el presidente en estos años, el asunto se remite en buena medida a una disyuntiva muy simple: ¿quién ganará: la narrativa o la realidad?

En un video reciente que se tornó viral, el consultor político Antonio Sola dice que AMLO es un presidente de transición que decodifica la realidad nacional con lo que creará las condiciones para gobiernos de las próximas décadas. Su argumento es esencialmente que AMLO es dueño de la narrativa porque domina la técnica de contar historias que tocan las emociones y que lo puede hacer porque no tiene competencia, dado que la oposición juega el juego del presidente en lugar de construir una narrativa alternativa. Aunque no es nuevo, el argumento es poderoso porque bien podría determinar el devenir del sexenio y, en consecuencia, la naturaleza del próximo.

El otro lado de la moneda es que no todo es narrativa. Estimular las emociones de los votantes, eso que hacen los políticos, es central para el ejercicio del liderazgo en una nación, pero no es substituto del desempeño gubernamental, especialmente en economía y seguridad, lo fundamental para cada uno de los integrantes de la sociedad.

En tanto que la realidad camine en paralelo a la narrativa, es decir, que una complemente a la otra, el liderazgo presidencial se fortalece. En sentido contrario, cuando la distancia entre ambas resulta insostenible, alguna de las dos acaba imponiéndose, usualmente la realidad… Esa es la tesitura que, desde mi punto de vista, determinará el devenir de los próximos dos años.

La manera en que concluya el sexenio será determinante de la capacidad que retenga el presidente para nominar a su candidat@ preferido y, no poco importante, evitar que se fracture Morena. Hasta ahora, el presidente ha logrado dominar el panorama político con su excepcional habilidad narrativa, pero su indisposición a promover el crecimiento económico, y su terquedad en controlarlo todo, ahora también lo electoral, ha estancado al país y provocado divisiones cada vez más profundas. Además, la destrucción institucional y concentración del poder desincentiva la inversión productiva al elevar la percepción de riesgo. El resultado es que, por maravillosa que sea la narrativa, su distancia respecto a la realidad cotidiana es creciente.

En este contexto, hay dos maneras de enfocar lo que venga de aquí al 2024: una es la forma en que evolucione la economía y la seguridad en los próximos dos años, pues eso determinará tanto la distancia entre la narrativa y la realidad, como la fortaleza del presidente. Por otro lado, independientemente de como termine el sexenio, los pasivos que dejará esta administración serán monumentales con repercusiones dramáticas que se medirán en términos no de años sino de generaciones.

Hasta los creyentes en el proyecto presidencial tendrán que reconocer que se han creado pasivos estructurales que no serán fáciles de corregir. Aquí van algunos por demás obvios: primero que nada, la destrucción de la confianza y de las fuentes institucionales de certidumbre. Parte de esto se debe más a Trump que a López Obrador (por el debilitamiento del TLC), pero el efecto conjunto es devastador y llevará décadas construir algo susceptible de sedimentar fuentes de confianza sostenibles, no politizadas. Segundo, el cambio en la estructura del presupuesto gubernamental repercutirá en la falta de crecimiento más allá del sexenio porque será sumamente difícil eliminar rubros de gasto que son política y socialmente trascendentes (especialmente las transferencias clientelares), pero que no contribuyen al crecimiento general de la economía. Tercero, derivado de lo anterior, lo mismo es cierto del gasto que hoy se ejecuta a través del ejército y que, además de su potencial de corrupción, no contribuye a la función central de esa institución y distrae recursos que son requeridos para la promoción del desarrollo. Finalmente, el sistema educativo, de por sí un fardo ya viejo para el desarrollo especialmente en la era digital, no sólo no va a haber avanzado, sino que adquirió un cariz profundamente ideológico que podría llevar a generaciones de egresados sin posibilidad alguna de ser empleados en el aparato productivo.

Estos cuatro ejemplos ilustran la naturaleza del actual gobierno el cual, más allá de sus dogmas y obsesiones, ha tenido por único objetivo el poder, no un futuro mejor. La narrativa ha servido para afianzar esa concentración de poder, pero no será benigna en el momento de sucesión. Desde luego, esto no altera el enorme desafío que enfrenta la oposición para convencer al electorado de un mejor futuro para destronar el, hasta hoy exitoso, perfil presidencial.

Además del estancamiento económico, los déficits estructurales que dejará el gobierno actual son inconmensurables.  Por ello, es temerario extrapolar hacia el futuro suponiendo que nada va a cambiar: la frase latina ceteris paribus, que implica que todo se mantiene constante. Para una sociedad acostumbrada a una permanente relación transaccional con los gobernantes -votos por beneficios- ninguna narrativa compensará la falta de empleos, oportunidades, seguridad y, en una de esas, otra crisis.

