Luis Rubio
La carta que envió el presidente López Obrador al presidente Trump puede tener muchas lecturas, pero una gran certeza: es un documento concebido desde y para fines de la política interna y, en esos términos, ha sido un gran éxito. En adición al apoyo popular que, desde el comienzo, ha sido masivo, ahora puede jactarse de contar con la simpatía, si no es que con el reconocimiento, de buena parte de la sociedad -empresarios, comentaristas y críticos- que no estaban con él. El éxito es notable. Captando la nueva tónica, un comentarista afirmó que «Trump logró convertir a AMLO de líder en Jefe de Estado». El apoyo es innegable; la pregunta es si eso resuelve el problema.
El contexto es fundamental: en los de facto diez meses en que AMLO ha gobernado, la característica central ha sido de confrontación en un país sumamente dividido. La estrategia de ataque que ha empleado el presidente le ha rendido frutos, pero ha sido sostenible sólo porque los mercados financieros internacionales, en contraste con otras eras de la política y economía del país, han sido indiferentes a las discusiones internas. Mientras las exportaciones fluyan, el diferencial de tasas de interés se mantenga y las calificadoras ignoren sus propias admoniciones respecto a la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, los inversionistas de portafolio no verán razón alguna para cambiar su estrategia, muy rentable hasta la fecha. La reciente acción por parte de Trump podría cambiar esa ecuación, como ilustró el cambio de calificación.
En «Cien años de soledad», Gabriel García Márquez crea personajes que habitan mundos paralelos que, aunque se ven, nunca se acercan. El famoso realismo mágico que describe el escritor colombiano no parece muy distante de los sucesos de los últimos días. Trump -otro personaje de un realismo igualmente hechicero- logró combinar dos obsesiones de una manera catastrófica para México. Su prejuicio de que los déficits comerciales son malos y dañinos para la economía es bien conocido, pero ahora lo combinó con el asunto de los flujos migratorios, quizá el elemento más trascendente en su estrategia electoral de 2016. Es evidente que, para Trump, el más reciente amago constituye el cimiento perfecto para lanzar su campaña para la reelección. Cada lado con su propio realismo mágico.
Cualquiera que sea el devenir de largo plazo del asunto arancelario o de la campaña, el impacto sobre México puede ser descomunal. La verdadera asimetría en la relación no radica en el poder de cada uno de los gobiernos, sino en el desproporcionado impacto que cualquier medida de allá tiene sobre México: mientras que una decisión del gobierno mexicano no es más que un pequeño murmuro para los estadounidenses, casi cualquier acción del gobierno estadounidense entraña consecuencias desmedidas sobre nuestro país. La pura amenaza de los aranceles provocó una devaluación de más de 3%, patrón que ha sido no sólo histórico, sino especialmente característico del actuar de Trump desde su campaña presidencial hace tres años.
El problema de la más reciente táctica de Trump para México es que ataca, de un golpe, los tres elementos clave de la estabilidad del país. Primero, con su amenaza de imponer aranceles crecientes, se ponen en entredicho las exportaciones; segundo, la inestabilidad cambiaria que la misma medida ha generado reduce el atractivo que el diferencial de tasas ofrecía hasta ahora; y, tercero, la presión sobre las agencias calificadoras seguirá aumentando, toda vez que dos de los vectores clave en sus consideraciones -los proyectos de infraestructura que consideran imposibles de financiarse y las exportaciones que garantizan el flujo de dólares- ahora juegan en sentido contrario. Y lo peor es que no hay mucho que el gobierno mexicano pueda hacer para cambiar la realidad migratoria en el corto plazo.
Al mismo tiempo, todos los mexicanos sabemos que el gobierno mexicano lleva décadas prometiendo acciones y respuestas a los flujos migratorios y no ha hecho nada al respecto. Como nunca hubo consecuencias a la inacción, en México siempre se pretendió que esto no era más que un juego de espejos, situación que cambió desde la campaña del hoy presidente de EUA. El extremo ha sido el otorgamiento de visas de trabajo y tránsito del gobierno actual, creando un incentivo que contribuyó a desatar el súbito y enorme crecimiento en esos flujos. En el peor momento: con Trump.
El momento es propicio para un reencauzamiento de la política interna. El presidente ha logrado generar, en buena medida gracias a Trump, una tregua en política interna, lo que confirma su propio dicho, así sea a la inversa, de que la mejor política interior es una buena política exterior, recurso frecuente en décadas pasadas. La oportunidad está en sus manos: el presidente tiene el sartén por el mango y podría emplearlo para empecinarse en una estrategia divisiva y cierta de provocar a las calificadoras, o para sumar a toda la población y convertirse en el factor transformador que el país necesita y con el que él ha soñado. La oportunidad es única y extraordinaria y, con suerte, podría contribuir a evitar que se consumen las peores consecuencias de la conflagración que entraña el actuar de Trump y la estrategia del gobierno de AMLO a la fecha.
09 Jun. 2019