Después del virus

Luis Rubio

“Antes de Elvis no había nada” afirmó John Lennon en una entrevista. Igual promete ser para el presidente López Obrador. Por año y medio tuvo una enorme latitud, desconocida desde los años setenta, para desarrollar sus programas y avanzar sus prioridades. Pero, como a todo presidente en el mundo, algo inesperado le marcó un alto, cambiando todo de ahí en adelante.

Quizá el mayor cambio que el coronavirus trajo consigo, por necesidad, fue el fortalecimiento de la sociedad frente al gobierno, algo que se exacerbó inexorablemente por la forma tan torpe en que el gobierno falló en su responsabilidad elemental de proteger a la población. Las consecuencias de este cambio se verán en los años y décadas por venir, siendo posible que la mayor de ellas sea que, finalmente, la sociedad mexicana se libere de un sistema político opresivo que ha impedido el encumbramiento de una verdadera democracia. El tiempo dirá.

El actuar de la sociedad no fue algo concertado ni organizado y ha ocurrido al amparo del aislamiento, lo que obligo a que cada empresa, organización, sindicato, familia y persona tomara decisiones para sí misma. Se inauguró una circunstancia inédita que sin duda afectará el devenir.

El mayor reto inmediato sigue siendo lidiar con el súbito empobrecimiento de la mayoría de los mexicanos, producto de la desaparición de empleos e ingresos, y que constituye el gran reto tanto intelectual como práctico porque de la resolución que se dé dependerá la naturaleza de la recuperación que sea posible después. Por eso destacan todavía más las iniciativas de la sociedad -igual las económicas que parar en seco en el congreso otro intento de control autoritario-, pero sólo el tiempo dirá si fueron suficientes. Muchos gobiernos en el mundo anticiparon estos impactos, para lo cual construyeron respuestas potencialmente viables, que contrastan patentemente con el nuestro: el gobierno no sólo negó la existencia de una crisis, sino que sus acciones la exacerbaron, profundizaron y prolongaron. Patético para un gobierno que se dice preocupado por los pobres.

La suma de una errada estrategia gubernamental desde el inicio de la administración -orientada a intentar imponerle decisiones a los actores económicos nacionales y extranjeros- y la falta de previsión y capacidad de respuesta frente a la crisis, inexorablemente se traducirá en una aguda contracción económica y, mucho peor, una incapacidad para lograr una acelerada recuperación. A los errores de visión de la actual administración se van a sumar los males intrínsecos del sistema político cuya característica histórica es la impunidad. En un contexto así, es inconcebible una rápida recuperación.

Un escenario caracterizado por severa recesión, desempleo, crisis política y ausencia de credibilidad y confianza en el gobierno tendrá consecuencias políticas que igual podrían ser benignas -la consolidación de un sistema democrático-, pero también podría conducir en el sentido opuesto: fortalecimiento de los elementos más duros y radicales de Morena; desaparición de todo vestigio de orden; crecimiento de la criminalidad, ahora sin distingo ni contemplación; radicalización del gobierno tanto en materia económica como política y judicial; descomposición social y política que pudiera provocar una masiva emigración. No hay límite a las posibilidades de deterioro.

¿Qué se puede hacer al respecto? La primera pregunta que deberíamos hacernos todos los ciudadanos es si el presidente va a adecuarse a la nueva realidad o si va a seguir intentando adecuar la realidad a sus esquemas preconcebidos. El costo de esa manera de conducirse se medirá en vidas perdidas, empleos desaparecidos y la velocidad de la eventual recuperación. A esto se suma la natural propensión de fuerzas criminales, políticas, partidistas, militares o paramilitares a substituir funciones gubernamentales, lo que debería ser suficiente acicate para que el presidente reconsidere su visión original, pues el país requiere un camino de salida del hoyo en que hemos caído y a todos conviene que la salida sea por la vía de un liderazgo institucional efectivo, idóneo a las circunstancias.

Desafortunadamente, las señales provenientes del gobierno han sido las contrarias: en lugar de aplaudir el activismo de la sociedad, el presidente lo ha criticado y combatido. Su hostilidad al empresariado es conocida y tiene explicaciones históricas, pero la pregunta es cómo espera avanzar su proyecto de mejorar la calidad de vida del 70% en la era de la globalización sin inversión privada, nacional o extranjera. Su actuar refleja una preferencia por acentuar la conflictividad social, sin contemplar las consecuencias en términos de recesión y pobreza. Es claro que lo importante no es el crecimiento, los pobres, acabar con la corrupción o contribuir al desarrollo del país. La pregunta es qué sigue.

Hasta ahora, el presidente y su gobierno han vivido del apoyo de un amplio segmento del electorado, lo que les ha permitido no pagar por los enormes errores que se han cometido. Pero el coronavirus cambia esa circunstancia: concluido este tiempo de ausencia gubernamental, vendrá la rendición de cuentas, la de verdad. Sería una gran oportunidad corregir antes de que sea tarde.

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10 May. 2020

Plagas y democracia

Luis Rubio

William H. McNeill, autor del famoso libro Plagas y Pueblos, comienza su texto contando que se interesó en ese tema al leer sobre como un pueblo guerrero tan preparado y numeroso como los aztecas, se sometió con tanta facilidad ante una pequeña runfla de vividores que comandaba Hernán Cortés. La respuesta es simple: enfermedades infecciosas que diezmaron a los mexicas.

Las plagas y las infecciones han acompañado a la humanidad desde siempre. Tucídides describe el impacto de una virulenta plaga sobre Atenas en la mitad de la guerra del Peloponeso como “la catástrofe fue tan devastadora que el hombre, no sabiendo que vendría después, acabó siendo indiferente al reino de la religión y la ley.” En la oración fúnebre de Pericles, el famoso político enaltece la actitud de los atenienses ante la crisis, a pesar de que Esparta acabó ganando la guerra e imponiendo un régimen dictatorial. Sin embargo, visto en retrospectiva, la democracia ateniense sobrevivió y legó al mundo lo que Churchill acabó denominando como “el peor sistema de gobierno, excepto por todos los demás.”

