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impuestos y ciudadanos

Luis Rubio

No hay pago de impuestos sin representaci贸n, una demanda pol铆tica;

no hay representaci贸n sin pago de impuestos, una realidad pol铆tica.

Samuel Huntington

Todo mundo quiere una reforma fiscal: los empresarios porque buscan pagar menos impuestos y el gobierno porque quiere elevar la recaudaci贸

n fiscal. Obviamente, las dos cosas son, al menos en apariencia, incompatibles entre s铆. Para que aumente la recaudaci贸n fiscal y el gobierno tenga m谩s recursos para hacer frente a sus

obligaciones y programas de gasto, la sociedad tiene que pagar impuestos. Pero ning煤n ciudadano, de ning煤n pa铆s, va a pagar m谩s impuestos por el mero prurito de hacerlo. La reforma fiscal tiene que partir de la redefinici贸n de la relaci贸

n entre el gobierno y los gobernados, entre el gobierno y los ciudadanos.

Los impuestos son un componente esencial en toda sociedad organizada. La vida en sociedad cuesta: desde la construcci贸

n de infraestructura hasta el cuidado de las fronteras de una naci贸n. Aunque es f谩cil disputar el m茅

rito de pagar impuestos, todos sabemos que son un hecho de la vida real. A lo largo de la historia, todos los especialistas en impuestos se han preocupado por tratar de responder a la pregunta de c贸mo recaudar impuestos sin distorsionar la creaci贸

n de la riqueza. Como en sentido estricto esto es imposible, el objetivo se ha centrado en c贸mo recaudar distorsionando lo menos posible.

El objetivo de recaudar impuestos sin distorsionar la actividad productiva tiene un sentido muy preciso: la idea es que los individuos no vean afectada la manera en que toman sus decisiones de trabajo o inversi贸

n por el tipo de impuestos que deben pagar. Las distorsiones pueden ser de la m谩s diversa 铆ndole. Por ejemplo, si un electricista decide no realizar una instalaci贸n m谩s porque eso le llevar铆a a cambiar de estrato fiscal o bracket

(los rangos de ingreso a partir de los cuales se calcula la tasa de impuesto), el impuesto estar铆a causando una distorsi贸n en su proceso de toma de decisiones, desincentivando el trabajo y, por lo tanto, la producci贸n, el empleo y la creaci贸

n de riqueza. El solo hecho de que una persona tenga que pagar m谩s impuestos al generar un ingreso adicional es en s铆 distorsionante. Lo mismo ocurre cuando un empresario opta por localizar una planta en otro pa铆

s para disminuir la carga fiscal, o cuando una empresa dedica una enorme porci贸n de su tiempo a procurar maneras de disminuir sus impuestos en lugar de mejorar la calidad de sus productos, incrementar sus ventas o elevar la productividad

de sus procesos.

Una estructura fiscal ideal deber铆a prescindir de toda recaudaci贸n relacionada con la creaci贸n misma de riqueza porque casi cualquier acci贸n en ese frente implica una distorsi贸n. Desde esta perspectiva, en un mundo ideal, lo que deber铆a

ser gravada es la riqueza ya existente, el patrimonio de las personas, para no incidir sobre el proceso de su creaci贸n, lo que afecta las decisiones de trabajo, ahorro e inversi贸

n. Sin embargo, este camino ha probado ser, a lo largo de la historia, inviable, pues lleva a que las personas escondan su riqueza o a que la ubiquen en otra circunscripci贸

n fiscal (en lugar de utilizarla para mejores fines) y a que la autoridad tenga que hacer valuaciones sobre la riqueza aparente, lo que entra帽a enormes riesgos de inequidad, arbitrariedad, abuso y corrupci贸n.

En la pr谩ctica, hay dos maneras en que se puede lograr un sistema impositivo ideal. Una es cobrando el impuesto directamente sobre el efectivo sufragado por las empresas (en la forma de salario o pago a prove

edores) y la otra es cobrarlo en la otra parte del ciclo, al momento de consumir. Por lo tanto, si no se va a gravar la creaci贸n de riqueza (que usualmente se asocia con empleos y empleadores), se tendr铆

a que gravar al individuo al momento de consumir. La conclusi贸n de este razonamiento b谩sico es que el impuesto menos distorsionante (y, adem谩s, m谩s equitativo y progresivo) acaba siendo el que grava directamente el consumo.

El consumo se grava a trav茅s de dos impuestos distintos que, en el fondo, son pr谩cticamente id茅

nticos (aunque de entrada no lo parezca): un impuesto sobre ventas, como el IVA, y un impuesto sobre el salario (e ingresos por trabajo) que, a diferencia del ISR, podr铆a ser fijo, con una sola tasa y sin complejidad en su administraci贸n. A pesa

r de todas las controversias que se generan en torno al IVA, 茅ste es un impuesto que se aplica en casi todo el mundo por lo sencillo de su administraci贸n y por la poca distorsi贸

n que origina. Por su parte, el impuesto al salario es en realidad un impuesto al consumo porque el ciclo de vida de una persona es, a final de cuentas, un ciclo de consumo: si en lugar de ver a un individuo de manera est谩

tica en un momento dado y mejor se observa su ciclo de vida en el tiempo, se constata que 茅ste empieza consumiendo m谩s de lo que gana (se endeuda), luego paga sus deudas y en el camino ahorra para poder pagar el costo de sus 煤ltimos a帽

os improductivos. En otras palabras, la persona consume todo (o casi todo) su ingreso a lo largo de su ciclo vital. Por esta raz贸n un impuesto al salario es, a la luz de toda la carrera salarial de un individuo, un impuesto indirecto al consumo.

