Luis Rubio
Mientras México va corriendo hacia un pasado incierto, irreproducible y, ciertamente, indeseable, el resto del mundo corre a una velocidad desesperada. No es sólo el hecho de ir en reversa, sino que los riesgos inherentes a lo que se destruye en el camino implican que el país va a perder la posibilidad de, finalmente, lograr altas tasas de crecimiento económico. El asunto no es de preferencias gubernamentales o de popularidades; el asunto es de estrategias de desarrollo en la era de la globalización, en el siglo XXI.
Ningún lugar del mundo evidencia la dirección del desarrollo en esta era, y de manera tan brutal, como Asia. En esa región la disputa es toda por el futuro: quien logrará tasas más elevadas de ingreso per cápita en el menor plazo. Una por una, todas esas naciones, cada cual con su cultura, historia y forma de gobierno, ha ido construyendo los cimientos de su desarrollo, pero todas comparten características comunes, comenzando por su devoción por la educación, la infraestructura y el desarrollo tecnológico. En esa región sería inimaginable pretender regresar a un pasado idílico porque la nostalgia no tiene lugar en el futuro y todo es, a final de cuentas, sobre un futuro mejor.
Una visita reciente a tres países de la región me dejó observaciones y aprendizajes sobre la forma de conducir sus asuntos y, sobre todo, sobre sus prioridades: las diferencias entre naciones como Corea, Singapur e India son pasmosas, pero el dinamismo es sólo uno, común a todos. India es una nación inmensa en población y territorio, con una diversidad étnica, religiosa y económica que, aún viniendo de un país tan complejo como México, es absolutamente incomprensible. Y, sin embargo, todo el país parece volcado hacia la construcción de un futuro que, sin romper con sus tradiciones, sea radicalmente distinto al pasado.
La primera vez que visité Corea, en 1998, el país estaba saliendo de una crisis financiera, similar a las que habíamos vivido en México tantas veces. Lo que más me impresionó en aquella ocasión fue el sentido casi de culpa que mostraban mis interlocutores en el gobierno y la academia. Para ellos, el hecho de haber tenido que recurrir a un apoyo externo (el FMI) era equivalente a perder cara, a demostrar incompetencia y, sobre todo, haber errado el camino. Su respuesta no fue retornar a la pobreza del pasado, sino cambiar radicalmente su estrategia, enfrentar sus problemas y dar un gran salto hacia adelante para alcanzar los resultados de los que hoy están tan orgullosos sus ciudadanos.
India y Corea guardan semejanzas evidentes con México porque son naciones grandes, con una larga y orgullosa historia, pero en lo que son radicalmente distintas es en su determinación por romper con las amarras del pasado y construir una sociedad nueva, distinta, capaz de satisfacer las necesidades de una población ambiciosa y decidida. Corea, una nación sin recursos naturales, optó por convertir a la educación en su ventaja comparativa: en lugar de ceder ante tradiciones o grupos de interés, forzó un cambio radical en la educación hasta convertirla en el medio a través del cual pudo romper con la pobreza y sus impedimentos naturales. India, una nación con más de mil millones de habitantes, decidió un camino similar, pero ello en el entorno de la enorme complejidad que la caracteriza. A pesar de sus contrastes sociales, todo el ímpetu de la nación se puede apreciar en cada cuadra y en cada conversación.
Un miembro del gabinete hindú ilustraba el reto con un argumento simple y claro: a pesar de su semejanza en tamaño con China, India es una democracia y tiene que lidiar con sus problemas en ese contexto, algo que para el gobierno chino es absolutamente inconcebible. La diferencia, continuaba el funcionario, es que los chinos seguirán entusiasmados siempre y cuando el gobierno pueda seguir satisfaciéndolos con crecimiento económico; en contraste, India seguirá en su camino hacia el futuro, en ocasiones de tumbo en tumbo, pero con el apoyo de una población que sólo tiene futuro porque el pasado no es atractivo. Al escucharlo, hubiera deseado que ese fuese el discurso de nuestro presidente.
Singapur no es modelo para México (ni para India o Corea), simplemente por su escala. Una isla-nación en la que todo funciona, la infraestructura es inmejorable y el orden excesivo, Singapur sabe de donde viene y a donde quiere llegar, a lo que dedica recursos y esfuerzos de manera incesante y hasta despiadada. Nada se pone en el camino de los funcionarios mejor pagados del mundo (ahí se entiende al revés: un funcionario bien pagado se dedica a su trabajo y a nada más), todos ellos especialistas dedicados a su mandato.
Hace algunas décadas los representantes del banco mundial y otros organismos similares afirmaban que México tenía quizá el equipo gobernante más competente; sin duda, era de gran clase, pero el de Singapur es simplemente inmejorable, uno tras otro. No por casualidad tiene el PIB per cápita más alto del mundo.
Tres naciones construyendo su futuro: con sus enormes diferencias y características, cada una de ellas con claridad de rumbo y, sobre todo, sin complicarse la vida con un pasado que es imposible de ser recreado. Imposible no tener enorme envidia.
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