Según un estudio de JosiahObery Federica Carugati,* la democracia ateniense persistió -y, a la larga, derrotó a Esparta- a pesar de las guerras y las plagas que duraron años, porque la solidez interna de su sociedad así lo facilitó. Saliendo de la epidemia, la gente resultó muy intolerante de las malas políticas y decisiones gubernamentales y más exigente sobre sus gobernantes.

La gran pregunta para México es si la democracia saldrá fortalecida o si continuará languideciendo (o peor). La respuesta depende de tres factores: primero, de las fortalezas y debilidades que la caracterizan; segundo, de la calidad del liderazgo; y, tercero, de la forma en que la ciudadaníaaprenda de esta crisis, qué lecciones derive y cómo decida organizarse.

La naturaleza de nuestra democracia es bien conocida. Hace unos dieciocho años, en una ceremonia oficial, un reportero le preguntó a los líderes de los principales partidos políticos si México era una democracia. Las respuestas fueron reveladoras: el entonces presidente del PRI afirmó que México siempre había sido una democracia; el del PAN dijo que México era una democracia desde el 2000; y el del PRD respondió que México todavía no había alcanzado la democracia. Es decir, lo democrático depende de que un partido gane las elecciones, no de que exista una forma de democrática de elegir y gobernar, lo que incluiría cosas como: pesos y contrapesos, equilibrio entre los tres poderes públicos, libertad de expresión, un poder judicial efectivo e independiente, una prensa independiente del gobierno y un respeto irrestricto a los derechos ciudadanos.

Medido con estos criterios, es claro que la democracia mexicana es más bien enclenque, lo que se ha demostrado por la facilidad con que el presidente y su partido han tomado control de todas las instancias de gobierno, incluyendo aquellas que teóricamente serían clave como contrapesos. En una palabra, el punto de partida no es encomiable.

Por lo que toca a la calidad del liderazgo, el panorama es elocuente. Tenemos un presidente que, por no tener asociación alguna con las decisiones de las pasadas décadas que él tanto reprueba, contaría con los elementos y la legitimidad para llevar a cabo las reformas que México efectivamente requiere. Sin embargo, su estrategia y, de hecho, sus instintos más básicos, le llevan a lo opuesto: a confrontar, descalificar, atacar y marchar hacia atrás. En lugar de construir, desmantela y en vez de sumar, resta. No hay mucho que se pueda esperar del liderazgo actual, pero una pregunta clave es qué clase de liderazgo alternativo pudiera emerger para el futuro, comenzando con las elecciones intermedias del año próximo. El crédito que anunció el sector privado para empresas pequeñas es un gran comienzo.

Al final del día, lo crucial radica en la ciudadanía, esa que ha sido sometida, controlada y vapuleada desde hace casi un siglo. Toda la estructura partidista e institucional fue construida para el control y nada -incluyendo la libertad de expresión y la alternancia de partidos en el gobierno- la ha erosionado mayormente.

Eso ha producido un fenómeno peculiar, que ilustró un estudio sobre la justicia en América Latina de hace un par de décadas: al comparar los factores que incidían en la justicia entre las diversas naciones de la región, los investigadores brasileños encontraron que México seguía pautas muy distintas. Resultó que había mayores semejanzas entre México y algunas naciones excomunistas, no en términos ideológicos, sino en la forma en que el sistema de partido dominante y controlador había disminuido a la ciudadanía.

Una generación después, hay innumerables esfuerzos organizativos, muchos de ellos muy innovadores, por parte de la ciudadanía, pero persisten muchas de las formas políticas ancestrales, comenzando por toda la estructura del partido gobernante.

George Bernard Shaw, el dramaturgo inglés, decía que “las personas razonables se adaptan al mundo, en tanto que las que no lo son tratan de adaptar al mundo a sí mismas; por lo tanto, el progreso depende de las personas que no son razonables.” Me temo que ahí nos encontramos, al menos por ahora.

*Economist, Marzo 28, 2020

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Antes y después

 Luis Rubio

La corona crisis se va a convertir en una gran excusa para el desastre económico que estamos viviendo, pero no va a cambiar la naturaleza –o existencia misma- del problema. La cloaca ya está abierta.

Para ilustrar el fenómeno, pensemos por un momento en el famoso avión presidencial: el objetivo manifiesto era deshacerse del avión, para lo cual se inventó una rifa que no estaba vinculada al artefacto. El proceso le ha dado ingentes oportunidades al presidente para exprimir el tema a más no decir, sin duda una genialidad política, excepto por un pequeño detalle: llegará el momento, en septiembre próximo, en que se acabe la rifa, pero el avión seguirá ahí, con la misma obligación de llevar a cabo los pagos de renta y mantenimiento. O sea, la rifa, y el circo, no habrán resuelto el problema generado por el propio presidente. El problema seguirá ahí.

Lo mismo ocurre con la economía: independientemente de la crisis causada por el virus- que ya está contrayendo la actividad económica, creando una verdadera recesión en 2020- no hay nada en el horizonte que haga posible que la economía se recupere una vez pasado el trauma. Las razones que han mantenido paralizada a la economía no van a alterarse con el virus, antes o después, aunque sin duda se verán agudizadas en el camino.

La mejor manera de describir lo que viene es con la denominación de “tormenta perfecta:” un gobierno que de entrada alienó a la inversión privada; ausencia total de estrategia de desarrollo; riesgo en el suministro de energéticos; caída en los precios del petróleo; y un gran gasto gubernamental improductivo, a expensas de rubros presupuestales críticos, que ha paralizado a sectores como la construcción. Cada uno de estos factores estaba presente antes de que apareciera el virus en el espectro y (casi) todos son responsabilidad del gobierno. Ahora se vienen a sumar factores externos que modifican el panorama para mal: la recesión que causa el enclaustramiento; la caída en las remesas, producto de la contracción de la economía americana, especialmente en las industrias de servicios en que se concentra mucha de la mano de obra mexicana; reducción de las exportaciones debido a la menor demanda de automóviles, electrodomésticos y demás; y una creciente presión sobre las finanzas públicas por la diversidad de demandas de gasto que la propia crisis está generando y, por lo tanto, en el tipo de cambio.