En suma, los impuestos ideales son aquellos que gravan el consumo porque son los que menos distorsionan las decisiones de trabajo, inversi贸n y producci贸n. Adem谩s, los impuestos al consumo no s贸lo son mucho menos regresivos de lo que com煤

nmente se cree, ante todo porque gravan m谩s al que m谩s consume, sino tambi茅n m谩s progresivos que las alternativas. La experiencia demuestra que los impuestos al

ingreso, que siempre se presentan como impuestos progresivos porque la tasa impositiva se incrementa en la medida en que lo hace el ingreso, acaban siendo bastante regresivos toda vez que las personas de mayores ingresos siempre encuentran maneras de dism

inuir su pago, lo que lleva a que los diferenciales de tasas sean enga帽osos. Es decir, la progresividad del impuesto al ingreso es un mito.

La discusi贸n anterior muestra que la estructura fiscal que tenemos puede ser seriamente reformada, pero, en lo fundamental, tenemos el tipo de impuestos que menos distorsionan y m谩

s recaudan. Los problemas se encuentran en otra parte. Primero, en la manera en que los impuestos son aplicados (sobre todo el IVA con sus tasas diferenciadas y los reg铆menes especiales de tributaci贸n que benefician a algunas actividades espec铆

ficas como el transporte p煤blico y la agricultura) lo que genera enormes oportunidades de evasi贸n, con los efectos conocidos: unos cuantos acabamos pagando por los dem谩s. El otro problema reside en que la poblaci贸

n no se siente obligada a pagar sus impuestos: lo percibe m谩s como una imposici贸n arbitraria del gobierno que como una obligaci贸n ciudadana. La verdad es que no es para menos, toda vez que los mexicanos llevamos d茅cadas de carecer de los m谩

s m铆nimos derechos en nuestra calidad de ciudadanos. Si el gobierno del presidente Fox quiere elevar la recaudaci贸n va a tener que empezar por convocar a un pacto ciudadano.

Una reforma fiscal integral tendr铆a que partir del principio elemental de que el ingreso

gubernamental no es independiente del gasto del gobierno. En la actualidad, el gasto del gobierno no es fiscalizable por parte de la ciudadan铆

a. Si el gobierno presenta una propuesta de gasto que incluya mecanismos que garanticen la transparencia en su ejercicio y una rendici贸n de cuentas plena por parte de los responsables de ejercerlo, la ciudadan铆a dejar谩

de tener justificaciones para negarse a pagar impuestos, lo que legitimar谩 la acci贸n coercitiva de las autoridades recaudatorias. La iniciativa que el

gobierno decida emprender en materia tributaria tiene que partir del reconocimiento de que la problem谩tica fiscal del pa铆s en el largo plazo no puede ser resuelta con m谩s impuestos, mayores tasas o una mejor fiscalizaci贸

n, sino mediante un cambio radical en el comportamiento de los gobernantes.

Adem谩s, para poder avanzar en torno a una reforma fiscal, tambi茅

n es indispensable reconocer que los impuestos tienen que ser equitativos, pero no son, ni pueden ser, una fuente de igualdad social o econ贸mica. Los impuestos no son una v铆a apropiada para resolver problemas ancestrales de inequidad. La noci贸

n de cobrarle m谩s a los ricos porque son ricos, tiene problemas no s贸lo constitucionales (porque todos los impuestos deben ser equitativos) sino pr谩cticos: los r

icos, en todo el mundo, utilizan sus recursos para encontrar maneras de disminuir su carga fiscal o, simplemente, transfieren su riqueza a otra parte. En este sentido, los impuestos deben ser concebidos para cumplir con una sola funci贸

n: la de generar ingresos al gobierno. La soluci贸n de los ingentes problemas de pobreza y de desigualdad que enfrenta el pa铆

s tiene que venir por el lado del gasto y, sobre todo, como resultado de una estrategia de desarrollo que, al articular incentivos e instituciones adecuados, con educaci贸n, desarrollo tecnol贸

gico, gasto gubernamental en infraestructura y la iniciativa de millones de ciudadanos, genere tasas elevadas de crecimiento econ贸mico, fuentes de empleo y, por ese medio, grandes oportunidades de desarrollo individual. Es as铆

como las personas que hoy, por lo reducido de su ingreso, no son contribuyentes, pasar铆an a serlo, bajo el entendido de que la pol铆tica social compensar铆a ese desembolso. Desde luego, las personas de menores ingresos que, por la igualaci贸n

en las tasas del IVA, resultaran empobrecidas, tendr铆an que ser compensadas de manera directa. El beneficio fiscal de igualar las tasas m谩s que pagar铆a por el costo de esa compensaci贸n.

Los impuestos son un medio y no un fin en s铆 mismo. Hasta ahora, en la mentalidad de nuestros gobernantes ha dominado la noci

贸n de que los impuestos son, como el diezmo, una obligaci贸n sin m谩s, sin la menor consideraci贸n. Mientras esa concepci贸n no cambie, mientras la ciudadan铆a no logre convertirse en una contraparte aceptada

por los gobernantes, los mexicanos seguiremos haciendo como que pagamos y el gobierno har谩 como que gobierna. Nada nuevo bajo el sol.

 

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