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Deterioro

Luis Rubio 

En su novela Himno para Leibowitz, Walter Miller presenta una paradoja que el tiempo encumbra de manera natural: “¿No es gracioso que día a día nada cambie, pero cuando miras hacia atrás, todo sea diferente?» La reciente visita del secretario de Estado norteamericano mostró, de manera fehaciente, cuánto han cambiado las prioridades de los dos gobiernos desde que comenzó a intensificarse la relación bilateral hace cuatro décadas.

En los ochenta, México se encontraba atorado. El país transitaba por una aguda crisis económica y política, en buena medida producto tanto de la estrategia de polarización seguida por los dos gobiernos de los setenta, pero también porque había llegado al límite el modelo económico entonces vigente. La expropiación de los bancos había cimbrado al país; la deuda externa lo ahogaba; las incipientes reformas económicas forzaban a una redefinición de la actividad económica; el desempleo seguía en niveles elevados; la inflación no parecía ceder; y los conflictos comerciales con los estadounidenses se multiplicaban. El panorama era aciago, lo que obligó al país a redefinir su camino hacia el futuro.

El cambio que siguió fue profundo en muchas dimensiones. David Konzevik lo describía con su usual claridad y exuberancia: México pasaba de ver hacia adentro y hacia el pasado para enfocarse hacia afuera y hacia el futuro. El viraje era trascendental y, en el curso del tiempo, cambió no sólo a la estructura de la economía, sino a la manera de pensar de toda la población. Ciertamente no a todos agradaba el giro, pero en la medida que avanzaba el proceso, todos los mexicanos teníamos claro el nuevo rumbo que, poco a poco, transformó a la sociedad mexicana en su dimensión política, social y cultural. Quizá no haya mejor evidencia de lo anterior que la defensa sistemática del tratado trilateral que han emprendido las dos administraciones de Morena, conscientes de su trascendencia para el presente y el futuro de México.

Lo anterior no obsta para tener que reconocer que la relación bilateral experimenta cambios severos y no sólo como resultado del agresivo activismo que proviene del norte. No se si la frontera que separa a México de Estados Unidos es la más compleja del mundo como algunos aseveran, pero sin duda es extraordinariamente activa, diversa, conflictiva, multifacética y propensa a crisis de todo orden. Mucho antes de la era de acercamiento que comenzó en los ochenta, las diferencias históricas, culturales y económicas habían propiciado una permanente tensión que se manifestaba en todos los niveles y que generaban rencillas, disputas y pleitos hasta por las cosas más nimias.

La era de acercamiento que comenzó en 1988 cambió el tenor de la relación no sólo por el súbito incremento en la actividad bilateral, cruces fronterizos e intercambios comerciales y de todo orden, sino sobre todo porque ambas naciones acordaron enfocarse a resolver sus diferencias en lugar de atizar las fuentes de conflicto. El gran cambio político y cultural que ocurrió a partir de ese momento fue precisamente que ambas naciones, cada una con sus lógicas, restricciones y prioridades políticas internas, acordaron (al menos de facto) concentrarse en resolver diferendos en lugar de buscar culpables. Aún en los momentos más difíciles a partir de ese momento, los gobiernos de los dos países se abocaban a resolver problemas, evitar exabruptos y zanjar dificultades.

La reciente visita del secretario Marco Rubio evidenció fehacientemente las dimensiones del cambio que ha sufrido la relación y la manera en que ambos gobiernos se perciben mutuamente. El gobierno del presidente Trump no ha cejado de emplear una retórica agresiva y de acusar al gobierno mexicano de corrupto y de estar vinculado al narcotráfico, incluso en las horas inmediatamente previas al aterrizaje del secretario de Estado. El gobierno mexicano ha sido más recatado en sus formas, pero no ha dejado de minar los cimientos del TMEC y de la relación bilateral al punto de enviar a su caballería mediática en los días previos a la llegada del funcionario para crear un ambiente negativo en anticipación a las entrevistas por venir. El punto es que la relación bilateral pasó de una dedicada a aprovechar las ventajas de la vecindad con una clara convicción de la necesidad de resolver las discrepancias y eliminar fuentes de colisión, a una rijosa, distante y, en todo caso, ignorante de la dinámica y, en mí apreciación, incontenible integración sobre todo económica, pero también laboral, cultural y social.

Ambas naciones, cada una debido a sus fuentes ideológicas, políticas y partidistas, están engarzadas en un peligroso distanciamiento que no sólo no será fructífero, sino que le reducirá oportunidades de desarrollo a las dos. Analíticamente es clara la racionalidad que sigue cada uno de los dos gobiernos, pero parece igualmente clara la ausencia de comprensión de los enormes riesgos en que esa rijosidad -y las abigarradas y absurdas decisiones que la acompañan, como los aranceles- conduce a la región y, por lo tanto, a cada una de las tres naciones involucradas. Ojalá que el grupo de alto nivel que se propuso crear asuma ese riesgo como su misión.

Como alguna vez dijo Dean Rusk sobre los franceses, “con los aliados se discrepa, nunca se milita en contra.”

www.mexicoevalua.org
@lrubiof
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 REFORMA
07 septiembre 2025