Desde luego, nadie puede culpar al gobierno de la crisis sanitaria, pero, como dice el dicho, se trata en realidad de llover sobre mojado porque la economía ya iba mal antes de comenzar esta faena, innecesariamente profundizada por nohaber atendido las causas de la recesión previamente existente. En una palabra, la economía ya iba de picada cuando circunstancias externas aceleraron su contracción. En este sentido, es obvio que el presidente va a culpar al coronavirus de la recesión, pero eso no resolverá el problema de fondo ni contribuirá a una pronta recuperación una vez que concluya la crisis inmediata.

La crisis exhibe la cloaca, tanto la que ya existía como la que el presidente descubrió sin proponérselo. La cloaca que ya existía es la que le hizo ganar la presidencia pero sobre la cual, lamentablemente, no ha hecho nada por eliminar: me refiero a la corrupción. Esta es producto de una de las características de nuestro sistema legal y político porque le otorga enormes poderes a las autoridades (a todos niveles) para decidir quién gana y quién pierde, lo que abre ingentes oportunidades para corromper. Como además nunca se persigue la corrupción, la impunidad reinante la potencia de una manera inexorable. El hecho de que el presidente “purifique” en lugar de castigar a funcionarios corruptos no hace sino sedimentar esa práctica ancestral. En otras palabras, el gobierno no ha hecho diferencia alguna en materia de corrupción: habrán cambiado los nombres (como es usual), pero la práctica persiste. Las causas siguen ahí.

La cloaca que destapó el presidente no es nueva, pero es mucho más trascendente porque cancela el crecimiento futuro. La inversión privada fluye siempre que existan condiciones propicias para que ésta prospere y esas condiciones se resumen en la existencia de reglas claras a las que se apega el gobierno y la certeza de que se van a cumplir. Es decir, todo se remite a la confianza que genera el gobierno hacia quien está arriesgando sus ahorros y su capital. En adición a lo anterior, los gobiernos del mundo se desviven por atraer a los inversionistas por medio de la construcción de infraestructura, mejorando el entorno regulatorio y fiscal, así como allanando el terreno para facilitar el proceso. Desafortunadamente, el gobierno actual rechaza de entrada estas premisas y ha hecho todo lo posible por negarlas, razón por la cual no logrará atraer inversión en el resto del sexenio.

Por si algo faltara, la destrucción institucional que ha tenido lugar, que podría parecer peccata minuta, ha eliminado mecanismos que, por dos o tres décadas, sirvieron para crear el espejismo de que México había cambiado y ahora se empeñaba en crecer si bien, desde 2018, con mayor equidad. El gobierno actual tiene otros planes, que no son compatibles con el desarrollo.

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26 Abr. 2020

Soluciones fáciles

Luis Rubio

Difícil imaginar un contraste más impactante en respuesta gubernamental al coronavirus que el evidenciado por el gobierno mexicano frente al estadounidense y, en general, de la mayoría del mundo desarrollado. El presidente se ha negado a contemplar cualquier cosa que sea ajena a la estrategia que se había planteado desde el inicio del sexenio: voy derecho y no me quito.

No tengo duda que es imperativa una respuesta proactiva por parte del gobierno ante el panorama económico que se perfila; sin embargo, no me es evidente que las propuestas que circulan sean idóneas o posibles. En su esencia, la propuesta genérica consiste en que el gobierno se endeude (más) para apoyar a las empresas que súbitamente perdieron a su clientela y a las personas que quedaron desempleadas. Las propuestas varían, pero casi todas implican créditos fiscales, posposición del pago de obligaciones al erario y apoyos directos a empresas o personas. La propuesta más acabada y desinteresada es la de Santiago Levy en Nexos, quien se enfocahacia minimizar los impactos regresivos de la crisis, protegiendo a los desempleados, sobre todo a los más pobres, todo ello preservando la estabilidad macroeconómica para que pueda haber una recuperación tan pronto concluya la emergencia sanitaria.

La primera lección que nos enseña la historia y que, supongo, la que motiva al presidente, es que cada vez que el gobierno se endeuda en exceso, vienen las crisis. En concepto, no hay razón para pensar que esto tiene que ser así, pues hay circunstancias que justifican incurrir en deuda, pero siempre y cuando el uso de ese dinero permita no sólo pagar la deuda en el futuro, sino crear bienes públicos que mejoren la calidad de vida de la población, eleven la productividad y/o creen activos que contribuyan a generar riqueza para la sociedad.

El problema es que la deuda mexicana, prácticamente nunca, a lo largo de la historia,se ha usado de manera productiva; más bien, lo contrario es típico: se contrata deuda pública que luego se emplea para financiar gasto corriente. Es decir, gasto público improductivo, frecuentemente políticamente (o electoralmente) motivado que no sólo no genera condiciones para una mayor prosperidad, sino que distrae recursos productivos. Apostaría a que buena parte del endeudamiento que caracteriza a Pemex nunca se empleó para desarrollar nuevos yacimientos, sino para objetivos que nada tienen que ver con la actividad básica de la empresa. Quizá nunca llegaron a Pemex… En estas circunstancias, resulta temeraria la noción de que incurrir en nueva deuda,ahora sí, va a ser bien empleada para atenuar los costos de la pandemia. Y peor con un gobierno caracterizado por tantos prejuicios contrarios al crecimiento económico y a quienes lo hacen posible.

En adición a lo anterior, no se puede desasociar el momento político de los riesgos inherentes a la emergencia sanitaria y la recesión que se agudiza literalmente cada minuto. En condiciones normales, como ocurrió en 2009, los mercados financieros y la población comprenden la naturaleza de una emergencia y no entran en pánico. En las circunstancias actuales, en que no ha habido un solo proyecto nuevo de inversión desde la campaña de Trump en 2016 (y la única excepción, en Mexicali, acaba de ser tumbada por el propio presidente), cualquier movimiento en materia fiscal o de contratación adicional de deuda podría tener un impacto desmedido sobre el tipo de cambio, ya de por sí presionado. La advertencia de las principales calificadoras en el sentido que el grado de inversión del gobierno federal se encuentra en riesgo ciertamente no contribuye a un panorama favorable.

Entonces, ¿qué es lo que se puede hacer en este contexto? Lo evidente es que hay que apoyar a las personas que perdieron sus fuentes de ingresos, especialmente aquellas que se encuentran en la informalidad, pues son las más numerosas y vulnerables. Si además se pudiera lograr su formalización a cambio de apoyos, el beneficio sería para todos. También es crucial apoyar a las industrias clave más golpeadas por la crisis, como las vinculadas al turismo.