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REFORMA
18 Dic. 2022

 

Desglobalización

Luis Rubio

La característica central de nuestro tiempo parecen ser las tensiones que generan las desigualdades reales o percibidas en la distribución de los beneficios del crecimiento económico. Innumerables naciones alrededor del mundo han elegido líderes cuya carta de presentación ha sido el rechazo a lo existente. Ejemplos obvios son Trump, Brexit, Bolsonaro y Lula y, de igual manera, Chávez y López Obrador. El movimiento pendular ha sido extremo en algunas naciones, mucho más moderado en otras, pero es inconfundible el deseo por refugiarse en un pasado conocido y abandonar las mieles de promesas insatisfechas. La pregunta que circula alrededor del mundo es qué tan distinto será el futuro.

Visto en retrospectiva, es muy claro, y fácil, llegar a la conclusión de que las narrativas que acompañaron a la era dorada de la globalización a lo largo de las últimas tres décadas resultaron ser utópicas y, por lo tanto, imposibles de ser satisfechas. De hecho, una de las lecciones que arroja una encuesta tras otra, en México y el mundo, es que la gente está más insatisfecha por la lentitud del avance que por un deseo por retornar a terrenos conocidos. El gran problema de la globalización no radica en la falta de resultados, sino en la desigual distribución de estos. La ciudadanía así lo reconoce: lo que añora es ser parte del éxito, no retornar a un pasado incierto y de pobreza.

Por otra parte, es evidente el atractivo político de explotar los sentimientos y resentimientos que generan las disrupciones que genera el acelerado cambio que ha experimentado el mundo en estos años, casi todo ello más producto de avances y cambios tecnológicos que de la economía propiamente dicha. El cambio tecnológico ha sido un componente central de la globalización económica y, sobre todo, de la alteración en las cadenas de valor.

El primer componente de la globalización son las comunicaciones instantáneas que han transformado la realidad económica, sino social y política. Cualquier persona en la actualidad tiene acceso a más información de la que los gobernantes conocían hace sólo algunas décadas; la posibilidad de comunicarse y compartir información ha transformado nuestra vida cotidiana de una manera más profunda que cualquier otro factor en la historia de la humanidad. Los teléfonos de hace sesenta años eran piezas mecánicas ensambladas por operarios en líneas simples de producción. Los teléfonos inteligentes, verdaderas computadoras, tienen un enorme contenido creativo y, relativamente, poco contenido manualmente incorporado. Las relaciones de valor han cambiado, lo que explica porqué es tan importante una educación de muy alta calidad.

Claramente, la tecnología hizo posible la globalización a la vez que acentuó diferencias sociales de manera significativa, provocando las reacciones políticas, nacionalistas e introspectivas que vivimos de manera cotidiana. A esto hay que añadirle la competencia geopolítica que caracteriza al mundo de las potencias: algunas naciones han reforzado sus estrategias de política industrial, en tanto que otras, especialmente Estados Unidos, han comenzado a adoptarlas de manera explícita. Parte de esto responde a la base sindical (paradójicamente) tanto de Biden como de Trump, pero mucho de ello se deriva de su competencia con China. Entre paréntesis es importante anotar que estos cambios en materia industrial constituyen una inmensa oportunidad para México, pero ese es otro asunto.

De lo que no hay duda es que ha habido una profunda alteración en la manera de percibir los procesos económicos. Hoy los políticos pretenden determinar la forma en que se deciden los asuntos económicos y eso constituye el mayor cambio experimentado en el mundo en décadas. Algunos argumentan que las cadenas de suministro son demasiado intrincadas como para modificarlas, pero la realidad es que las presiones e incentivos políticos las erosionan minuto a minuto.

Hay dos cosas que me parecen evidentes: primero, la tecnología seguirá avanzando y eso afectará el proceder económico. La otra es que muchos de los que mayor descontento muestran son también quienes más van a padecer las pérdidas de la desglobalización. Como todo péndulo, las nuevas tendencias tarde o temprano comenzarán a mostrar las limitaciones de las nuevas políticas y vendrá una nueva resaca. El mundo avanza en ciclos y el de ahora es sólo uno más.

Borja Sémper resume el dilema de manera clarividente: “Vivimos la primera gran resaca del nuevo orden mundial surgido por la globalización, un mundo que no es estático y que se caracteriza por el cambio constante. Un cambio que a muchos aturde. La mundialización es una realidad cargada de oportunidades y retos, creadora de riqueza (el nuevo capitalismo necesita ajustes, como los ha necesitado en todos los cambios de era, pero sigue siendo el sistema que más libertad y riqueza ha creado y repartido en la historia de la humanidad), pero cuenta aún con el talón de Aquiles de la ausencia de gobernanza que nos permita saber y corregir sus extralimitaciones. La crisis es de confianza, y la confianza es uno de los pilares fundamentales de la democracia.”

La pregunta para México es la misma de siempre: ¿responderemos con un sentido de futuro o para intentar controlar procesos incontenibles?

 

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