Oposición
21 de septiembre, 2025
Luis Rubio
El gran éxito del PAN en los ochenta y noventa radicó en una estrategia de gradual conquista territorial. En lugar de iniciar una embestida directa contra la presidencia -una empresa imposible frente a un partido hegemónico- su estrategia consistió en un proceso de seducción gradual de abajo hacia arriba: comenzar por municipios urbanos para capitalizar el creciente malestar ciudadano por la mala administración del entonces partido gobernante y seguir hacia arriba, presionando hasta lograr gubernaturas y, eventualmente, poder contender por la presidencia. La historia reivindica la clarividencia y sabiduría de los liderazgos que encabezaron aquellos esfuerzos. Y ese es el asunto crucial: esos líderes tenían una causa que abrazar y una estrategia para alcanzarla. La mayoría de los líderes opositores actuales utiliza su posición partidista para atender negocios personales. Enorme diferencia.
Con la posible excepción de sistemas políticos intrínseca y estructuralmente autoritarios, como China, no hay partido hegemónico que dure para siempre. La Unión Soviética se colapsó por el peso de su incompetencia e incapacidad para satisfacer las necesidades mínimas de su población y lo mismo le fue ocurriendo a dictaduras y dictablandas en el sur del continente y en la región asiática. La era del PRI terminó de manera negociada y benigna por razones similares: porque hay una flagrante contradicción entre un intento de control hegemónico y las exigencias del desarrollo económico en la era de la ubicuidad de la información y la economía del conocimiento del siglo XXI. Lo mismo le pasará a Morena.
Pero una cosa son las pugnas intestinas y limitaciones de Morena, y otra muy distinta es la alternativa que pudiese presentarse para competir y desmontar al hoy partido gobernante. La transición que se dio entre el PRI y el PAN en numerosos municipios, algunos estados y luego la presidencia de la república fue posible porque existían los dos componentes: políticos profesionales del lado del PRI y un partido emergente encabezado por líderes con claridad de objetivos y una estructura institucional bien articulada. Nada de eso existe en la actualidad.
La oposición de hoy consiste en tres partidos enclenques y la posibilidad de que se registren algunos otros en la próxima elección federal. El PRI y el PAN padecen las consecuencias de sus propios errores, a la vez que adolecen de liderazgos competentes para competir con Morena. El llamado Pacto por México de la era de Peña Nieto los marcó como partidos torpes y corruptos que desdeñaron a la ciudadanía en aras de avanzar una agenda sin sustento popular y, por lo tanto, vulnerable como probaron los años subsecuentes. Movimiento Ciudadano ha evitado aliarse con los dos primeros para no “contagiarse” del desprestigio que los aqueja, lo cual le ha beneficiado electoralmente porque ha servido de conducto para expresar oposición a una ciudadanía que rechaza a Morena pero que no tolera al PAN y al PRI. En su estado actual, ninguno de los tres constituye una opción real para competir con Morena y no parece haber ningún partido emergente que pudiera serlo entre los que se aprestan a intentar lograr un nuevo registro.
El dilema es profundo, tanto para los propios partidos, pero sobre todo para la ciudadanía. Si uno se guía por el resultado de la elección de 2024, 40% de la población votó por partidos distintos a Morena en la presidencial y 45% en la legislativa. Además, en aquella elección el verdadero candidato era la persona que dominaba la vida política nacional, escenario que no existe en la actualidad. Es decir, al menos en abstracto, es improbable que Morena tuviera la capacidad de retener sus porcentajes anteriores. El problema es que, como dice el dicho, para bailar tango se requieren dos participantes y no hay en el horizonte el galán que pudiera cachar a la bailarina.
De lo que no me queda duda es de la vulnerabilidad de Morena. Morena sigue siendo el partido de López Obrador y fue su liderazgo lo que le dio vida al partido y funcionalidad a su gobierno. En cinco años la cosa puede ser muy distinta y el proceso de nominación de candidatos extraordinariamente complejo. La pregunta entonces se torna obvia: ¿habrá liderazgos alternativos susceptibles de competir exitosamente?
A fines de 1788, el vacilante gobierno de Luis XIV invitó a los franceses a expresar sus agravios y quejas. Fue un error estratégico, argumenta la historiadora Margaret MacMillan: la apertura abrió una caja de Pandora que hizo posible imaginar un futuro diferente. Todo lo cual nos regresa al asunto crucial tanto para la conducción de los asuntos nacionales como para las contiendas electorales: la calidad del liderazgo.
El país está en calma, como si no pasara nada, pero tampoco se está moviendo. Hay escándalos, violencia cotidiana y no mucho más. No hay rumbo ni liderazgo que lo articule. Por su parte, ninguno de los partidos hoy en la oposición carece de políticos competentes, experimentados y visionarios, pero ninguno de ellos encabeza esas organizaciones. La pregunta es si los negocios particulares de los capos de los partidos permitirán que emerjan alternativas atractivas dedicadas a la causa de un México exitoso, próspero y equitativo, porque del gobierno no vendrá.
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REFORMA
21 septiembre 2025
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