Lo segundo que habría que hacer es modificar los rubros del gasto público para financiar este objetivo: ningún gobierno en memoria reciente ha hecho tantas modificaciones al gasto como el actual, así que no hay excusa por la cual esto no pudiese hacerse. Lo obvio sería dejar de financiar proyectos elefantiásicos que no contribuyen al desarrollo regional o nacional, como la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya. El sólo hecho de cancelarse mostraría sensatez fiscal, ampliando el espacio anímico para tolerar un pequeño crecimiento en la deuda pública.

Lo crucial es no perder claridad del objetivo que se estaría persiguiendo: todo esto es para reducir el impacto de la recesión sobre la población más vulnerable y asegurar una rápida recuperación una vez que la emergencia sanitaria haya concluido. En la medida en que la prioridad sigan siendo las transferencias clientelares -el gasto más improductivo en términos económicos y de dudosa productividad política- la economía del país se contraerá sin la menor probabilidad de recuperarse, con los riesgos en términos de gobernanza y criminalidad que ello entraña.

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en REFORMA
19 Abr. 2020

Pestes y apestados

Luis Rubio

Pestes y apestados

Luis Rubio

Antes, en los buenos tiempos, la semana santa eran días de guardar. Ahora que la guarda se ha tornado semi permanente, me dediqué a juntar ideas, explicaciones y comentarios sobre el momento que vivimos, tratando de entender mejor la situación o, al menos, reírme (o llorar) de ella.

“No tengo idea de lo que me espera, o lo que sucederá cuando todo esto termine. Por el momento sé esto: hay personas enfermas y necesitan curarse «.Albert Camus, La Peste

«Es obvio que las enfermedades humanas (y no humanas) están evolucionando con una rapidez inusual simplemente porque los cambios en nuestro comportamiento facilitan la fertilización cruzada de diferentes cepas de gérmenes como nunca antes, mientras que un flujo interminable de nuevos medicamentos (y pesticidas) también le presentan a los organismos infecciosos rigurosos y cambiantes desafíos a su supervivencia «.William H. McNeill, Plagues and Peoples(1975)

“En las últimas dos semanas la situación económica mundial cambió de forma drástica y para mal. Todos los países del mundo están resintiendo las repercusiones del coronavirus. Es demasiado temprano para dar números, pero es una certeza que habrá una recesión mundial, más profunda que la observada en 2008-2009. Lo mismo ocurrirá en México. Debemos prepararnos para una recesión severa y de duración incierta.” Santiago Levy

“Siendo candidato López Obrador le dijo a Jon Lee Anderson en una entrevista: ‘Yo siempre pienso igual, pero actúo distinto según las circunstancias’. Ha perdido ese toque: ahora piensa igual y actúa igual, independientemente de las circunstancias.”Héctor Aguilar Camín

“El Presidente que no se gobierna es incapaz de mandar en la emergencia. Me confieso sorprendido por la nulidad de su liderazgo en esta circunstancia.” Jesús Silva Herzog Márquez

“Cuando en materia de salud la toma de decisiones es lenta, las consecuencias son grandes y graves.” Connotado médico del SNS

La tardía reacción en equiparse y prepararse para el Covid-19 está directamente asociada con la negación de López Obrador a la realidad de la pandemia y a su resistencia a prepararse. Raymundo Riva Palacio

“Las consecuencias de recortar presupuesto a las agencias de salud pública, perder experiencia y tensar la capacidad de los hospitales ya no se manifiestan como artículos enojosos de opinión, sino como pulmones vacilantes.” Ed Yong, How the Pandemic Will End

“Las estrategias de supresión pueden funcionar por un tiempo. Pero debe haber una estrategia de salida, ya sea estrecha vigilancia, mejores tratamientos, una vacuna o lo que sea. Si los gobiernos imponen enormes costos sociales y económicos y el virus causa grandes cambios o daños más tarde, los políticos descubrirán que cuando decepcionen a la gente por algo tan grave, habrá un infierno que pagar.” The Economist

“El mundo cambió para mal, rápida y drásticamente. Estamos frente a una doble emergencia, de salud y económica. Actuemos pronto y juntos para evitar un deterioro adicional de las expectativas y del entorno, que posteriormente será mucho más difícil revertir.” Santiago Levy

“Siempre es importante en asuntos de alta política saber lo que no sabes. Aquellos que piensan que saben, pero están equivocados y actúan en base a sus errores, son las personas más peligrosas para tener a cargo.” Margaret Thatcher

“Esta crisis nos vino como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación.”AMLO

­[El] desplome de la popularidad presidencial tiene que ver… con los malos resultados del gobierno en materia económica y de seguridad, e incluso en el combate a la corrupción… El desplome es agudo y no será pasajero. No hay en la realidad mejoras que reviertan la caída del respaldo, ni AMLO está cambiando su modo de actuar o sus decisiones, que cada vez generan más rechazos. Al contrario, vienen las otras debacles, la epidemia y la recesión económica. Pinta muy feo para el país y para el presidente, si no cambia. Guillermo Valdés Castellanos

“De aquí en adelante el sexenio será otro. Al presidente, a su equipo y a buena parte de sus simpatizantes les costará mucho trabajo ese duelo. Pero el hecho, sepan digerirlo o no, es que ahora tendrán que jugar más a la defensiva. Administrando pérdidas, gestionando escisiones, lidiando con los costos de lo que hicieron o no quisieron hacer en esta contingencia. Y con las oportunidades que todo esto puede representar para la renovación de las oposiciones.” Carlos Bravo Regidor

“Pedirle a la gente que elija entre privacidad y salud es, de hecho, la raíz del problema. Porque esta es una elección falsa. Podemos y debemos disfrutar tanto de la privacidad como de la salud. Podemos elegir proteger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus no instituyendo regímenes de vigilancia totalitaria, sino empoderando a los ciudadanos.” Yuval Noah Harari: The World After Coronavirus

“Somos una democracia No logramos las cosas por la fuerza, sino a través del conocimiento compartido y la cooperación.” Angela Merkel

“Pero, ¿qué significa la peste? Es la vida, eso es todo.” Camus, La peste

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12 Abr. 2020

¿Cambio de régimen?

Luis Rubio

El gobierno y sus acólitos afirman que con su elección se dio un cambio de régimen, lo que explica (y justifica) todas las tropelías, excesos y problemas que hoy caracterizan a la economía y a la sociedad. De acuerdo con esta tesis, el actuar de la administración se deriva de un cambio en las reglas del juego, reflejando a la nueva coalición gobernante. Por consiguiente, lo que tiene lugar en el acontecer nacional es una nueva realidad política con lo que eso implica en términos de decisiones, criterios y acciones.

Me parece que hay tres elementos que deben ser analizados para evaluar lo que de hecho ha acontecido: en primer término, determinar si, en efecto, se ha dado un cambio de régimen; en segundo lugar, analizar qué es lo que ha hecho el gobierno en la práctica y qué implica esto; finalmente, evaluar el resultado.

Nadie como Leonardo Morlino,* el decano de los estudiosos de cambios de régimen, para determinar cuándo tiene lugar un cambió así: “hay un cambio de régimen cuando, en adición al colapso de las características clave del autoritarismo, todos los componentes de la definición minimalista de democracia son instalados.” Para determinar si estos se han completado, Morlino emplea un conjunto de mediciones que incluyen: si el gabinete cuenta con funcionarios de un partido o representa una coalición; si el ejecutivo domina al legislativo; si las relaciones entre las instituciones gubernamentales se vinculan de manera plural o corporativista con los diversos grupos de interés de la sociedad; y el grado de centralización del poder.

Por supuesto, no existe una medida específica o única que determine si un sistema político es democrático o autoritario o cuándo se ha dado un cambio de régimen que afiance la democracia. Se trata de elementos cualitativos que se apoyan en mediciones cuantitativas, pero el punto de fondo es uno que, con el perdón de Morlino, se puede evaluar de acuerdo a una vieja medida: en las dictaduras los políticos se burlan de los ciudadanos, en tanto que en las democracias, son los ciudadanos los que se ríen de los políticos. El problema de estas mediciones –cómicas o analíticas- es que no nos ayudan mucho porque el sistema político mexicano tradicional era tan poderoso que aguantaba la burla sin ser una democracia.

En términos prácticos, el régimen post revolucionario experimentó diversas adecuaciones a lo largo del siglo XX, concluyendo con la incorporación de un sistema electoral profesional y ciudadanizado que permitió la alternancia de partidos en el poder. Esas alternancias crearon amplios espacios para la libertad de expresión y la competencia política, pero no modificaron la esencia del régimen, todavía hoy con Morena dominado por una clase política con acceso a privilegios y beneficios que son ajenos a los del conjunto de la población.

Lo que sin duda cambió con el gobierno del presidente López Obrador es la composición de la coalición política que lo sustenta, de la cual se deriva una manera distinta de hacer política y de decidir la asignación de presupuestos y prioridades. Ese cambio ha sido muy pronunciado, sobre todo porque ha venido acompañado de la eliminación (real o virtual) de instituciones que se habían constituido para (supuestamente) acotar el poder de la presidencia. Sin embargo, si uno analiza el ejercicio cotidiano del poder que caracteriza a la actual administración, éste no es muy distinto al de sus predecesores: aunque no se menciona el término, el uso de las otrora denominadas facultades “meta constitucionales” de la presidencia es cotidiano (de hecho, mucho mayor al pasado reciente); la exigencia de lealtades por encima de cualquier otro valor es ubicua; la discrecionalidad (y, por lo tanto, arbitrariedad) en el actuar gubernamental es superior a cualquier cosa vista desde los ochenta; y la construcción de clientelas con dinero público es clave, al igual que la impunidad absoluta para los cercanos a la administración.

Si por cambio de régimen se entiende no la definición de Morlino sino la recreación de las formas gubernamentales de hace medio siglo, los mexicanos estamos experimentando es una regresión en materia democrática en un país donde la democracia nunca cuajó más allá de lo electoral (por fundamental que eso sea). El ejercicio unipersonal del poder no constituye un nuevo régimen, sino la recreación del viejo que, en realidad, nunca se fue. Se trata, a final de cuentas, de la misma gata pero revolcada.

El problema del intento por recrear el viejo sistema político no radica en su inviabilidad (como se puede observar en los pésimos resultados económicos y de salud, por citar dos obvios), sino en su incompatibilidad con el siglo XXI. El viejo sistema funcionó porque empataba con un momento del mundo en que los gobiernos eran todopoderosos; en el mundo digital del siglo XXI dominan los mercados, la integración de líneas de producción y las decisiones de individuos. A uno puede gustarle o disgustarle esto, pero el choque entre estos dos factores –el nuevo-viejo sistema político y la forma de funcionar de la economía en el siglo XXI- explica cabalmente el estancamiento que hoy vivimos. Y no hay razones para anticipar que esto mejore después de la crisis sanitaria actual.

*Changes for Democracy: Actors, Structures, Processes

 

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Luis Rubio
en REFORMA

05 Abr. 2020

Un mundo desconocido

 

Luis Rubio

Tres expresiones resumen el desencuentro que caracteriza a la economía del país en la actualidad y que explican la parálisis (estancamiento con fuerte propensión a recesión), falta de progreso y pésimos prospectos. La retórica presidencial podrá disfrazar la problemática con frases rimbombantes como “este no es un cambio de gobierno, es un cambio de régimen,” “cuarta transformación” o “primero los pobres” cuando, en realidad, lo que está ocurriendo es un rápido deterioro.

Algunas de las frases que se han tornado en prototípicas del gobierno son reveladoras de su visión del mundo, pero especialmente de lo aferradas a un tiempo específico: “Abrazos, no balazos” y “Yo tengo otros datos” reflejan una forma de hacer política y encarar problemáticas clave, pero ninguna es tan indicativa como la que ha expresado numerosas veces a lo largo del tiempo: que “la economía debe subordinarse a la política.” No conozco, ni he observado a político alguno en el mundo, que no desee esto último: hasta hace no muchas décadas, los gobiernos efectivamente controlaban y administraban las principales variables que hacen funcionar a la economía, pero eso desapareció en el último tercio del siglo pasado no por voluntad de alguien en particular, sino por el cambio tecnológico y de las comunicaciones que sobrecogió al mundo. No es casualidad que, a partir de ese hecho, virtualmente no hay país en el mundo –incluyendo a Cuba, Corea del norte y Vietnam- que no se haya volcado a la atracción de la inversión y lo hayan hecho no por gusto sino porque no hay de otra.

Yo veo tres temas clave que explican la parálisis que estamos viviendo en materia económica que se derivan de lo anterior. Primero, la naturaleza del mundo económico en el siglo XXI y por qué choca con la estrategia gubernamental; segundo, la importancia de las formas y, sobre todo, de la confianza; y, tercero, la cloaca que destapó el propio presidente.

En cuanto al mundo económico, la realidad del siglo XXI no guarda semejanza con la de mediados del siglo XX en que el gobierno mantenía cerrada y protegida a la economía. En esa era, el gobierno efectivamente subordinaba las decisiones económicas a las políticas, pero eso desapareció por la forma en que evolucionaron las formas de producir en el mundo (la llamada globalización y las cadenas de suministro) y, sobre todo, por la ubicuidad y disponibilidad de información fuera del control gubernamental. Una vez que se liberalizó el mundo de la economía, ésta dejó de estar bajo control de los gobiernos y no hay retorno, excepto si se está dispuesto a generar una depresión.

De lo anterior se deriva otro cambio fundamental en las relaciones políticas en torno a la economía: a partir del momento en que desaparecieron los controles en materia de inversión, exportación e importación los gobiernos no tuvieron mayor alternativa que la de dedicarse a convencer a sus poblaciones y a las comunidades de inversionistas, empresarios y financieros, tanto nacionales como extranjeros, de la bondad de sus proyectos. Una vez que el mundo se convirtió en el espacio de acción económica, todos los gobiernos compiten por la misma inversión y la única forma de captarla es creando condiciones que le sean atractivas y con fuentes de certidumbre que les generen confianza. La decisión de ahorrar e invertir pasó de los gobiernos a los ciudadanos e inversionistas y no hay nada en este mundo, y menos la pretensión de un “cambio de régimen,” que lo vaya a cambiar. Exactamente lo mismo se debe decir del equivalente político para el INE, el Tribunal Electoral y la Suprema Corte.

Finalmente, el presidente abrió una cloaca de la que todavía no se da cuenta pero que afecta radicalmente el momento actual. Por muchos años, un gobierno tras otro fue construyendo mecanismos institucionales diseñados para conferirle certidumbre a los agentes económicos y a la sociedad en general. Así nacieron las instituciones autónomas, cada una persiguiendo un objetivo específico (acceso a la información (INAI); regulación en el mercado energético (CRE, CNH); protección de los derechos ciudadanos (CNDH); certeza para los procesos electorales y regulación de los partidos políticos (INE, Tribunal Electoral); y resolución de disputas entre poderes públicos (Suprema Corte).

Hoy sabemos, en retrospectiva, que la vigencia y trascendencia de estas instituciones se debió no a la legitimidad de que gozaban, sino al respeto que sucesivos presidentes y administraciones les dispensaron. La facilidad con que el presidente las neutralizó o eliminó ilustra su debilidad intrínseca. Lo que el presidente no reconoce es que, al implícitamente declarar “el rey está desnudo,” eliminó fuentes clave de certidumbre para la ciudadanía y para los inversionistas y ahorradores. Una vez expuesta, esa cloaca se ha convertido en caja de Pandora.

El problema ahora es recobrar la efímera confianza que esas entidades generaban, una tarea de por sí compleja, pero imposible para un gobierno cuya razón de ser es la de negar que ese problema existe o es uno válido. La crisis de crecimiento y la forma en que el coronavirus probablemente la agudizará, le obligará a actuar. La gran pregunta es si actuará de manera constructiva o autoritaria.

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en REFORMA

29 Mar. 2020

Impunidad

Luis Rubio

 

Impunidad

Luis Rubio

El profesor Huntington* causó un escándalo cuando, en la mitad de la guerra fría, escribió que lo importante de un gobierno no radica en sus características ideológicas, sino en su efectividad. Lo que causó revuelo fue su afirmación de que Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética tenían sistemas de gobierno que funcionaban, mientras que muchas naciones dentro de la órbita norteamericana carecían de esa capacidad. Equiparar a la URSS con EUA era apostasía pura: las tres naciones, escribió Huntington, cuentan con instituciones políticas fuertes, adaptables y coherentes, con burocracias efectivas y mecanismos para resolver conflictos políticos. El punto clave, y de ahí su relevancia para México, era que, a pesar de sus diferencias, en ninguna de las tres naciones había impunidad.

La impunidad se ha tornado en la principal característica del México actual: literalmente no hay espacio en la vida pública que donde se cumplan las reglas, procedimientos o leyes. Aunque pudiera parecer excesiva esta afirmación, la evidencia es abrumadora: existen delincuentes porque no existen sanciones ni capacidad (o interés) por restringirlos; asesinatos, extorsiones y secuestros pasan desapercibidos, como si no existieran; la administración cambia rubros de gasto, realiza consultas amañadas, asigna obras sin concurso, elimina compras de medicamentos y reduce salarios, todo para transferir fondos a proyectos electorales del gobierno, sin que haya impedimento alguno; el gobierno cancela contratos sin cumplir con la ley; el crimen organizado aterroriza a la población y le cobra derecho de piso sin que jamás se aparezca autoridad alguna; las policías se corrompen en lugar de hacer cumplir los reglamentos (de hecho los usan para abusar), sin que haya sanción; los funcionarios del gobierno pasado, solo para ejemplificar, robaron sin rubor, pero sólo son perseguidos cuando le es políticamente conveniente al gobierno actual. El punto es claro: la impunidad es la ley imperante.

El asunto no es partidista, ideológico o político. La impunidad elimina todo vestigio de sociedad organizada porque implica, por su naturaleza, la inexistencia de reglas consensadas. Cuando una sociedad cae en el reino de la impunidad, desaparece la civilidad y la civilización porque lo único que cuenta es el poder del más fuerte, lo que antes se conocía como la ley de la selva. Lo paradójico es que cada administración pretende que sus funcionarios son prístinos, impolutos e intocables, lo que les permite penalizar a sus predecesores sin miramiento. Sin embargo, quienes hoy ostentan el poder y persiguen a sus enemigos tarde o temprano se encontrarán del otro lado de la mesa. La pretensión de que hoy, en contraste con el pasado, no hay impunidad es mera fantasía.

El sello que distingue a la administración actual reside en la construcción de todo un andamiaje legal, comenzando por lo fiscal y, presuntamente, a ser seguido por lo judicial, cuyo verdadero propósito es la intimidación y la amenaza. Con poderosas -y abusivas- leyes en la mano, el gobierno cuenta hoy con la posibilidad de encarcelar ciudadanos sin orden judicial, expropiarles sus propiedades (extinción de dominio) sin que medie un juicio y congelar sus cuentas bancarias con una mera orden administrativa. Difícil imaginar una definición más clara y patente de impunidad.

La impunidad es lo que explica que vivamos bajo la amenaza de la inseguridad permanente, el abuso burocrático, la corrupción, la venta de plazas, la “purificación” de funcionarios corruptos por parte del presidente, el robo a los inversionistas que compraron bonos de energía limpia, la negativa a autorizar una mega inversión cervecera en Mexicali y, la joya de la impunidad, la pretensión de Pemex y de la Secretaría de Energía de quedarse con el yacimiento Zama que desarrolló la empresa Talos, violando los contratos y reglamentos vigentes.

La impunidad es un viejo mal del sistema político mexicano porque las leyes le confieren enormes poderes discrecionales, de hecho arbitrarios, a las autoridades, lo que hace posible que éstas actúen como les plazca por el mero hecho de detentar el poder.

No hay peor mal que el de la impunidad porque implica la total ausencia de reglas y, por lo tanto, de certidumbre, madre del desarrollo y la civilidad. Peor cuando esa ausencia se convierte en la razón de ser de un gobierno.

Si bien la impunidad es parte de nuestro ADN, los gobiernos de 1982 en adelante intentaron construir un andamiaje institucional que atajara o disminuyera su alcance. La verdadera tragedia del gobierno actual es que, al eliminar todo ese tinglado, hizo evidente que lo único que le interesa es imponerse por la fuerza o la intimidación. El costo de largo plazo de esto es inenarrable, aunque los funcionarios gubernamentales de hoy y sus acólitos no lo puedan comprender.

La expropiación de los bancos en 1982 abrió la caja de Pandora porque hizo gala de la fuerza y la impunidad. Lo que ha hecho el gobierno actual es tomar esa estafeta y llevarla hasta sus últimas consecuencias. El resultado de la vez anterior fue la década perdida de los ochenta; el impacto de la actual no será idéntico, pero ciertamente no será mejor.

*Political Order in Changing Societies

 

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Similitudes y diferencias

Luis Rubio

“La historia de México, dice una conocida analista, es, ante todo, la historia de la personalización del poder -de la concentración de todos los instrumentos y palancas del poder y de los recursos- en las manos de un líder que se posiciona por encima de la sociedad, del resto de los liderazgos y de sus gobiernos. Salir de la etapa post PRI requería de un líder que pudiese actuar como un ariete para destruir al viejo orden. Esa persona tenía que ser un político excepcional y carismático, con el valor para romper con el pasado y forzar a la clase política y a las autoridades estatales a abandonar el pasado. Esa persona requería ser una personalidad fuerte y contar con la habilidad para liderar. Sin embargo, la conformación de un sistema fundamentado en rivalidad y competencia política requiere otro tipo de personalidad y liderazgo, uno preparado para ‘abdicar del trono’ y transferir al menos parte de su poder ejecutivo hacia otras instituciones.”

Aun cuando la nueva sociedad y las nuevas instituciones -continúa el análisis- comenzaron a emerger, la presidencia jugó bajo las viejas reglas. Si el principio fundamental de la democracia electoral consiste en que “las reglas son claras pero el resultado incierto,” la élite mexicana estaba resuelta en que las reglas debían ser inciertas y para garantizar un resultado favorable para sí misma. En lugar de prever para un régimen alternativo y la alternancia en el poder, la élite enfatizó de manera sistemática la continuidad. La afirmación de Samuel Huntington en el sentido que dos ciclos electorales bastaban para que un país se convirtiera en democracia demostró no ser aplicable a México, donde la regularidad de los procesos electorales, incluyendo a dos gobiernos emanados del PAN, se convirtieron en una mera cortina de humo para la regresión que tuvo lugar en materia de liberalización política.

La sociedad probó ser demasiado inexperimentada para desarrollarse de manera independiente en una pujante sociedad civil. Los nuevos ocupantes de la presidencia llegaron al gobierno en una ola de entusiasmo democrático, pero ellos no sólo no tenían la intención de avanzar el desarrollo de los derechos civiles y las libertades, sino que sistemáticamente obstruyeron el proceso, dándole la espalda a las fuerzas democráticas que hicieron posible su llegada al poder.

Los tecnócratas asumieron que la introducción de una economía de mercado sería suficiente, ignorando la necesidad de crear nuevas instituciones y la crucial importancia de subordinar al Estado al reino de la ley. Como resultado, confirmaron la conclusión de Adam Przeworski en el sentido que sin instituciones liberales fuertes y estables, es insostenible una economía liberal. De hecho, en ausencia de instituciones independientes y Estado de derecho, las reformas económicas se tornan en factores desestabilizadores que impulsan a la clase dirigente hacia el autoritarismo para defender sus intereses y su propiedad.

Dado su origen e ignorancia de cualquier cosa distinta al viejo sistema político, ¿podrá el nuevo líder y esa élite comportarse de una manera distinta? Los gobiernos reformadores no anticiparon las consecuencias de sus acciones, pues sacudieron los cimientos del statu quo sin tener idea de las implicaciones de su actuar. De haber podido prever el futuro, no cabe duda que habrían tenido dudas.

En realidad, los líderes del mundo exterior cometieron un doble error: primero, al confiar en los reformadores nacionales, creyendo que ellos garantizaban una transición pacífica y exitosa; y, segundo, al enfatizar las reformas económicas e ignorando la relevancia de los cambios políticos que se requerían.

¿Presente o futuro de México? ¿O será su pasado reciente? El análisis es revelador y parece impecable. Sin embargo, nada de éste es sobre México, aunque parezca escrito recientemente y por un experto conocedor de nuestra realidad. De hecho, se trata de Lilia Shevtsova, estudiosa rusa, hablando de la fallida transición en su propio país* en un libro sobre los primeros lustros de la Rusia postsoviética. Lo único que hice fue escoger algunos fragmentos y poner México donde decía Rusia y “un líder” o “presidente” donde la autora escribió el nombre de alguno de sus gobernantes.

Es significativo que las semejanzas -y también las diferencias- de un proceso de cambio político y económico tan profundo como el que ha caracterizado a ambas sociedades refleja la complejidad del reto que asumieron los reformadores de las dos naciones sin comprender, a ciencia cierta, las dificultades que se tendrían que enfrentar y, sobre todo, las fuerzas que estaban desatando.

Lo que es claro es que ambas naciones tuvieron que romper con el pasado porque el statu quo ante era insostenible e inviable. Es decir, ni en la URSS ni en México se comenzaron las reformas por razones ideológicas, sino como resultado de la parálisis y la sucesión de crisis que cada una de ellas había vivido. El resultado fue, como dice el título del libro, una transición extraviada que, aunque avanzó, no llegó al puerto prometido. El nuevo statu quo es incierto y no se caracteriza por una economía liberal y competitiva, caracterizada por el desarrollo, la estabilidad y la democracia.

 

*Lost in Transition

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Conflicto e instituciones

Luis Rubio

La gran pregunta es cómo vamos a salir de ésta. Al margen de la popularidad del presidente, todos los indicadores van en dirección equivocada: la economía está estancada, no crece el empleo, el gobierno sigue amasando instrumentos legales y fiscales para perseguir a la ciudadanía y no hay un solo rubro -desde la seguridad  hasta la niñez pasando por la salud- en que el gobierno pueda exhibir mejoría alguna.

El conflicto se ha vuelto la razón de ser de nuestra realidad política porque ahí se resumen las expectativas, resentimientos, envidias y aspiraciones de la sociedad mexicana. Algunos ven bien al gobierno, otros lo reprueban; algunos confían en que las cosas mejores, otros están seguros que la única posibilidad será de empeoramiento. Independientemente de filias, fobias o preferencias, la retórica contradictoria de las declaraciones cotidianas no contribuye a crear un futuro al que toda la ciudadanía se pueda sumar.

Una clara mayoría de quienes votaron lo hicieron por el hoy presidente López Obrador. No me cabe ni la menor duda que muchos de los enojos y quejas que animaron ese voto son absolutamente legítimos porque, a pesar de los avances, nunca se consolidó una economía competitiva, de amplio calado al que tuvieran acceso todos los mexicanos. El voto del hastío reflejó un choque entre la realidad percibida con décadas de retórica que sobrevendió el futuro, pero entregó pobres resultados.

Si uno enfoca esta situación como un problema que requiere una solución, lo evidente es que al país le urgen nuevas instituciones, vocablo que ha adquirido mal nombre en las mañaneras del gobierno actual, pero no por ello menos trascendente. El problema es que, en el entorno actual, es casi imposible construir instituciones que satisfagan su condición sine qua non de éxito: que cuenten con un amplio apoyo y reconocimiento. El entorno de conflicto y polarización hace sumamente difícil que se creen y consoliden instituciones nuevas: en el momento actual, el país vive dos grandes corrientes en sentido contrario: aquellos que quieren romper con el statu quo a cualquier costo y aquellos que demandan certidumbre que sólo puede derivarse de instituciones sólidas y no controvertidas. Más allá del lado en que uno se encuentre en esta antinomia, lo cierto es que es imposible lograr estabilidad y predictibilidad en una sociedad que no cuenta con instituciones creíbles para la mayoría de sus ciudadanos.

El entorno está tan viciado que cualquier cosa que propone el gobierno acaba siendo concebida como un abuso por una parte de la población y como una obviedad por la otra. Lo contrario también es cierto: la mayoría morenista reprueba en automático, y se apresta a desmantelar, todo lo que existía antes de su advenimiento, aun cuando muchas de las mejores cosas que hoy existen -y que, sin duda, su base aprecia- son producto de las reformas de las décadas pasadas.

Los avances de las últimas décadas no son pocos ni pequeños: libertad de expresión; elecciones libres; un sistema de salud quizá primitivo, pero infinitamente superior a la locura en que ha incurrido el actual gobierno; acceso a innumerables bienes y servicios de primera a precios infinitamente inferiores (eliminando la inflación) a lo que antes existía. Al mismo tiempo, es evidente que hay infinidad de cosas, tanto en las condiciones de vida cotidiana como en el funcionamiento del sistema gubernamental, que son inaceptables, malas, corruptas y sumamente ineficientes. No tengo duda que, pronto, vamos a encontrarnos con que los integrantes de Morena, ahora en distintos niveles de gobierno, se encontrarán sumidos en problemas de corrupción tal como le ocurrió a los panistas cuando ellos eran los puritanos del momento. El problema no es de personas o partidos, por más que la presidencia los purifique, sino de estructuras e incentivos. Esa es la razón por la que el país no saldrá adelante a menos que se adopte una nueva estructura legal e institucional que goce de amplia –de hecho- universal legitimidad.

El pleito respecto al INE nació desde 1996 y se reforzó en 2006 porque el PRD, muchos de cuyos integrantes hoy están en Morena, no participó de manera decidida y, de hecho, fue excluido del proceso, por buenas o malas razones. La legitimidad no se logró porque no hubo el necesario consenso, al menos una vez, respecto a esta institución crucial.

Hay un fenómeno adicional: mucho de la vida pública consiste en negociar y una negociación seria no puede ser conducida en público. Se creó el mito de la transparencia, que obviamente es necesaria, pero no todo tiene que ser transparente. En el congreso o en la Suprema Corte, por ejemplo, la transparencia es indispensable pero no en las discusiones y negociaciones entre los actores, pues es ahí, como decía Bismark respecto a las salchichas, donde se construye el futuro. Lo público acaba siendo un mero show y el espectáculo no conduce a un buen gobierno.

El conflicto sólo se puede terminar con una negociación que conduzca a la legitimidad. La pregunta es si el gobierno está en el negocio de promover y profundizar el conflicto o en construir legitimidad. La marcha de las mujeres de hoy será un buen barómetro del status de esta disyuntiva.

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08 Mar. 2020